El final del cuento de hadas
¿Qué hay detrás de esa fascinación por viejos y arcaicos rituales de un obvio anacronismo?
CERCA 400.000 británicos han hecho colas de hasta veinticuatro horas para ver el catafalco de Isabel II. Hacía tiempo que no se observaba una demostración de fervor popular como la que ha propiciado la muerte de la Reina. Y también ha sido notable el seguimiento de los medios y las elevadas audiencias.
¿Por qué esa explosión de afecto y de reconocimiento de una monarca que no se caracterizaba por la cercanía al pueblo? ¿Qué hay detrás de esa fascinación por viejos y arcaicos rituales de un obvio anacronismo? Ambas preguntas no tienen una fácil respuesta.
Carl Gustav Jung, psicoanalista suizo y discípulo de Freud, sostuvo que existen unos arquetipos colectivos que se expresan en el arte, la literatura, los sueños, las religiones y los mitos. Los arquetipos eran para Jung una especie de modelos o pautas de conducta que se repiten miméticamente a través de las generaciones. En sus propias palabras, señalaba que son como los cristales que manifiestan una tendencia a reproducir determinadas estructuras.
Siguiendo con su razonamiento, la monarquía sería un arquetipo grabado en la naturaleza humana, una sublimación de los antiguos jefes tribales que poseían poderes mágicos. Los reyes seguirían manteniendo ese carácter sagrado y mesiánico que les confería privilegios y prestigio respecto al resto de la población.
Esto lo vemos reflejado en la literatura medieval y en los cuentos infantiles, donde los reyes y las princesas son generalmente la encarnación de virtudes excepcionales que triunfan en la lucha contra el mal y protegen a sus súbditos.
Tras su muerte, la Reina de Inglaterra ha llegado a ser como un personaje de estos relatos. No se le han atribuido poderes taumatúrgicos, pero se ha presentado su figura como una benefactora del pueblo, una mujer indesmayable en el servicio público, con virtudes rayanas en la santidad. Esto ha sido tan evidente como la nostalgia por su legado a pesar del declive de un país que perdió parte de su imperio colonial y su influencia en el mundo. Y no hablemos ya de los escándalos familiares que minaron la credibilidad de la institución.
Si no queremos recurrir a esos arquetipos de Jung, tal vez lo sucedido remita al instinto de repetición freudiano, que hace que nos aferremos a determinados símbolos y conductas que nos transmiten seguridad y gratifican los impulsos. Hallamos placer en la repetición de los mismos rituales.
Freud descubrió que el comportamiento humano es básicamente irracional y que está movido por deseos reprimidos en nuestro inconsciente. Algo debe haber en lo profundo de la mente que explique esas pasiones desatadas por la desaparición de Isabel II. En un mundo globalizado, tecnificado e interconectado por las redes, no deja de sorprender este cuento de hadas que nos ha hechizado estos días.