¿Y el crecimiento?
Se habla mucho de impuestos, pero antes de distribuir hay que crear la riqueza, y eso es cada vez más difícil
El 31 de marzo pasado, Jesús Fernández-Villaverde, catedrático de la Universidad de Pensilvania, dio una conferencia en la Fundación Rafael del Pino donde puso sobre la mesa el estancamiento de la economía española: «En 2021, el español medio produjo 23.000 euros y un poquito más, lo mismo que en 2005. Esta cifra está corregida por la inflación. En otras palabras, desde 2005 hasta hoy, nuestra economía no ha crecido. Son 16 años. Ya no estamos hablando de una década perdida, vamos camino de las bodas de plata de carencia de crecimiento económico». Entre tanto, otras naciones con las que solemos compararnos sí han crecido en ese lapso. JF-V daba los datos: Irlanda, un 79%; Alemania un 18,7%; Estados Unidos un 17%; Japón un 7,8%, Portugal un 7%. Nosotros, cero patatero.
Lo alarmante es que el crecimiento no esté en el centro del debate político en España. Es verdad que ha desaparecido de los debates a lo largo y ancho del globo. El expresidente Aznar, cuya salida del poder coincide con esta medición del estancamiento secular español, lo subrayaba el viernes pasado, tras volver de EE.UU., donde se celebraba la asamblea de la ONU: «La mayoría de los planteamientos que oímos no tienen nada que ver con el crecimiento».
Aunque no haya una correlación clara entre la carga fiscal y el crecimiento en las economías desarrolladas, la discusión sobre los impuestos tiene que ver con la prosperidad. El punto de vista de la economía neoclásica es que la riqueza debe ser producida antes de ser consumida o repartida, por lo tanto el debate sobre el crecimiento antecede al impositivo, aunque después el marco tributario lo distorsione.
En ese sentido, es muy interesante lo que ocurre en el Reino Unido. El viernes, el Gobierno de Liz Truss anunció la mayor rebaja fiscal en 50 años para que el país vuelva a crecer. Más de 50.000 millones de euros en un momento de recalentamiento inflacionario. Economistas como Lawrence Summers, han sostenido que Truss yerra porque reacciona a una crisis de oferta como si fuera de demanda. Lo mismo se puede decir de gobiernos como el español que mantienen el impulso fiscal en medio del alza de precios.
Truss ha dicho que «el debate económico durante los últimos 20 años ha estado dominado por discusiones sobre redistribución» y se presenta como una nueva Thatcher que liberará las fuerzas creativas del pueblo británico. El problema es que la realidad es distinta y compleja. Martin Wolf, en un artículo sobre «las consecuencias económicas de Truss», subraya que tras las desregulaciones de Thatcher y sus bajadas de impuestos, hubo muchas tareas que quedaron pendientes para sus continuadores y que afectan al crecimiento: «No liberalizaron la mayor distorsión de la economía, que es el uso del suelo. No transformaron las habilidades de la población, dificultadas por las condiciones en que crecen muchos niños. No abordaron los defectos en el gobierno corporativo, que sesga el gasto en contra de la inversión…». Parece que hablara de España.