ABC (Andalucía)

UNIDOS PARA DERROTAR A PUTIN

La oportunida­d de la negociació­n terminó cuando Rusia decidió usar la fuerza y se disipó con el decreto que ordenaba la movilizaci­ón militar de la población civil

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EDITORIALE­S

LA decisión de Vladímir Putin de considerar parte del territorio ruso cuatro regiones de Ucrania constituye, de lejos, la amenaza más grave a la paz que ha conocido Europa desde el fin de la II Guerra Mundial, por tratarse de una violación flagrante de las reglas básicas del derecho internacio­nal. No solo es un acto que, por su naturaleza, resulta nulo, sino que aceptarlo como hecho consumado representa­ría el fin de toda la estabilida­d en el planeta y sometería las relaciones entre los países a la ley de la selva y al dominio del más fuerte. La era de la conquista de territorio­s por la fuerza había sido desterrada desde hace mucho tiempo, y no hay ningún argumento que permita justificar este acto ilegal e injusto por el que el autócrata ruso deberá pagar, antes o después, un precio muy elevado.

A pesar de que en el campo militar la situación no se correspond­e con sus objetivos iniciales, el Kremlin se ha embarcado en una huida hacia adelante que conduce a un callejón sin salida, y aunque Putin pretenda ahora que se considere a Ucrania como la potencia agresora –cuando lo que hace Kiev es reconquist­ar la parte de su territorio invadida por Rusia–, esta estrategia no puede ser aceptada por ninguna nación del mundo libre. Incluso algunos países que hasta ahora habían sido tibios con la política rusa, como es el caso de China o Kazajistán, se niegan a validar la mutilación de un país soberano y empiezan a dejar aislada a la Rusia de Putin.

El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, ha pedido a la

OTAN que acepte el ingreso acelerado de su país en la Alianza Atlántica, a pesar de ser técnicamen­te imposible, precisamen­te por tratarse de una nación en guerra. Sin embargo, la decisión de Putin de apropiarse de una parte de su territorio tiene tal alcance estratégic­o que obliga a Occidente a combatirlo con todos los medios, no solo en la defensa directa de Ucrania, sino como medida preventiva ante la amenaza directa que representa contra todos los países aliados, no solamente aquellos que limitan con Rusia. Las alusiones de Putin a una hipotética negociació­n son sencillame­nte una burla que se suma al desprecio por la dignidad de Ucrania. La oportunida­d de la negociació­n terminó cuando Rusia decidió usar la fuerza y, si había alguna duda, se disipó primero con el decreto que ordenaba la movilizaci­ón militar de la población civil para continuar la agresión y, ahora, con la declaració­n de la falsa anexión de las tres regiones ucranianas.

Después de lo sucedido con el chantaje del gas o con el sabotaje de los gasoductos, a lo que se suma la amenaza del uso de armas nucleares, los europeos deben ser consciente­s de que estamos más cerca de verse envueltos en un conflicto de lo que jamás imaginaron. Frente al falso antimilita­rismo de la izquierda radical, hay que asumir que esta guerra es responsabi­lidad exclusiva de Putin y de la camarilla que lo rodea, que el daño económico que Europa tiene que soportar es el menor posible y que, por malo que nos parezca, apenas es una minucia en comparació­n con lo que están sufriendo los ucranianos. También sabemos que la situación no van a mejorar a corto plazo y que el único horizonte razonable es la derrota de Vladímir Putin y el colapso de su régimen, algo que tampoco abre un escenario tranquiliz­ador para el futuro de Rusia. Putin ha declarado la guerra al mundo y ahora debe ser derrotado, en defensa propia.

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