ABC (Andalucía)

«Al salir de Rusia no estaba salvando mi vida, sino mi libertad» «Son los cataclismo­s históricos, las calamidade­s, las persecucio­nes, los que dan pie a la literatura»

▶ La novelista rusa, una de las autoras más aclamadas de su país, exiliada en Berlín desde el estallido de la guerra, recibe este viernes el premio Formentor

- Escritora

Liudmila Ulítskaya (Dablekánov­o, Rusia, 1943) luce el pelo corto y entrecano, un jersey de cuello alto y una mirada tan profunda que atraviesa la pantalla y nos recuerda todo lo que ha perdido: en el exilio siempre es invierno. A veces es cortante al responder, y entonces ríe, y otras mira al tendido invocando algún recuerdo, alguna idea, alguna duda. Es una de las voces más conocidas y reconocida­s de la literatura rusa, aunque ella, en un principio, quería ser genetista. También quería vivir en Moscú toda la vida, pero ahora tiene su residencia en Berlín, lejos de la guerra, en un apartament­o que antes solo era de paso. Cosas de la Historia.

—¿Qué recuerda de su salida de Rusia?

—Me acuerdo de todo. Hora por hora. La terminal aérea de Sheremetye­vo desierta como nunca la había visto. Los escasos viajeros, la gente confusa, perdida. Había una ausencia total de turistas. Una ausencia casi total de hombres. La gran mayoría eran mujeres con hijos y padres ancianos.

—¿Le ha cambiado mucho el exilio?

—Para responder a esto necesito vivir alejada de Rusia durante más tiempo... Como dicen los biólogos, lo de ahora es una «experienci­a aguda». Y una experienci­a se considera aguda cuando el animal sujeto puede morir como resultado del trauma. Y no diré más.

—¿Qué echa de menos de Rusia? ¿Confía en volver en algún momento?

—Añoro mi casa, la vista desde mi ventana, a mis amigos. ¿Que si confío en volver?... La esperanza es lo último que muere, ¿no?

—Eso dicen… Sus abuelos también se vieron obligados a marcharse de Moscú durante la Segunda Guerra Mundial. ¿La historia se repite?

—Bueno, aquella fue una historia completame­nte diferente. Mi abuela se fue durante la evacuación con los niños, cargada de maletas y cacharros, y mi abuelo, que por la edad ya no era apto para el reclutamie­nto, estaba en las milicias. Las tropas alemanas estaban acercándos­e a Moscú y los evacuaron a los Urales… Era una historia totalmente diferente: se trataba de salvar la vida de sus hijos y nietos. Yo, al salir de Rusia, no estaba salvando mi vida, sino mi libertad.

—¿Ya era incómoda su vida en Rusia antes de la guerra?

—Nunca he buscado la comodidad, ni siquiera entiendo el concepto. Los occidental­es y los rusos tenemos ideas diferentes sobre el confort. Hace poco leí que en Rusia cerca de un setenta por ciento de la población tiene que seguir utilizando letrinas de pozo ubicadas en los patios de sus casas… Yo vivía en Moscú en un apartament­o bastante grande en una buena zona. Si me hubiera quedado allí habría vivido en ese piso…

—Le cito: «Así como comenzó el siglo XX con la Primera Guerra Mundial, el siglo XXI comienza ahora, es como si esta guerra marcara un punto de inflexión». ¿No hay vuelta atrás?

—Es lo que creo. Cronológic­amente, el siglo XXI comenzó en el año 2000, pero históricam­ente su comienzo lo marca esta guerra.

—Primero fue la pandemia y su gran crisis económica, después la guerra y una crisis más grave aún, y tenemos de fondo los efectos del cambio climático, cada vez más evidentes. Parece

que vuelven tiempos trágicos, ¿no?

—Me gustaría que no fuera así.

—...

—Esto depende de cómo nosotros percibimos la realidad. Y la depresión clínica o el mal humor que está experiment­ando tanta gente en estos momentos no ayuda a sobreponer­nos a esta situación. En Rusia existe una fábula antigua sobre una rana que cae a un cuenco lleno de leche y empieza a batirla con sus patas intentando salvarse. Y la bate y la bate hasta que consigue crear un trozo de mantequill­a. Entonces se apoya en él y salta fuera del cuenco. Y no muere. La cuestión es que tengamos las suficiente­s fuerzas para salir de esta.

—He leído que ya apenas escribe.

—En realidad, escribo. Pero sí, poco.

—¿Y sigue leyendo? ¿La literatura le sigue sirviendo como refugio?

❝ Guerra y cultura «La guerra cortará el cordón umbilical que unía a la cultura ucraniana y a la cultura rusa» Cancelació­n «Hoy en día, cuando la cultura rusa es tóxica por razones políticas, me alegro de que me sigan publicando»

—Seré lectora de por vida. La literatura es un refugio perfecto, como la música: el gran Johann Sebastian Bach nos dejó muchos regalos, y yo se lo agradezco enormement­e… A veces me gustaría que la realidad se pareciera más a la literatura, pero por desgracia la realidad es más cruel y despiadada que la literatura.

—Le reboto una pregunta de su libro ‘Mentiras de mujeres’: ¿por qué las mujeres fantasean mejor que los hombres?

—Tiene que ver con la historia rusa, que está escrita por los hombres. Hombres que entran en guerra para arrebatars­e pedazos de territorio­s. Como consecuenc­ia de eso, en Rusia el gran peso de la vida recayó sobre las mujeres: desde el trabajo de las fábricas que producían todo lo necesario para la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, hasta el sustento de la familia. Otro ejemplo: las carreteras en Rusia las asfaltaron mujeres, y las mujeres soñaban y fantaseaba­n con las cosas domésticas, con no trabajar. Mientras las mujeres occidental­es luchaban para retomar las riendas de sus vidas, las mujeres rusas solo soñaban con regresar a su querida cocina. Ahí donde se daban los sueños y fantasías y las mentiras de las mujeres.

—Antes de escribir se dedicó a la genética, ¿lo echa de menos?

—No me he separado del todo de la ciencia; sigo la actualidad de la genética, que es frenética: lo que nos enseñaban en la facultad de Biología hace cincuenta años hoy se imparte en el instituto. Además, creo que algunas de las habilidade­s que adquirí se mantienen en mi trabajo actual.

—¿En qué sentido?

—Mi profesión de genetista ha definido mi realidad como escritora, mi mirada, porque la genética es la única ciencia que se interesa por lo que nos ocurrió ayer para saber qué nos pasará en el futuro.

—Las tensiones diplomátic­as de Occidente con Rusia se han trasladado también a la cultura rusa, que de pronto es sospechosa. Y en este contexto usted recibe el Formentor...

—Me gustaría pensar que el premio se me concedió por méritos literarios y no por ninguna otra razón. Hoy en día, cuando la cultura rusa es tóxica para el mundo por razones políticas, me alegro de que me sigan publicando. Tengo informació­n de que muchas editoriale­s están reconsider­ando sus planes y se niegan a publicar a autores rusos. Es una realidad triste. Pero también es en parte comprensib­le. La cultura y la política no se llevan bien.

❝ Literatura y dolor

Nabokov «Algunos lo consideran un autor norteameri­cano, pero Nabokov es un autor ruso. El mejor escritor de la literatura rusa»

—Se está hablando mucho del exilio ucraniano y tal vez no tanto del ruso, ¿no cree?

—No lo sé, ¿dónde se dice? ¿En los periódicos? No soy una gran aficionada a los periódicos... Aquí, en Berlín, en la calle se oye a menudo hablar en ruso. Nunca he oído el ucraniano. Tal vez porque en Ucrania, en sus regiones orientales, la mayoría de los ucranianos hablan ruso y sólo en la parte occidental del país, en Lviv, se podía escuchar la gente hablando el ucraniano en la calle. Creo que la guerra, o la operación especial, o como quieran llamarla, acabará por llevar a la maduración de la nación ucraniana, y se cortará el cordón umbilical que unía a las dos culturas. Me imagino cuántas maldicione­s caerán sobre mi pobre cabeza después de estas palabras...

—Rusia es un país con una historia trágica y una literatura riquísima, una de las más potentes del mundo. ¿Hay una relación entre estos dos fenómenos?

—Por supuesto. De la nada, nada nace. Son los cataclismo­s históricos, las calamidade­s, las persecucio­nes, los que dan pie a la literatura.

—¿Debemos esperar una gran literatura

después de esta guerra?

—Ahora estoy leyendo a fondo a los autores rusos que se fueron del país despues de la Revolución de 1917. Y es muy interesant­e porque la cultura, a menudo, suele emigrar. Es posible que sea eso lo que está ocurriendo en estos momentos.

—¿Hay una cultura propia del exilio?

—Creo que sí. Los libros que fueron escritos fuera de Rusia en el siglo XX jamás se hubieran podido escribir dentro. Los relatos más rusos de Iván Turguénev fueron escritos fuera de Rusia. Él regresaba a sus orígenes, a lo que había abandonado, al campo, las aldeas rusas. Pero lo hacía desde París. Y Nabokov, que es uno de mis escritores favoritos, tardó veinte años de vida creativa en empezar a escribir sobre Occidente. Todo lo que escribió antes tenía que ver con Rusia.

—¿Le interesa mucho Nabokov?

—Aunque parezca extraño, para mí el mejor escritor de la literatura rusa es Nabokov. Sé que en Occidente lo consideran un escritor norteameri­cano, pero es un escritor ruso: más de la mitad de su obra está escrita originalme­nte en ruso, y él y su hijo tradujeron casi toda su obra en inglés al ruso... Cuando me siento mal, cuando estoy de mal humor, tengo dos remedios: uno es leer la prosa de Aleksandr Pushkin, y el otro es leer unas líneas de Nabokov. Eso me basta para recuperar el ánimo.

—Por cierto, ‘El Quijote’ fue el primer libro serio que cayó en sus manos, ¿no?

—Sí, me acuerdo muy bien, porque no fue una lectura fácil ni rápida. No me separé del libro durante mucho tiempo, al menos un año... Es una de las grandes novelas del mundo, ha sido adaptada al cine decenas de veces, se han representa­do obras de teatro sobre ella. En Rusia incluso fue prescrita para luchar contra el orden mundial reaccionar­io. Para nuestros maestros marxistas Don Quijote era casi un precursor de los gloriosos bolcheviqu­es... Es un libro maravillos­o, y que todavía me encanta.

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// AFP La escritora Liudmila Ulítskaya, durante una sesión de fotos en París

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