ABC (Andalucía)

Mancebas y mancebos

«Fascismo sería cualquier intento de responder a las grandes cuestiones de otro modo al marxista»

- IGNACIO RUIZ-QUINTANO

todos esos ratones que no nos dejan dormir royendo lugares comunes en su guerra de almohadas contra el fascismo: en los Estados de Partidos todos los partidos, todos, son fascistas, dicho sea con la misma vehemencia que la empleada por Barthes cuando en su lección de ingreso en el Collège de France (enero del 77, ‘oh mon Dieu!’) dijo «todo lenguaje es fascista».

En la democracia representa­tiva (la americana, y se acabó) los partidos son intermedia­rios de la sociedad (al menos hasta el triunfo del «totalitari­smo invertido» acuñado por Wolin). Pero en la «democracia liberal», como llaman los liberalios al Estado de Partidos europeo, convencido­s de que así lo arreglan, los partidos son órganos del Estado: todo en el Estado, todo por el Estado, nada sin el Estado. Para los europeos, el totalitari­smo es un estado del espíritu (y de lo otro), y todos somos totalitari­os sin saberlo, como descubrimo­s al ver a nuestros vecinos aplaudir en el balcón a los carceleros de su confinamie­nto ilegal, el mayor crimen político que puede cometer el poder contra su propio pueblo, con

Alas consecuenc­ias (ninguna) que ya hemos visto.

Porque, señores (y miro a esos yesaires del periodismo que están con la llanilla alisando los pegotes que se tiran los políticos del teatrillo), ¿qué cosa es el fascismo?

En la primavera del 44, Russell, el único intelectua­l europeo que nunca figuró en la nómina del Congreso por la Libertad Cultural de Michael Josselson (hoy, Tanques de Pensamient­o), quería regresar de América a Inglaterra, pero no había pasajes y fue a la Embajada. Dijo: «Admitirán ustedes que ésta es una guerra contra el fascismo». «Sí», le contestaro­n. «Y admitirán también que, en esencia, el fascismo es la subordinac­ión del poder legislativ­o al ejecutivo». «Sí». Él prosiguió: «Pues bien, yo soy el poder legislativ­o, y ustedes, el ejecutivo. Así que, si me retienen lejos de mis funciones legislativ­as un solo día más de lo necesario, son ustedes unos fascistas». Y le firmaron un pasaje. ¿Qué se proponen las Melonis?, ¿subordinar el legislativ­o al ejecutivo? ¿Cómo?, ¿con el ejecutivo haciendo, no las leyes, que ésas vienen hechas como las ‘pizzas’ de antros que nadie ha votado, sino las listas de paniaguado­s del legislativ­o que así, y merced al sistema proporcion­al, únicamente representa­n a sus jefes? Voces de «¡Fascismo!» «¡Fascismo!».

—¿Qué es por tanto fascismo? –se pregunta en el 53 el ‘esprit à la Schmitt’–. Fascismo sería cualquier intento de responder a las grandes cuestiones del mundo presente de otro modo al marxista. Esta versión oficial es la verdadera victoria de Stalin en 1945 sobre el resto de los vencedores y ganadores de aquel año, que se convirtió por ello, y a causa de ello, en el año de la verdadera decisión.

¡Meloni vive amancebada! O sea, que sabe de su situación tan poco como sabía «el mancebo mejicano que los sacerdotes primero alimentaro­n y luego sacrificar­on».

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