ABC (Andalucía)

El mal tertuliano

Lo mejor que nos han aportado años y años de tertulias políticas en radio y televisión son las lecciones de tertuliané­s de Don Antonio Burgos

- IGNACIO MORENO BUSTAMANTE

OR todos es sabido que la mayor aportación que han hecho a nuestro país los tertuliano­s políticos de todo pelaje –tanto en radio como en televisión– es el haber dado pie a que Don Antonio Burgos Belinchón nos ilustrara hace años con sus lecciones de ‘tertuliané­s’. De su privilegia­da cabeza salió el perfecto discurso en correctísi­mo tertuliané­s. Recuerden. «A día de hoy y hasta donde yo sé, falta ponerlo blanco sobre negro, pero es un asunto de mucho calado que va a tener un largo recorrido, y es por ello que depende de la deriva que tome, ya que según las fuentes que manejo y con la que está cayendo, creo que va a ser que no». En dos palabras, des-cojonante. Sólo por haber podido disfrutar de esas lecciones han merecido la pena horas y horas de tertulias televisiva­s durante décadas. Por supuesto un servidor se convirtió en fiel alumno de sus cursos semanales con la esperanza de que algún día fuera digno de obtener el certificad­o de aptitud en tertuliané­s. Asistí también a las lecciones de normativés, aprendí verbos que siempre acaban en -izar y me esforcé por verbalizar «locuciones

Padverbial­es caracterís­ticas». Por supuesto defendí el giro andaluz del tertuliané­s que encarnaban a la perfección dos personajes de la altura de Beni de Cádiz y Juan Luis de Tarifa en el programa de Jesús Quintero. Y que, como bien nos contó también el maestro Burgos, inspiró a la hora de ‘tertuliane­ar’ a otros maestros como Carlos Herrera o Paco Robles. Hay que tener una mezcla perfecta de inteligenc­ia y sentido del humor para convertir en algo tan divertido otro algo tan, a priori, aburrido como un sesudo análisis de la actualidad política.

Por eso no me fío un pelo de Pablo Iglesias, autoerigid­o justiciero de los tertuliano­s televisivo­s. Por eso y por un millón de cosas más, la verdad. Pero fundamenta­lmente porque jamás le he visto un atisbo de sentido del humor. Dicen sus correligio­narios que es muy inteligent­e. Lo dudo. En mi nada concluyent­e opinión, tres de los grandes rasgos de las personas realmente inteligent­es son: el humor, la humildad y la capacidad de aprender de las experienci­as para no repetir errores. Ninguno de esos tres rasgos se adivinan, ni de lejos, en el líder mediático de Podemos. Que acuda a una tertulia de la SER a dogmatizar sobre quién es apto para emitir opiniones políticas en los medios de comunicaci­ón públicos es aterrador. Debería ser divertido y tomárnoslo a cachondeo. Pero no lo es, porque tiene predicamen­to. Y las cosas que dice son muy peligrosas. Hace años ya que Pablo Iglesias entró en nuestras vidas a través de La Sexta. Desde entonces dogmatiza y dogmatiza de manera incansable. Y jamás le he oído relativiza­r nada, nunca le he visto una sonrisa sincera. Es un personaje siniestro que se cree con derecho a decir quién puede y quién no puede hablar. En perfecto tertuliané­s, Iglesias es claramente «un maestro Liendre, que de todo sabe y de nada entiende, dedicado por entero a ponderizar pero que a fuerza de solemnizar su fundamenta­l relevancia, se ha quedado en un tertuliano malo no, lo siguiente».

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