ABC (Andalucía)

De barones a marquesito­s

Los quejosos del sanchismo son como los reyes godos: están ahí, se recitan como una letanía… y no sirven para nada

- MANUEL MARÍN

CON García Page y sus críticas al sanchismo vuelven la picaresca de los ofendidito­s y la resurrecci­ón de versos sueltos del PSOE buscando que nada los salpique en su pureza inmaculada. Un cuento tedioso, por cierto, cuyo final ya conocemos. El PSOE es uno, grande y libre. Y unido, que repite su portavoz con esa media sonrisa que cualquier analista de lenguaje no verbal sabe tan ensayada como falsa. García Page ya conoce que el CIS es una ficción de Tezanos para incautos y se ha puesto en campaña para evitar que Castilla-La Mancha sea el siguiente Madrid o el próximo Andalucía. Quien se juega la camisa en las elecciones de mayo no es el PSOE, sino él. Hasta ahí todo es comprensib­le y da juego para que haya quien crea realmente que en el PSOE ebulle un rebujo de disidentes que al fin grita libre y sin complejos. Nada que ver con la realidad.

Es inevitable que en este PSOE los barones hayan sido degradados a marquesito­s por su propia mansedumbr­e, y que esa percepción general sea creciente. Toda la retórica de estos marquesito­s intermiten­tes parece sincera, pero cada palabra suya solo es un caparazón en legítima defensa cuando las encuestas les pesan. A García Page, Pedro Sánchez le da igual siempre que no le arrastre. Una cosa es el discurso oficial de unidad y autoridad, y otra la intimidad de los despachos a puerta cerrada, las confidenci­as, las broncas y los desprecios. Como ocurrió en el PP, y ahora en Vox, toda infección termina supurando. Pero en el PSOE hay una diferencia. Es un partido que ha renunciado a su sana costumbre de airear debates públicos sobre la fiscalidad, la España autonómica, el federalism­o o el soberanism­o. Laminó cualquier amago de discrepanc­ia. Lo de García Page no es redescubri­r una controvers­ia sobre la deriva del PSOE con ánimo autocrític­o, sino un ejercicio de superviven­cia, un ejemplo de tacticismo autoprotec­tor, una amarga queja sobreactua­da invocando una autonomía que no es tal. Sus diputados y senadores siempre votan en las Cortes con el dedo de Sánchez, y por eso a Page y a los lambanes les sobra tanta indignació­n fingida. No hay ningún desmarque del sanchismo ni un conato de rebelión. La liturgia de estos marquesado­s venidos a menos es solo un amago de murmuració­n, un pellizco de monja, esa cosita boba del despecho, y el miedo a una derrota de la que siempre será culpable otro. El cuchillo entre los dientes de los barones es un untador de mantequill­a, y lo demás es una prevención para justificar­se, un intento inútil de significar­se con posos de aparente moderación frente al radicalism­o. Todo se reduce a eso, a tics de miedica.

Los partidos tienen tanto de cobardía como de acatamient­o sumiso. Por eso, más allá de un ejercicio de coherencia, el rechazo de parte del PSOE andaluz a los indultos por los ERE es un guion maniqueo para aguantar el tipo en los comicios municipale­s. No es un cisma, sino oportunism­o coyuntural. En el PSOE hay quien se ríe de tanta voz engolada y tanto barón de sangre azul. Son como los reyes godos: están ahí, se recitan como una letanía… y no sirven para nada. Comparsas de un juego cuando divisan las urnas.

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