Granada rinde el último bastión de los 35 milímetros
El mítico cine Madrigal de la capital granadina, última sala de toda España que aún proyectaba rollos de celuloide, obligada a pasarse al formato digital
Yo soy un tipo analógico. Igual que me gustan los libros en papel, me gustan las películas en celuloide. Por muchas razones: asistes al proceso, la luz, cómo pasan los fotogramas, cómo adquieren movimiento… siempre he estado en contra de dar el paso. Pero era eso o desaparecer. Y yo por el Madrigal me corto un brazo». Así lo explica Juan Torres-Molina, gerente del último cine en España en dar carpetazo a los 35 milímetros y pasar definitivamente a la digitalización.
Su cine, El Madrigal, ubicado en Granada, se ha convertido desde hace años en un bastión para los nostálgicos. A nivel local, es incluso más heroico el asunto. La capital granadina, hace décadas con un mapa plagado de salas dedicadas al séptimo arte, es un erial a día de hoy. Frente a los mastodónticos centros comerciales a las afueras, en el centro solo quedan ellos.
Su historia, que comenzó de la mano de su padre hace ahora más de 60 años, primero fue de éxitos, «con colas dando vueltas a la manzana para entrar a Truffaut o Bergman» recuerda Juan. Otros tiempos. Luego, de soledad, cuando «en Granada se quedaron apenas dos cines abiertos allá por los 80». Y finalmente, y más en las últimas dos décadas, con una palabra grabada en la frente: resistencia.
Y es cierto. El Madrigal, con una única sala, sin ayudas públicas, con entradas el día del espectador a tres euros y nunca a más de cinco el fin de semana, con su proyector, con sus butacas de teatro de hace un siglo, su enorme pantalla, y sus palcos escondidos en el segundo piso donde a ciencia cierta tantas historias ocurrieron a oscuras, ha resistido a casi todo. Solo la pandemia y el paso del tiempo han terminado por noquear el romántico asunto de los 35 milímetros de película. Lo demás, intacto. «Y esperanzados», resume Juan.
Para entender el problema al que se enfrentaba un cine, a fin de cuentas, humilde, como es el caso del Madrigal, hay que entender cómo funciona la industria. Todo empieza en la productora, que financia la película, pasa luego a las distribuidoras y finalmente se proyecta en los cines. Antes de llegar el formato digital este proceso era mucho más caro. Es más, la diferencia entre el formato antiguo de los 35 mm y la del digital es exponencial. Un arco que comprendería entre menos de 100 euros y pasados, con mucho, los 1.000. «Esto hace que las apuestas desde las distribuidoras sean mucho más arriesgadas. Ya ni querían darnos las películas».
Una nueva esperanza
No es la primera vez que el cine está obligado a repensarse. En plena crisis económica y con las butacas vacías frente a los grandes estrenos en las multisalas de última generación de la periferia, se lanzaron al cine independiente, internacional, europeo y español. Nichos que van como un guante a un cine del porte del Madrigal. «Nos dimos cuenta de que cuando poníamos una película de ese tipo, acababan por venir más a nuestra sala que a las otras. El resultado es que nuestro público es muy fiel. Incluso ahora con las plataformas digitales», explica Juan.
Y esa es la gran esperanza en esta etapa que se abre. El contexto, el rito, comprar las entradas, el amor que se desprende por este arte entre sus paredes, es su gran baza. Además, entre las ventajas del cambio al digital, está la posibilidad de ofrecer películas en versión original. Algo normalizado en grandes capitales como Madrid o Barcelona, pero un hecho inaudito para el espectador medio de provincias como Granada. En él, de hecho, están puestas todas la fichas de esta nueva apuesta. «El Madrigal, si consigue sobrevivir, va a ser siempre gracias al espectador porque siempre ha sido así».