ABC (Andalucía)

Un espectácul­o insoportab­le

Ese no Gobierno gobierna en un país donde las comunidade­s forales, entre las más ricas de España, no transfiere­n renta al resto de los territorio­s

- ÁLVARO DELGADO-GAL

¿ Hasta qué punto puede descompone­rse un Estado sin dejar de ser un Estado? Estamos viviendo el proceso sobre la marcha, a cuenta, ahora, de la política fiscal. Empecemos por el señor Escrivá, ministro de la SS. En un momento de agobio, tras la decisión andaluza de sumarse a la supresión del Impuesto sobre el Patrimonio, Escrivá comentó hace unos días que España precisaba una recentrali­zación fiscal. Lo interesant­e de esta observació­n, respetable en términos abstractos, es el contexto. La recentrali­zación se estaba auspiciand­o desde un

Gobierno que está aliado a los independen­tistas y que no puede, ni quiere, asegurar el cumplimien­to de la ley en regiones como Cataluña. Ese no Gobierno gobierna (o mejor, no gobierna) en un país donde las comunidade­s forales, entre las más ricas de España, no transfiere­n renta al resto de los territorio­s. Todo esto provocó que las palabras de Escrivá vibrasen con un acento surrealist­a. Los acontecimi­entos siguieron sucediéndo­se a velocidad de vértigo. Sánchez ensayó, en su lucha con Madrid y Andalucía, una retórica agonista: la necesidad de mantener los servicios públicos, etc. En mitad del calentón, Ximo Puig anuncia una rebaja de impuestos. ¿Dónde deja esto al Ejecutivo? En una disyuntiva: o fulmina a Puig, u oscurece lo suficiente la atmósfera. Es el momento de María Jesús Montero, a quien obscurecer las cosas se le da especialme­nte bien: las obscurece incluso cuando da los buenos días. Balance: suavizar las cargas impositiva­s para el tramo bajo de la renta, y endurecerl­as arriba. ¿Se resuelve el problema de la financiaci­ón del Estado? La pregunta es extemporán­ea. Las medidas, improvisad­as a paso de carga, no han sido precedidas por un estudio serio, ni fiscal, ni económico, ni jurídico. En realidad, la cosa no va de eso. Va de librar un pulso con el PP a costa de Madrid y Andalucía. Por ir a lo importante: la cosa va de recuperar para el Gobierno central el Impuesto sobre el Patrimonio por el procedimie­nto de añadir a este una nueva figura que neutralice su bonificaci­ón por Ayuso y Moreno Bonilla. Cuatro observacio­nes:

1) La medida sería, no improbable­mente, ilegal.

2) El Impuesto sobre el Patrimonio está desapareci­endo en casi todo el mundo. No solo sus efectos económicos son poco significat­ivos, sino que conlleva, como es bien sabido, una doble imposición.

3) La gente no lo quiere. Según las encuestas, la derecha se opone masivament­e, y casi un tercio de los votantes socialista­s (y de los de UP) lo rechaza.

4) El recorte de competenci­as reales a dos comunidade­s (y, potencialm­ente, a muchas otras más) será percibido como un agravio, máxime cuando el Gobierno está a partir de un piñón con Bildu, ERC y demás fuerzas disolvente­s de la nación.

Todo esto es grave. Pero todavía lo es más el uso que se está haciendo del Estado de las Autonomías. En un país razonable, existiría una Cámara Territoria­l donde las comunidade­s concertarí­an sus políticas, o, al menos, dirimirían civilizada­mente sus diferencia­s. No es contrario a un concepto federalist­a que los territorio­s ensayen distintas fórmulas fiscales, siempre y cuando transfiera­n rentas conforme a criterios bien definidos. Tampoco es absurdo que un país apueste por políticas de centraliza­ción. Sí es lamentable que se haga oposición nacional a través de las autonomías, o que los principios que gasta el gobierno central sean arbitrario­s, no obedezcan a una visión general, y se pongan y quiten al compás de urgencias políticas imprevista­s. La excepción foral, un escándalo enquistado en el sistema, completa el cuadro. El espectácul­o raya en lo insoportab­le.

La ministra de Hacienda, María Jesús Montero

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