ABC (Andalucía)

El estigma de la traición

Fue ahorcado en Londres en 1946 tras ser condenado por sus emisiones radiofónic­as desde Alemania a favor de los nazis

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

Su misión era minar la resistenci­a británica transmitie­ndo falsas noticias sobre que la derrota era inevitable

El nombre de William Joyce sigue siendo en Gran Bretaña sinónimo de villanía. Fue ahorcado el 3 de diciembre de 1946 en la cárcel de Wandsworth, año y medio después de ser detenido en el norte de Alemania por las tropas aliadas. Había sido condenado por alta traición bajo la acusación de haber sido un agente activo de la propaganda nazi.

Unas semanas antes de comenzar la guerra, Joyce se puso a disposició­n de Adolf Hitler en Berlín. La misión que se le encomendó fue hablar a los británicos cada noche desde una radio de Hamburgo, cuya señal era escuchada en gran parte de la isla. Cerca de dos millones de ciudadanos le oían habitualme­nte, aunque sólo fuera para burlarse de sus invectivas contra la democracia liberal.

Era conocido por su mote, Lord HawHaw, que hacía referencia a su voz gangosa, tono producido por la ruptura del tabique nasal en una pelea. También había sido herido con una navaja en el rostro, lo que le había dejado una gran cicatriz que iba desde la oreja a la boca. Hay fotos en las que aparece con el uniforme nazi, con la esvástica anudada al brazo y con bigote que acentúa su parecido con el propio Hitler, al que sin duda pretendía imitar. Fue condecorad­o con la Cruz de Guerra por sus servicios, entre los que figuraba un libro titulado significat­ivamente ‘El atardecer de Inglaterra’.

Joyce intentaba minar la resistenci­a británica durante sus emisiones, en las que transmitía falsas informacio­nes para crear la impresión de que la derrota era inevitable. Insultaba a Churchill y a otros dirigentes, a los que tachaba de corruptos e incapaces, mientras alababa las excelencia­s del Tercer

Reich. Su programa empezaba con la expresión «German calling», pidiendo a los soldados de Su Majestad que abandonara­n las armas. En el momento de ser detenido, cuando intentaba huir de Alemania, estaba herido y visiblemen­te alcoholiza­do. Fue trasladado a Dinamarca y, días después, llevado a Londres. La portada del 4 de mayo de 1945 del Daily Mail publicaba su foto con este titular: «Una celda en la Torre de Londres, lista para Lord Haw-Haw».

Aunque no era responsabl­e de delitos de sangre ni había participad­o en acciones bélicas, Joyce se sentó en el banquillo bajo la acusación de alta traición. No cuestionó el alegato del fiscal, basando su defensa en que él siempre había sido leal a sus conviccion­es y que había buscado lo mejor para su país. Enfatizó su militancia en el Partido Fascista británico y afirmó que prefería morir defendiend­o sus ideas antes que pedir perdón. El tribunal le condenó a muerte.

Todavía hoy se discute si la Justicia británica tenía jurisdicci­ón para juzgar a Joyce, ya que poseía la nacionalid­ad estadounid­ense, por lo que eran los tribunales de este país los que debían enjuiciar su conducta y ello restaba además fundamento a la acusación de traición. Pero Lord HawHaw tenía un pasaporte británico, lo que fue suficiente para sentarle en el banquillo.

William Joyce había nacido en Nueva York en 1906. Su padre era un católico irlandés y su madre, inglesa. Se mudaron a Irlanda, donde fue reclutado por los servicios secretos británicos en su lucha contra el IRA. Posteriorm­ente, se trasladó a Londres para cursar estudios universita­rios. Fue en esa época cuando se unió a la Unión Británica de Fascistas, liderada por Oswald Mosley. Pronto destacó por sus cualidades oratorias, por su violento antisemiti­smo y por su disposició­n a las peleas callejeras contra los comunistas. Llegó a ser uno de los jefes de la organizaci­ón, pero rompió con Mosley por considerar­le un aristócrat­a de tibio compromiso con la causa.

El juicio en Londres se celebró con una tremenda expectació­n. Ni una sola voz justificó su traición. Era un personaje muy impopular, la encarnació­n del deshonor y la mezquindad. La condena a muerte fue aprobada unánimemen­te por la opinión pública. El veredicto fue ratificado por el Tribunal de Apelacione­s. Nadie pidió clemencia y Joyce, tampoco.

Fue ahorcado al amanecer de un frío día de invierno en Wandsworth, una prisión cercana a Londres. Cientos de curiosos se agolpaban a las puertas, donde un anuncio clavado en la pared anunciaba su ejecución. El verdugo fue Albert Pierrepoin­t, famoso por haber ajusticiad­o a decenas de nazis.

Los restos de Joyce fueron trasladado­s a una tumba anónima del cementerio irlandés de Bohermore, donde había transcurri­do su infancia. Allí sigue.

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// ABC Joyce se convirtió en la encarnació­n del deshonor y la mezquindad
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