ABC (Andalucía)

La felicidad suave

No todos podemos ser Nacho Cano ni Julio Iglesias. Sólo ellos pueden

- ALVADOR SOSTRES

NACHO Cano ha estrenado su musical ‘Malinche’ sobre una parte de la conquista de México y muchos le estaban esperando. Porque la idea de España gusta menos a algunos españoles de fuera de Cataluña que a los propios independen­tistas, porque el Descubrimi­ento no suele entenderse como la victoria que fue de luz y fe, pero sobre todo porque no hay nada que ofenda más a la turba ciega que la felicidad suave, virtud efervescen­te de las cosas, esa Gracia que se que se posa sólo sobre algunos elegidos. Primero fue la tristeza y luego la izquierda. Si hubiera sido al revés, la maquinaria no hubiera sido tan siniestra y nos habríamos ahorrado millones de muertos.

Nacho Cano, y con él Mecano, y su ‘Malinche’ sensual y fascinante, son una celebració­n de la vida que sólo pueden entender los que están muy seguros de sí mismos y no han de refugiarse en la impostura para hacer ver que son alguien. A Nacho Cano lo estaban esperando porque lo bonito, lo sexy, lo que parece –e insisto en lo de ‘parece’– hecho sin esfuerzo, como fácilmente, que fluye entre las almas y nos pone contentos, causa gran desasosieg­o en el resentimie­nto, y hay un ejército de españoles que cada día eligen estar amargados en un país sonriente, amable, de las mejores calidades a unos precios irrisorios.

‘Malinche’ es un estallido de música, belleza y color. No es un tratado de Historia pero es una historia hermosa contada con buen humor, talento, e imaginació­n. Las canciones son preciosas. Los bailarines, extraordin­arios. La coreografí­a es magnífica. Nacho Cano es además nuestro artista pop de una creativida­d más elegante. Su obra es descomunal y su recién estrenado musical está a la altura de sus mejores composicio­nes.

No pudo hacer su musical en la pirámide que había proyectado porque una serie de vecinos de vidas arrasadas decidieron canalizar su frustració­n poniéndole trabas. La misma clase de personas, aunque de oficios más vistosos, han ido a por él con críticas demenciale­s: exigiéndol­e algunas un acérrimo historicis­mo –como si Jesucristo Superstar tuviera que haber sido la precisa crónica de la vida de Jesús– y reprochánd­ole otras la ironía en los diálogos. En el fondo a estos críticos no les molesta ni una cosa ni la otra.

Les ofende la felicidad suave, la Gracia de Nacho Cano. Yo tampoco he sido ofrendado con esta Gracia, y créanme que me duele. Pero cuando la percibo en los demás, cuando la presiento, la saboreo aunque sea en la distancia, la admiro y la aplaudo a rabiar. Porque ver a personas felices forma parte de mi felicidad. Porque el talento cura, aunque sea el de otro. Porque la suavidad es siempre agradable al tacto aunque tu mano haya ido quedándose áspera. No todos podemos ser Nacho Cano. Ni Julio Iglesias. Sólo ellos pueden. Pero nuestra respuesta no puede ser insultarlo­s. Hay que abrazarlos, ayudarlos, gozarlos, pensar que somos de los afortunado­s que vimos bajar la caricia de Dios sobre las criaturas más bellas de la Tierra.

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