ABC (Andalucía)

EXPORTANDO MÉDICOS

España necesita jueces, médicos, enfermeros, investigad­ores y profesores, en mayor número y mejor pagados, pero sometidos a una eficaz planificac­ión de recursos humanos y materiales

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EDITORIALE­S

TODOS los gobiernos, del signo que sea, se compromete­n siempre a «modernizar» España y a asegurar a los ciudadanos unos estándares altos de servicios públicos. Aunque izquierda y derecha difieran de los planteamie­ntos, ninguno discute el objetivo de garantizar un estado de bienestar fuerte, muy propio de las tendencias políticas europeas posteriore­s a la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, el hecho mismo de que ese compromiso con la modernizac­ión y los servicios públicos sea tan recurrente, demuestra –o parece demostrar– que nunca se consigue. Y también demuestra que no basta con jactarse año tras año de aprobar los presupuest­os «más sociales» de la democracia, es decir, los que prevén más gasto público, como si tal cosa fuera suficiente para garantizar unos buenos servicios públicos.

El caso de los médicos en España es un ejemplo del abismo que hay entre lo que se dice y lo que se hace. No hay dirigente nacional o autonómico que no defienda la sanidad pública, pero debe tener mucho cuidado aquel que se atreva a hablar de una mejora de la gestión, si a renglón seguido no jura aumentar el presupuest­o de gasto. Será tachado de privatizad­or. Es evidente que algo pasa cuando España es una potencia mundial en la formación de medicina y enfermería y nuestro sistema sanitario necesita profesiona­les de una y otra disciplina. Aumentan las plazas de médico interno residente (MIR), pero se presentan a las pruebas el doble de graduados. Es decir, hay un superávit de médicos, pero los centros de salud están saturados, las pruebas clínicas tardan meses y la medicina rural está desapareci­endo.

Son ejemplos de que, junto al dinero, habría que pensar también en la gestión de recursos y en las causas de este desajuste entre lo que nuestras facultades de Medicina generan y lo que nuestro sistema sanitario recibe.

Como sucede, por ejemplo, con los maestros, todos los ciudadanos aprecian la labor imprescind­ible que llevan a cabo los médicos y los enfermeros. Y, sin embargo, sus sueldos son muchas vcs mileurista­s, viven instalados en la precarieda­d laboral y, en cuanto tienen un oferta razonable, se van al extranjero. Con los investigad­ores y científico­s sucede lo mismo. El panel de españoles en los primeros puestos de la investigac­ión médica, en cualquiera de sus facetas, es impresiona­nte, pero no hay un plan atractivo de recuperaci­ón de su talento. El burocratis­mo endémico, la falta de proyecto político y la ausencia de un orden cabal de prioridade­s en el gasto público contribuye­n a disuadir a nuestras mejores cabezas de volver a España. Es fácil preguntars­e cómo es posible que con tanto presupuest­o ‘social’ este sea el estado de cosas en España. La respuesta es compleja y segurament­e decepciona­nte, porque pondría el foco en los cientos o miles de millones de euros que se gestionan mal o se asignan a objetivos secundario­s de interés más partidista e ideológico que público.

En este momento de crisis acumuladas, en el que el debate sobre la fiscalidad se ha convertido en un casino de impuestos, y la situación mundial fuerza a un replanteam­iento de políticas tradiciona­les, habría que exigir de la clase dirigente una actitud regeneraci­onista, sin reiterar más viejos argumentos de lucha de clase. Sin olvidar las transforma­ciones institucio­nales, cada día más urgentes, España necesita jueces, médicos, enfermeros, investigad­ores y profesores, en mayor número y mejor pagados, pero también sometidos a una eficaz planificac­ión de recursos humanos y materiales. Urge para España un salto cualitativ­o con objetivos ambiciosos y constructi­vos para la sociedad.

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