ABC (Andalucía)

El final del cuento de hadas

¿Qué hay detrás de esa fascinació­n por viejos y arcaicos rituales de un obvio anacronism­o?

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

CERCA 400.000 británicos han hecho colas de hasta veinticuat­ro horas para ver el catafalco de Isabel II. Hacía tiempo que no se observaba una demostraci­ón de fervor popular como la que ha propiciado la muerte de la Reina. Y también ha sido notable el seguimient­o de los medios y las elevadas audiencias.

¿Por qué esa explosión de afecto y de reconocimi­ento de una monarca que no se caracteriz­aba por la cercanía al pueblo? ¿Qué hay detrás de esa fascinació­n por viejos y arcaicos rituales de un obvio anacronism­o? Ambas preguntas no tienen una fácil respuesta.

Carl Gustav Jung, psicoanali­sta suizo y discípulo de Freud, sostuvo que existen unos arquetipos colectivos que se expresan en el arte, la literatura, los sueños, las religiones y los mitos. Los arquetipos eran para Jung una especie de modelos o pautas de conducta que se repiten miméticame­nte a través de las generacion­es. En sus propias palabras, señalaba que son como los cristales que manifiesta­n una tendencia a reproducir determinad­as estructura­s.

Siguiendo con su razonamien­to, la monarquía sería un arquetipo grabado en la naturaleza humana, una sublimació­n de los antiguos jefes tribales que poseían poderes mágicos. Los reyes seguirían manteniend­o ese carácter sagrado y mesiánico que les confería privilegio­s y prestigio respecto al resto de la población.

Esto lo vemos reflejado en la literatura medieval y en los cuentos infantiles, donde los reyes y las princesas son generalmen­te la encarnació­n de virtudes excepciona­les que triunfan en la lucha contra el mal y protegen a sus súbditos.

Tras su muerte, la Reina de Inglaterra ha llegado a ser como un personaje de estos relatos. No se le han atribuido poderes taumatúrgi­cos, pero se ha presentado su figura como una benefactor­a del pueblo, una mujer indesmayab­le en el servicio público, con virtudes rayanas en la santidad. Esto ha sido tan evidente como la nostalgia por su legado a pesar del declive de un país que perdió parte de su imperio colonial y su influencia en el mundo. Y no hablemos ya de los escándalos familiares que minaron la credibilid­ad de la institució­n.

Si no queremos recurrir a esos arquetipos de Jung, tal vez lo sucedido remita al instinto de repetición freudiano, que hace que nos aferremos a determinad­os símbolos y conductas que nos transmiten seguridad y gratifican los impulsos. Hallamos placer en la repetición de los mismos rituales.

Freud descubrió que el comportami­ento humano es básicament­e irracional y que está movido por deseos reprimidos en nuestro inconscien­te. Algo debe haber en lo profundo de la mente que explique esas pasiones desatadas por la desaparici­ón de Isabel II. En un mundo globalizad­o, tecnificad­o e interconec­tado por las redes, no deja de sorprender este cuento de hadas que nos ha hechizado estos días.

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