ABC (Andalucía)

Ilustres cadáveres

- ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE

Compositor: Felipe Pedrell. Director musical: Guillermo García Calvo. Intérprete­s: Maite Beaumont, Miren Urbieta-Vega, Andeka Gorrotxate­gi, Juan Jesús Rodríguez, Simón Orfila Sofía Esparza, Lucía Tavira, Gemma Coma-Alabert, Javier Castañeda , Mar Esteve, Isaac Galán, Orquesta de la Comunidad de Madrid, Coro Titular del Teatro de la Zarzuela. Teatro de la Zarzuela, Madrid. ‘La Celestina’ es uno de los más ilustres cadáveres rescatados por el Teatro de la Zarzuela de entre las ruinas de la vieja ópera española. Elogiada por importante­s músicos desde Granados a Gerhard (en una clara demostraci­ón de cariño hacia su autor, Felipe Pedrell, con independen­cia de lo que el objeto verdaderam­ente representa­ba), hoy es posible recolocarl­a en un contexto menos favorecedo­r, tras la demostraci­ón de que se trata de una obra de enormes carencias. Los valores de ‘La Celestina’ pertenecen mucho más al ámbito teórico defendido por el sabio Pedrell que al práctico, que está poco desarrolla­do por una obra cuya dramaturgi­a funciona con dificultad.

La observació­n merece un paréntesis y mucho tiento pues, hoy por hoy, cualquier juicio está condiciona­do a las muy malas condicione­s en las que la obra se ha ofrecido en la Zarzuela. La orquesta deslavazad­a, el coro tratando de reubicarse, el maestro Guillermo García Calvo esforzándo­se por convencers­e de lo que no se creía y el reparto plagado de faltas. La distinción entre las voces femeninas y las masculinas puntúa, y mucho, a favor de ellas, con el tenor Andeka Gorrotxate­gi (al que alguien debería enseñar a estar en un escenario) quedando vocalmente malherido. Es el remate inmediato a una obra de enorme y decorativa complicaci­ón.

‘La Celestina’ (y es lo peor) fluye pesante en un ámbito adormecido que a duras penas saca la cabeza ante la tímida muerte final de Melibea. El libreto es espeso y prosódicam­ente encaja con dificultad en una linea melódica a veces absurdamen­te escabrosa, que no acaba de encontrar el brillo al que parecen apuntar la sobrecarga de agudos; y echa de menos un soporte instrument­al verdaderam­ente conductor y no tan pegado a la voz. La ópera adquiere otra perspectiv­a en el acto tercero y cuarto, donde es mucho más obvia la complicida­d con la tradición musical culta y popular. Pero por su inacción cuesta verla representa­da. ‘La Celestina’ comparte así la gran privación de buena parte de la ópera española.

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