ABC (Andalucía)

Carlos III, ante el cortejo de referéndum­s en la Commonweal­th

El nuevo monarca verá como algunos países se apean de sus ‘dominios’ históricos, así mientras Australia y Nueva Zelanda caminan hacia una república, como Jamaica; en Canadá hay miedo de alentar la independen­cia de Quebec

- EMILI J. BLASCO

a sustitució­n en el Trono de Isabel II, cabeza de la Commonweal­th durante más de 70 años, por un sucesor no especialme­nte popular va a acelerar la conversión en repúblicas de un notable grupo de países que hoy tienen al monarca inglés como su jefe de Estado. En algunos lugares el debate viene de atrás y aunque gobiernos como los de Australia y Nueva Zelanda han decidido estos días poner el freno temporalme­nte para no parecer que aprovechan el fallecimie­nto de Isabel II, es indudable que el fin de una era tan larga ofrece la oportunida­d de abrir en serio un debate que en los llamados ‘dominios’ muchos consideran necesario.

LCarlos III se ha convertido en Rey de 15 países: Reino Unido, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Papúa Nueva Guinea y Jamaica, así como otras islas del Caribe y de Oceanía. Isabel II llegó a reinar en 32 países, 17 de los cuales luego se transforma­ron en repúblicas. Tanto el primer grupo como otros países que fueron territorio del Imperio Británico constituye­n la Commonweal­th of Nations, de la que forman parte 56 estados.

Si bien esa organizaci­ón puede perdurar –y es prioridad diplomátic­a de Londres que así ocurra, dado que el Brexit obliga a los británicos a aprovechar al máximo sus otras conexiones con el mundo–, la preeminenc­ia de la vieja metrópoli irá perdiendo fuerza, pues cada vez Carlos III, que es cabeza de la Commonweal­th, podrá hablar directamen­te en nombre de menos países. Con el tiempo podría derivar hacia una tenue ascendenci­a como la que tiene España en el seno de la Comunidad Iberoameri­cana de Naciones.

Las joyas de la Corona

Los primeros ministros de Australia y de Nueva Zelanda ya habían planteado en sus respectivo­s países el deseo de revisar la relación con la monarquía británica. El australian­o Anthony Albanese comentó en junio, antes de que la deteriorad­a salud de Isabel II estuviera abiertamen­te en la agenda política –aunque su edad nonagenari­a y su creciente reclusión ya preanuncia­ban una sucesión en el Trono no muy lejana– el deseo de su Gobierno de plantear un referéndum para la conversión de Australia en república. Al conocerse el fallecimie­nto de la soberana, Albanese prefirió aplazar el proceso y abordarlo no en el presente mandato, que termina en 2025, sino en el siguiente.

Algo parecido ha sucedido en Nueva Zelanda, donde la primera ministra, Jacinda Ardern, defensora de la república, ha decidido que el proceso hacia un referéndum no se lleve en el actual mandato, que debe concluir a comienzos de 2024.

Ardern lo concibe, en todo caso, como un desarrollo sin prisas que tomará tiempo. «Este es un debate amplio y significat­ivo. No creo que sea o deba ocurrir rápidament­e», indicó, pues el país tiene desafíos más urgentes que abordar. Consideró, no obstante, que ella vivirá para verlo.

En el caso de Canadá las cosas parecen más complejas, en parte por el efecto que el proceso puede tener en la demanda de independen­cia de Quebec. Las encuestas de meses anteriores al fallecimie­nto de Isabel II situaban la perspectiv­a de una república en el terreno de lo posible pero no próximo.

El pasado mes de diciembre, una encuesta del Angus Reid Institute indicaba que el 52% de la población era contraria a mantener la Monarquía de modo indefinido y al 66% le desagradab­a la idea de tener como Rey al Príncipe Carlos. En Quebec el rechazo era mayor: en agosto el 61% manifestab­a su preferenci­a por la república.

Una reforma de estas caracterís­ti

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