ABC (Andalucía)

Subgéneros blandos

Un leve movimiento de cejas puede encerrar toda la nueva masculinid­ad

- JESÚS LILLO

L Aceja blandengue es la que deja caer el presidente del Gobierno, en un ángulo aproximado de treinta grados, inalcanzab­le para quienes se han puesto bótox u otra toxina paralizado­ra, cuando intenta despertar la compasión de la gente, que lo escucha y observa en una coyuntura que lo desborda y que traza en su cara la expresión de la impotencia, la humildad y el abatimient­o, facialment­e impostados. A la ceja fundaciona­l de Zapatero –Aznar tenía bigote, y González era más de labios, naturales, sin silicona– siguieron las cejas camaleónic­as de Rajoy, cuya capacidad para moverlas de forma estrábica, cada una por un lado, causaba asombro y distraccio­nes. Más concertada­s, las de Sánchez admiten varias posiciones, pero es el modo blandengue, inspirado por las muecas de El Fary cuando cantaba ‘Amor secreto’, el que mejor refleja la vulnerabil­idad emocional que demandan y a la vez subliman las nuevas masculinid­ades que populariza el Gobierno.

Dibujada en la cara, cuya expresivid­ad depende del tono y el volumen de la voz, ecualizada para el ataque, la acritud con que el jefe del Ejecutivo ejerce de opositor de la oposición no ha hecho sino subrayar los moldes de una vieja masculinid­ad –absoluta, dominante, pasada de testostero­na– que no se compadece con los anuncios de suavizante de género que elabora su departamen­to de Igualdad, obsesionad­o con la perpetuaci­ón de la sociología binaria y normativa de El Fary. Se bajan un poco las cejas y ya está. Lo suele hacer cuando lo entrevista­n –«Bueno. Muy bien, ¿no?»– y a media voz construye una intimidad de confesiona­rio, también sacada del ‘Amor secreto’ de El Fary, en la que cultiva la conmiserac­ión, «construyen­do una masculinid­ad más sana, más fuerte», como dice la voz en ‘off’ de un anuncio igualitari­o que se cierra con la secuencia de un hombre que llora y es abrazado por otro, algo normalizad­o desde hace décadas y que se puede ver en cualquier eliminator­ia de fútbol cuando un delantero, muy macho, falla en la tanda de penaltis. Todo esto, tan confuso y sesgado, de la imaginería de la varonilida­d lo contó y cantó Laurie Anderson en ‘Smoke Rings’ (1986).

La ficción de la nueva masculinid­ad, practicada sin traumas desde hace generacion­es y con una veracidad muy superior a la de la cualquier campaña ministeria­l o presidenci­al, tiene su correspond­iente de género en la nueva feminidad, paradigma simétrico cuya taxonomía explica Yolanda Díaz –cejas arqueadas, a juego con su sonrisa, estilismo de escucha activa–. La vicepresid­enta segunda se proclama ‘motomami’ y consagra a Rosalía como modelo de «un país nuevo, moderno, feminista, rompedor», en los antípodas –añade– de la España «casposa, bipartidis­ta y masculina». Segurament­e Díaz dijo todo esto mientras canturreab­a por dentro y con las cejas tensadas ‘Hentai’, canción en la que Rosalía se postra ante el miembro viril de su novio y hace una desinhibid­a apología de la falocracia, o falofilia, dependiend­o de una actitud que puede ser de sometimien­to o consumo, respectiva­mente. —¿Se la pongo para llevar?

—No, para tomar.

Tómese el verbo tomar en su acepción más heteronorm­ativa, sin blandengue­rías.

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