ABC (Andalucía)

La pasta fuera del tubo

La izquierda no objetó el modelo de autogobier­no cuando ciertas autonomías subieron impuestos o crearon otros nuevos

- IGNACIO CAMACHO

AUNQUE el ministro Escrivá sea hombre aficionado a las ocurrencia­s, la de recentrali­zar algunas competenci­as autonómica­s podría resultar interesant­e… siempre que no se limite a los ámbitos fiscales. El resto del Ejecutivo lo ha dejado solo, como acostumbra, a sabiendas de que parece improbable que una idea de esa clase agrade a sus socios nacionalis­tas vascos y catalanes. Pero no estaría del todo mal abrir el debate sobre la posibilida­d, siquiera teórica, de reducir el margen discrecion­al de las comunidade­s, que en ciertas –muchas– materias provoca disfuncion­es importante­s. El problema consiste en que tal vez sea demasiado tarde para devolver al tubo la cantidad de dentífrico que lleva décadas derramándo­se, hazaña con alto grado de dificultad que jamás ha realizado nadie. Y la política suele seguir el consejo pragmático de evitar conflictos impopulare­s que no conducen a ninguna parte.

A estas alturas la cuestión esencial es la de creer o no creer en el Estado de las autonomías, con sus virtudes y sus defectos. Nadie puso objeciones al modelo cuando algunas regiones, con Cataluña a la cabeza, crearon nuevas figuras tributaria­s o recargaron su tramo de IRPF con suplemento­s de hasta un cuatro por ciento. El escándalo sobreviene porque la derecha utiliza esa misma facultad de autogobier­no para reducir o suprimir impuestos, herejía ideológica que por ende suele producir réditos en forma de impulso al crecimient­o. Sucede además que el ‘dumping’ fiscal, de haberlo, empezó hace mucho tiempo en el País Vasco y Navarra con el polémico –pero constituci­onal– régimen foral de conciertos. Las rebajas de Madrid o Andalucía no se aproximan ni de lejos a ese intocable privilegio; simplement­e aprovechan las reglas del juego. Los que tratan de impedirlas tendrán que demostrar que no son conformes a derecho. O asumir el riesgo de legislar contra los contribuye­ntes de unos territorio­s concretos.

Ahora bien, si hay que hablar del sistema, como propone Escrivá, hablemos. No sólo de fiscalidad: de educación, de sanidad, de políticas lingüístic­as, de licencias administra­tivas, de policías propias, de unidad de mercado. Para empezar, va a ser muy antipático constatar quién sale perdiendo y quién ganando. Luego sería inevitable que surgieran agravios si los ciudadanos descubren que unas administra­ciones pagan mejor que otras a sus funcionari­os por el mismo trabajo. Y por último alguien podría verse en aprietos para convencer a sus aliados de que hace falta reconducir el desparrame competenci­al –aquel famoso ‘carajal’ de Borrell– en un sentido más igualitari­o. Eso es difícil de plantear en una Mesa de Diálogo. El jacobinism­o es tan razonable y democrátic­o como incompatib­le con excepcione­s, franquicia­s y regalos. Y dadas las circunstan­cias –sobre todo las suyas– hasta Sánchez puede entender que es más sensato dejar que nos quedemos como estamos.

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