Sexo y pedagogía
Tal obsesión me suscita la sospecha de que algunos de estos obcecados por la educación sexual han debido tener problemas en su desarrollo y conocimiento
ESTOY asombrado porque, de repente, a un sector del Gobierno le ha entrado una mezcla de preocupación y entusiasmo para que los niños se conviertan, cuanto antes, en conocedores del sexo. Últimamente, una ministra ha apuntado a admitir las relaciones sexuales entre menores, siempre que sean consentidas, de tal manera que aquel susto de nuestra infancia, cuando éramos sorprendidos en actividades relacionadas con Onán, podrá ser neutralizado, porque el niño siempre podrá decir que está haciendo los deberes.
Tal obsesión me suscita la sospecha de que algunos de estos obcecados por la educación sexual han debido de tener problemas en su desarrollo y conocimiento, algún trauma, algún abuso, algún malentendido, qué se yo, y ahora quieren evitar en los demás lo que les sucedió a ellos de pequeños. Es la única explicación que me cabe para explicar un interés que parecía presentar comprensibles tintes ideológicos, pero que se muestra ya como una clara obsesión, acompañada de un cierto ofuscamiento.
A mí la educación sexual me parece muy importante, pero también me parece muy importante la educación alimentaria, y no creo aconsejable comenzar a dar clases intensivas de dietética en la pubertad para pasar, rápidamente, a la gastronomía y alta cocina en la adolescencia. Todo lleva su tiempo, y a nadie se le ocurriría enseñar la ecuación de segundo grado a un niño de diez años, como tampoco se le permite a un Mir que dirija una operación de trasplante. Pero es que, aparte de la adecuación de la edad y los conocimientos, por mucho empeño que pongamos los padres, los educadores y los ministros, el descubrimiento del sexo es una aventura claramente individual, de la misma manera que nuestra educación sentimental, como nos enseñó Flaubert, depende de la vida, no de que nos expliquen qué es la vida.
Además de ello, me extraña el manejo de los conocimientos sexuales en los niños como si se tratara del aprendizaje de la ebanistería, o de la electricidad del automóvil, o como, si de repente, la relación del individuo con la comida se basara fundamentalmente en conocer el funcionamiento del aparato digestivo.
No me cabe otra explicación que la de que han sufrido algún trauma relacionado con el desarrollo de su sexualidad, y puede que estén llenos de buenas intenciones para que ninguna niña pasara por lo que sufrieron ellas, pero mejor que para experimentos tan dudosos como las relaciones sexuales entre menores, que se pongan a ensayar algo tan insólito y desconocido con sus hijos, y dejen en paz a los hijos de los demás. Claro que recuerdo que una de estas chicas dijo que los hijos no eran de los padres. Es una opinión. Pero el responsable civil subsidiario del niño es su padre, y en ningún sitio dice que sean hijos de la Subsecretaría del Ministerio de Igualdad.