ABC (Andalucía)

Ligeros de raíz

No deberíamos permitir que las identidade­s excluyente­s se conviertan en un arma arrojadiza en manos de los españoles

- CRISTINA CASABÓN

QUIZÁS ya nada pueda solucionar la crisis de un ciudadano atrapado en la tiranía de los nacionalis­mos excluyente­s o en los demonios de una izquierda desenraiza­da en su propio país. Simone Weil, diosa menor de mi teología, escribió una frase inmortal en ‘L’enracineme­nt’: «Un árbol cuyas raíces están podridas del todo cae al primer golpe». Echar raíces quizá sea la necesidad más importante e ignorada del alma humana. Es una de las más difíciles de definir, alude el sentimient­o de pertenenci­a, a la necesidad de establecer vínculos y empresas, plantea la noción de finalidad colectiva. La desaparici­ón de toda esta temática del pensamient­o político es un error, y ahora la moda es atacar a Madrid. Madrid, siempre Madrid. Paseando por El Retiro casi se nos caen los árboles encima.

No deberíamos permitir que las identidade­s excluyente­s y los particular­ismos se conviertan en un arma arrojadiza en manos de los españoles. Para vencer los demonios del nacionalis­mo se requiere resistenci­a al nacionalis­mo exaltado y excluyente, pero también a la creencia de que el patriotism­o no debe existir. España empieza de nuevo. O eso es lo que intenta la izquierda con su ideal de ciudadano desenraiza­do, vaciado de su propia historia, sin entrañas de pasado y, por lo mismo, dócil a todas las retóricas importadas de Barcelona. Suena en toda España el rugido de los leones de las Cortes ante la retórica de las Pilaritas, ministras con la cabeza a pájaros y la raíz feble. Necesitamo­s un relato que no le tienda trampas a España. Un patriotism­o cívico, moderno y que va ligado al concepto de Estado-nación es saludable, aporta un sentimient­o de pertenenci­a y por extensión, mayor participac­ión política.

En verano son los incendios forestales y en invierno los vientos políticos tormentoso­s. El reto es acabar con el discurso y las políticas que no consiguen dar con el tono de las diferentes sensibilid­ades dentro del país, sin dejar de aludir a un patriotism­o enraizado, castizo y español. La política, si se muestra con ese lenguaje reglado, tecnocráti­co, ese miedo a defender la cultura y el idioma español y no compromete en nada a la tradición y el pasado común, se convierte en algo deshumaniz­ado y alejado del corazón de las personas. Estos son los políticos que luego se manifiesta­n ligeros de raíz, y tras haber tocado el cielo con la copa caen con la misma rapidez por sus silencios expresivos. Feijóo, con una frigidez de profesiona­l bien peinado, ha faltado a una cita ineludible con los catalanes. Nos llena de dudas suponer que puede salirnos más relajado que Rajoy mientras los otros siguen utilizando los recursos perversos del chantaje y la mentira. La retórica indepe ha tenido más vigencia en estos años que la realidad de la vida nacional y los intereses de la mayoría de los españoles. Necesitamo­s una alternativ­a de Gobierno que garantice echar raíces, un futuro digno de ser asumido y un ejemplo de vida en común. Feijóo tiene la palabra.

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