Subgéneros blandos
Un leve movimiento de cejas puede encerrar toda la nueva masculinidad
L Aceja blandengue es la que deja caer el presidente del Gobierno, en un ángulo aproximado de treinta grados, inalcanzable para quienes se han puesto bótox u otra toxina paralizadora, cuando intenta despertar la compasión de la gente, que lo escucha y observa en una coyuntura que lo desborda y que traza en su cara la expresión de la impotencia, la humildad y el abatimiento, facialmente impostados. A la ceja fundacional de Zapatero –Aznar tenía bigote, y González era más de labios, naturales, sin silicona– siguieron las cejas camaleónicas de Rajoy, cuya capacidad para moverlas de forma estrábica, cada una por un lado, causaba asombro y distracciones. Más concertadas, las de Sánchez admiten varias posiciones, pero es el modo blandengue, inspirado por las muecas de El Fary cuando cantaba ‘Amor secreto’, el que mejor refleja la vulnerabilidad emocional que demandan y a la vez subliman las nuevas masculinidades que populariza el Gobierno.
Dibujada en la cara, cuya expresividad depende del tono y el volumen de la voz, ecualizada para el ataque, la acritud con que el jefe del Ejecutivo ejerce de opositor de la oposición no ha hecho sino subrayar los moldes de una vieja masculinidad –absoluta, dominante, pasada de testosterona– que no se compadece con los anuncios de suavizante de género que elabora su departamento de Igualdad, obsesionado con la perpetuación de la sociología binaria y normativa de El Fary. Se bajan un poco las cejas y ya está. Lo suele hacer cuando lo entrevistan –«Bueno. Muy bien, ¿no?»– y a media voz construye una intimidad de confesionario, también sacada del ‘Amor secreto’ de El Fary, en la que cultiva la conmiseración, «construyendo una masculinidad más sana, más fuerte», como dice la voz en ‘off’ de un anuncio igualitario que se cierra con la secuencia de un hombre que llora y es abrazado por otro, algo normalizado desde hace décadas y que se puede ver en cualquier eliminatoria de fútbol cuando un delantero, muy macho, falla en la tanda de penaltis. Todo esto, tan confuso y sesgado, de la imaginería de la varonilidad lo contó y cantó Laurie Anderson en ‘Smoke Rings’ (1986).
La ficción de la nueva masculinidad, practicada sin traumas desde hace generaciones y con una veracidad muy superior a la de la cualquier campaña ministerial o presidencial, tiene su correspondiente de género en la nueva feminidad, paradigma simétrico cuya taxonomía explica Yolanda Díaz –cejas arqueadas, a juego con su sonrisa, estilismo de escucha activa–. La vicepresidenta segunda se proclama ‘motomami’ y consagra a Rosalía como modelo de «un país nuevo, moderno, feminista, rompedor», en los antípodas –añade– de la España «casposa, bipartidista y masculina». Seguramente Díaz dijo todo esto mientras canturreaba por dentro y con las cejas tensadas ‘Hentai’, canción en la que Rosalía se postra ante el miembro viril de su novio y hace una desinhibida apología de la falocracia, o falofilia, dependiendo de una actitud que puede ser de sometimiento o consumo, respectivamente. —¿Se la pongo para llevar?
—No, para tomar.
Tómese el verbo tomar en su acepción más heteronormativa, sin blandenguerías.