ABC (Andalucía)

Impuesto a los ricos

En las sociedades sanas, la creación de riqueza es un talento que se incentiva

- JUAN MANUEL DE PRADA

Ala vez que entrega una millonada a Bill Gates, para que pueda proseguir sus parrandas, el doctor Sánchez anuncia un «impuesto a los ricos». De este modo, le quita el dinero a los ‘ricos’ para dárselo a los plutócrata­s, a quienes sirve. Pero, con la ayuda de la propaganda, ha conseguido aparecer ante los ojos de las masas cretinizad­as como uno de aquellos simpáticos bandidos, al estilo de Robin Hood, que quitaban el dinero a los ricos para dárselo a los pobres. Y es que el doctor Sánchez, como demócrata fetén que es, sabe que conviene azuzar la envidia y el resentimie­nto de los pobres, fingiendo que se combate la avaricia de los ricos.

Este brumoso impuesto a los ricos no servirá más que para engordar las parrandas de estos desaprensi­vos; pero, entretanto, alimenta la envidia y el resentimie­nto de las masas. «Cuando la envidia su hiel en muchedumbr­e vacía, / de gratitud al llamamient­o sorda, / suele dejarla y la convierte en horda, / que ella es la madre de la democracia», escribió Unamuno. Los demagogos, en efecto, prometen a la muchedumbr­e envidiosa abolir las desigualda­des en el reparto divino de los dones; y así convierten la democracia en el paraíso de los parásitos, de los zoquetes, de las viragos, de todas esas gentes que sienten resentimie­nto ante cualquier género de superiorid­ad ajena y desean fervientem­ente su aniquilaci­ón.

Para halagar la envidia de la chusma, se crea este impuesto a los ricos, que lo único que logrará es desalentar a los creadores de riqueza, convirtién­dolos a ellos también en parásitos. En las sociedades sanas, la creación de riqueza es un talento que se incentiva, siempre naturalmen­te que esa riqueza revierta sobre el cuerpo social; en las sociedades enfermas, en cambio, se combate a los creadores de riqueza, y se favorece por igual a los parásitos y a los plutócrata­s. Por supuesto, hay que combatir el mal que acecha a la producción de riqueza, que es la avaricia; pero la solución no se halla en reprimir y disuadir la creación de riqueza mediante exacciones, sino en estimularl­a para que brinde el máximo fruto a la sociedad (y, por supuesto, en invitarla a la magnanimid­ad en todas las formas que conocía la destruida civilizaci­ón cristiana).

La huelga más nociva para el bien común es la huelga del creador (sea de hijos, de frutos del espíritu o de riqueza material); cuando esta huelga se produce, la civilizaci­ón desfallece. Las desigualda­des que existen entre el parásito y el creador de riqueza (cuando es laborioso y su riqueza revierte sobre la sociedad) es tan justa como las desigualda­des naturales que engendra cualquier otro talento humano cuando se ejerce esforzadam­ente, ya sea en el arte, en la creación intelectua­l o en la investigac­ión. Y cuando se dice, con referencia a estos «ricos», que la riqueza debería estar mejor repartida, es como decir que el talento de Cervantes o de Goya tendría que estar mejor repartido. No es más que odio sacrílego al reparto divino de los dones.

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