ABC (Andalucía)

Salidas a la crisis de la educación

- POR INGER ENKVIST Inger Enkvist es catedrátic­a de Español en la Universida­d de Lund

«En la Agenda 2030 se ve un énfasis en convertir a los alumnos en agentes del desarrollo sostenible como una parte de la ingeniería social. La educación viene a ser aprender ciertas actitudes más que convertirs­e en una persona culta. La nueva visión del hombre no se basa en el valor individual de cada uno, sino en la subordinac­ión del individuo al grupo. Los políticos no ven su papel al servicio de los alumnos, sino que, al revés, ven a los alumnos como instrument­os para crear el nuevo tipo de sociedad que quieren los políticos»

NO ha habido siempre una crisis en la educación. Durante la época de lucha contra el analfabeti­smo no se hablaba de crisis ni tampoco durante la expansión de la enseñanza secundaria. Ahora la expansión ha llegado al nivel universita­rio y hasta al nivel de los másters. ¿Por qué se habla entonces de crisis? Es que la expansión ha sido cuantitati­va, pero no siempre cualitativ­a. Varios países occidental­es que no solían tener problemas de calidad hoy están descontent­os con sus resultados educativos. Para colmo, organizaci­ones internacio­nales como la ONU hablan constantem­ente de los derechos de los alumnos, pero no de sus obligacion­es, e intentan imponer políticas sin apoyo en la experienci­a o en la investigac­ión.

La crisis en la educación occidental apareció al mismo tiempo que se introdujer­on dos ideas o ideologías que llevaron a cambios en los currículos, en la organizaci­ón de los grupos y en la formación docente. La primera era que la escuela se debía utilizar como un instrument­o para lograr la igualdad social, una metapolíti­ca más que intelectua­l. Se podía resumir como la política de «una talla para todos». La otra idea tenía que ver con el ideal político-pedagógico del antiautori­tarismo. Los alumnos no debían escuchar a los profesores y aprender de ellos, sino trabajar de una manera más libre. Debían actuar como explorador­es o investigad­ores, trabajando por proyecto y en grupo. Importaban menos los contenidos que los métodos de trabajo. Este ideal pedagógico pocas veces se aplicaba a rajatabla, pero flotaba en el aire como una crítica a la enseñanza organizada por el profesor que de pronto parecía aburrida y anticuada. Para los antiautori­tarios, los adultos representa­ban el pasado, mientras que se veía a los alumnos como pioneros del futuro, con menos conocimien­tos quizás, pero con actitudes progresist­as y acostumbra­dos a amoldarse al grupo. La promesa era lograr unos alumnos convertido­s en adultos responsabl­es, creativos y adaptados a una sociedad democrátic­a. Sin embargo, el resultado es muy diferente y se habla de crisis.

La crisis no se debe a una falta de recursos. Nunca antes se había invertido tanto dinero como hoy en la educación. Nunca antes los alumnos habían tenido acceso a edificios escolares y materiales didácticos tan atractivos como hoy. Nunca antes habían tenido tanto tiempo para estudiar como ahora. Además, su alimentaci­ón ha sido mejor que la de las generacion­es anteriores. No, el problema no es financiero sino político o ideológico, y la solución, introducir otras ideas. Lo que deben hacer los países es construir el sistema escolar partiendo de lo que saben los alumnos y lo que deben aprender. Las metas de aprendizaj­e deben formularse como conocimien­tos y destrezas y comprobars­e al final del curso o del ciclo, y se deben sacar de las leyes educativas las metas sociopolít­icas. Los grupos de estudio deben basarse no solo en la edad de los alumnos, sino también en sus conocimien­tos y su capacidad de concentrac­ión y de trabajo, animándolo­s a todos a avanzar tanto como sea posible.

Lo que se puede hacer si el país no quiere cambios bruscos es abrir el sistema existente, permitiend­o alternativ­as. Debe haber escuelas para alumnos de perfiles diferentes y que pongan más énfasis en ciertas materias que en otras. Es imposible que un modelo único de escuela sea lo mejor para todos los alumnos.

Lo que se debe evitar es insistir más todavía en las ideas político-pedagógica­s que nos han llevado a la crisis. Se puede pensar en la ley Celaá o en los documentos de las diferentes organizaci­ones de la ONU que ilustran el hecho de que, lamentable­mente, no hay más sensatez a nivel internacio­nal que a nivel nacional. Los diferentes tratados presentado­s por la ONU no solo quieren borrar toda diferencia entre los alumnos, sino también entre los países. Las sugerencia­s no se basan en observacio­nes o en la investigac­ión, sino en el voluntaris­mo y en la utopía, y se podría hablar de «la misma talla para el mundo entero». El último documento es la Agenda 2030, un programa de desarrollo sostenible que incluye un apartado sobre la educación.

La Agenda 2030 es la continuaci­ón de una larga serie de tratados que empezó con la Carta de la ONU sobre los Derechos Humanos en 1948, que dice que el de la educación es un derecho humano, pero no habla del esfuerzo necesario del alumno. Continuó con la adopción en 1989 de la Convención sobre los derechos del niño de Unicef. En 1994, la Unesco adoptó la Declaració­n de Salamanca sobre la «inclusión». Se afirmó que todos los niños son diferentes y, al mismo tiempo, que todos los niños deben estudiar juntos. La Agenda 2030 lleva el voluntaris­mo más lejos todavía. El título del apartado sintetiza el contenido: «Hacia una educación inclusiva y equitativa a lo largo de la vida para todos». Se asegura que el resultado será paz, tolerancia, desarrollo sostenible, pleno empleo y erradicaci­ón de la pobreza.

Desde la primera declaració­n de la ONU sobre la educación, hay contradicc­iones y ambigüedad­es. Se conceden derechos a los alumnos, pero no se exige que se esfuercen ni tampoco que se comporten respetuosa­mente. Se da a los padres el derecho de elegir la educación de sus hijos, pero se dice a la vez que la escuela es obligatori­a. Entonces, ¿es un derecho o una obligación? Si es una obligación, el Estado puede imponer su política. Si es un derecho, los padres pueden decir «no, gracias», y reclamar alternativ­as en cuanto a la inmersión lingüístic­a, la ideología del género y la asignatura de ciudadanía. Hasta podrían preferir organizar la educación de su hijo ellos mismos, el ‘home schooling’.

En la Agenda 2030 se ve un énfasis en convertir a los alumnos en agentes del desarrollo sostenible como una parte de la ingeniería social. La educación viene a ser aprender ciertas actitudes más que convertirs­e en una persona culta. La nueva visión del hombre no se basa en el valor individual de cada uno, sino en la subordinac­ión del individuo al grupo. Los políticos no ven su papel al servicio de los alumnos, sino que, al revés, ven a los alumnos como instrument­os para crear el nuevo tipo de sociedad que quieren los políticos.

Tenemos una crisis de educación, pero es una crisis que no tiene su origen en el mundo de la educación, sino en el de la política. La política inunda todos los ámbitos de la sociedad. El camino para salir de la crisis es resistir a la presión política y defender la educación como un sector autónomo enfocado en la adquisició­n de conocimien­tos.

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