Isabel II, una ficción
Queremos tanto a la reina que a un rey orillado de España ya no le queremos nada
LA muerte de Isabel II nos ha hecho, de pronto, unos monárquicos unánimes, y Ada Colau, por la otra punta, nos va a descubrir, vía cursillo, la nueva masculinidad, esa masculinidad de gladiolo que no sabíamos que sí tenemos. Y luego dicen que España no es diferente. Los telediarios son un Netflix de Buckingham Palace, pero a Juan Carlos I lo tenemos en las lejanías, de jubilado bajo sospecha. El emérito asomó un día, de regatas, y le montamos una programación especial, sin resuello, como ahora con Isabel II, sólo que al revés. Queremos tanto a la reina que a un rey orillado de España ya no le queremos nada. Entretanto, Colau anima un centro donde te resuelven en tres tardes las taras de atender la lujuria del fútbol, o el reprís del piropo. De modo que en un rato, donde se prescribe el yoga, hacen de ti otro hombre que nunca sospechaste que eras, como si no tuviéramos claro, desde Sócrates, que todo hombre es una asamblea. Isabel II también ha sido una asamblea, porque no veo yo que sólo una mujer, o sea, un único carácter de mujer, haya podido sostener una popularidad victoriosa, más allá de Churchill, o Lady Di. Esta mujer ha resultado infinita, lo que quiere decir que incluye varias feminidades y lo mismo también alguna masculinidad, porque «la mujer tiene noches de capitán», según Neruda, que miente con la verdad, como todos los buenos poetas. Aquí venimos logrando en la tele un ‘funeral party’, salvo la publicidad, porque urge el documental longevo de las exequias de aquella Reina, con lo que la serie ‘The Crown’, repuesta con prisas, es ya un tráiler de lo real. No sé yo cómo va a darnos la maquinaria para glosar a un Rey de aquí, cuando nos falte. Nos ha ocupado un repente monárquico que igual habíamos perdido un poco, igual que hemos perdido, quizá, un poco la sensibilidad llorosa que una parroquia de Colau quiere despertarnos, segura de que «el hombre es una ficción», según lema promocional. Pues Isabel II es otra ficción. No la olvidaremos, después de muerta, mientras vivo está un tal Juan Carlos, bajo una palmera sin corresponsales.