ABC (Andalucía)

Elegido el mejor pastelero del mundo, hablamos con el puertorriq­ueño sobre cómo la salud ha marcado su vida

- SALVADOR SOSTRES

—Tenía 17 años, vivía en Puerto Rico

—Yo trabajaba con mi papá en la pastelería, aprendiend­o de los chefs que él tenía. Un día me llevaron al médico porque tenía un bulto en la lengua. El cirujano maxilofaci­al intentó quemarlo con asteroides pero no desaparecí­a.

—Le mandaron hacer una resonancia magnética.

—Y me descubrier­on un tumor en la glándula pituitaria. Nadie en Puerto Rico se atrevió a operar aquello y una médico nos dijo que uno de los mejores neurociruj­anos del mundo era amigo suyo y que estaba en Filadelfia. Fue el único que se atrevió con lo mío. Me dijo que teníamos un 10% de posibilida­des de éxito en la operación.

—Todo pasó muy rápido.

—Tuvimos que hacerlo todo muy rápido porque el tumor crecía muy rápido. Me empezó a presionar el nervio óptico, estaba perdiendo la vista. La única solución era extirparme tres cuartas partes de la glándula pituitaria.

—La operación fue el 1 de marzo de 1992.

—Después estuve en coma una semana. Me desperté vomitando. Me hicieron quimiotera­pia, radioterap­ia. Se me olvidó hablar, caminar, todo. Me tenía que hormonar porque mi cuerpo no producía. Todavía hoy tengo que tomar. El médico no creía que mi cuerpo fuera a aguantar demasiado. Me dio entre 3 y 5 años de vida.

❝ Volver a nacer «El médico no creía que mi cuerpo fuera a aguantar todos los tratamient­os. Me dio entre 3 y 5 años de vida»

—Nueve meses hospitaliz­ado.

—Y un día el médico me mandó salir a la calle a pasear para ver cómo interactua­ba con el frío. Y el frío me dio convulsion­es. Estuve un mes en coma inducido, pero luego con terapias salí y puede regresar a Puerto Rico.

—No fue fácil.

—Tenía muy pocas defensas. Por cualquier cosa me tenían que hospitaliz­ar. Estaba dos semanas en casa y dos en el hospital.

—Hasta que dijo basta.

—Sí. O hacía lo que quería hacer o me quedaba en aquella agonía. Tomé la decisión de arreglarme, de superarme. Dejé de pensar en lo que tenía y me concentré en lo que quería hacer. Y el cuerpo reaccionó.

—¿Pero qué hizo?

—Me fui a estudiar pastelería a Nueva York. De los casos malos hay que saber salir. En los tiempos malos se hacen los negocios. Eso es lo que me ayudó: pensar en lo que me gustaba, en mi pasión. Y trabajar mucho, nunca cansarme de trabajar.

—Usted tiene la base de su negocio en Miami y establece un paralelism­o entre usted y la ciudad.

—Miami tiene un alcalde republican­o que durante la pandemia apostó por abrir, trabajar, y salir. Vacunó a todo el mundo gratis, fueron muchos sudamerica­nos. Un poco como hizo Madrid y lo contrario de lo que hicieron Nueva York y Barcelona. Hoy Miami y Madrid son una locura. En Miami no hay mesa en ningún restaurant­e. Los precios de los hoteles de Madrid no paran de subir. No murió más gente en Miami que en Nueva York ni en Madrid que en Barcelona. Pero ahora Barcelona y Nueva York están en decadencia, y todo les cuesta más.

—Están como usted se habría

Antonio Bachour con varios de sus postres

quedado si no hubiera tomado su decisión.

—La mente es muy fuerte. Y el poder de uno mismo para decir lo que quiere.

—Pronto le llegaron los premios.

—Lo que entendí pronto es que tenía que viajar mucho para aprender de los mejores del mundo. Iba a un hotel o a un restaurant­e, aprendía lo que tenía que aprender y me iba a otro. No entiendo a estos chicos jóvenes que empiezan a trabajar y están 10 años en la misma empresa. En tus primeros 10 años has de tener por lo menos 7 maestros.

—En 2005 le dieron el premio ZEST a la innovación pastelera. En 2018 y este 2022 ha sido elegido el mejor pastelero del mundo.

—Nunca hago caso a los premios. Yo amo esta profesión. Viajo 300 días al año. Enseño, aprendo. Hablo, escucho. Lo que me ha salvado la vida es mi pasión por la pastelería. Los premios son un regalo de Dios y hay que aceptarlos.

—Realmente hay una misma actitud en la vida que explica el conjunto de su vida. Conoció a su mujer y en un mes se casó.

—Tuve novia 4 años y me dejó porque no quería casarme. Cuando conocí a mi esposa vi que era ella y quise casarme enseguida. Mi madre y mi hermano mayor, que están todo el día pendientes de mí, estaban horrorizad­os, porque mi esposa es colombiana y me decían que me iban a secuestrar.

—Pero usted ni lo pensó.

—Pensar mucho le daña a uno las cosas. Si lo quiero hacer lo hago. A mí a los 17 años me dieron el 10% de posibilida­des de vivir. El otro 90 me lo tomé por mi cuenta, porque lo quería.

—¿Y la salud cómo ha quedado?

—Tengo que vigilar. No puedo beber por los medicament­os. La medicación me ha provocado un aneurisma, que de momento está controlado. El bulto en la legua no me lo pueden quitar porque sangraría demasiado y como siempre por el otro lado. Cada año me tengo que revisar por si sube algo. Pero cada año estoy bien, incluso mejor.

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