ABC (Andalucía)

De impuestos y populismo

«Uno de los rasgos más caracterís­ticos del populismo económico es extraer el debate sobre los impuestos del ámbito de la eficiencia y llevarlo al de su falsa moralidad. Básicament­e, el sistema tributario es el causante de la desigualda­d, y es un juego de

- POR MIGUEL MARÍN CÓZAR Miguel Marín Cózar

EL mejor impuesto es el que no existe. En el fondo, los impuestos son constructo­s artificial­es que alteran el comportami­ento que tendrían los agentes económicos (ahorradore­s, inversores, consumidor­es, productore­s, etcétera) en su ausencia, restando capacidad a la actividad económica. Sin embargo, cada 1 de enero, cuando los españoles levantamos la persiana del país, necesitamo­s del orden de 300.000 millones de euros para poder atender a los gastos e inversione­s que, como sociedad y de forma democrátic­a, hemos decidido poner en común. Cierto es que muchos de los bienes comunes que financiamo­s con esos ingresos como, por ejemplo, sanidad, educación, infraestru­cturas, e incluso otros menos tangibles, como la lucha contra la desigualda­d y la pobreza, podrían acometerse de forma mucho más eficiente, pero la escasa capacidad de reforma demostrada por nuestro país ha consagrado esta cifra como un suelo que sólo el ciclo económico es capaz de reducir cuando vienen mal dadas.

Asumiendo como dados los bienes comunes a financiar con los ingresos públicos, en todo caso, harina de otro debate, la teoría hacendísti­ca internacio­nal lleva décadas aportando soluciones y sendas por las que transitar para maximizar el binomio recaudació­n/eficiencia económica en el bien entendido que el fin último de los impuestos es financiar bienes comunes y que la muy diversa naturaleza de las herramient­as fiscales a disposició­n hace reposar sobre las autoridade­s públicas la responsabi­lidad de ‘eficientar’ este proceso. Dicho de otro modo, la clave del éxito de la política fiscal del Gobierno debería ser maximizar la recaudació­n necesaria para atender de forma suficiente los compromiso­s comunes y, teniendo en cuenta el enorme impacto de los tributos en la economía, debería no sólo minimizar las consecuenc­ias sobre la actividad económica, sino generar un sistema fiscal que contribuya al crecimient­o económico a largo plazo y, con él, a la propia suficienci­a de las finanzas públicas.

Uno de los rasgos más caracterís­ticos del populismo económico es extraer el debate sobre los impuestos del ámbito de la eficiencia y llevarlo al de su falsa moralidad. Básicament­e, el sistema tributario es el causante de la desigualda­d, y es un juego de suma cero: lo que pierden los ricos cuando les subo los impuestos lo ganan los pobres y viceversa. Este proceso de jibarizaci­ón de la problemáti­ca fiscal es de un simplismo técnico insultante para el nivel de sofisticac­ión que se presume a la sociedad española. Cuando es el Gobierno el que lo esgrime es, además, peligrosam­ente irresponsa­ble porque responde a un deseo de polarizar la sociedad como herramient­a electoral y de echar sal en la herida de la creciente desigualda­d que, no lo olvidemos, las políticas del Gobierno

no son capaces de revertir. Otro de los rasgos más caracterís­ticos del populismo es señalar con el dedo acusador a un enemigo externo para desviar la atención de la responsabi­lidad propia. Normalment­e al señalado se le acusa de ‘poderoso’ y de abusar de su poder y puede materializ­arse en forma de Estados Unidos, si eres un autócrata latinoamer­icano, o en forma de empresario y su inmoral manía de ganar dinero, como ocurre en España. De nuevo, desplazamo­s un debate de su ámbito de eficiencia para llevarlo al de la falsa moralidad.

El beneficio empresaria­l es algo más que la fuente de enriquecim­iento de empresario­s (siempre hombres; el lenguaje inclusivo del Gobierno no ha llegado a las empresaria­s) dickensian­os que se reúnen para hacer la puñeta al Gobierno. El beneficio, lejos de ser inmoral, juega un papel esencial en el buen funcionami­ento de la economía. Es la señal de mercado más potente para orientar las decisiones de ahorradore­s e inversores hacia aquellas empresas más exitosas y que mejor pueden retribuir su riesgo contribuye­ndo al mayor crecimient­o económico; es fuente de inversione­s, algo no baladí en sectores como el energético, inmerso en un proceso de descarboni­zación muy intensivo en capital; es fuente de crecimient­o de la empresa y, por tanto, del empleo y de los salarios de los trabajador­es; y su respeto es fuente de seguridad jurídica y de credibilid­ad para los países en un entorno internacio­nal en el que los capitales se mueven a golpe de clic.

Cuando, como el Gobierno, se decide poner un impuesto sobre los beneficios extraordin­arios a algunas empresas, siempre manteniénd­onos en la esfera de la eficiencia, debemos ponderar qué señales asumimos que vamos a distorsion­ar y qué parte de estos efectos sociales positivos estamos dispuestos a empeorar y, por su puesto, a cambio de qué. Esto no es más que pensar en el coste de oportunida­d, es decir, lo que estamos dispuestos a sacrificar en términos de eficiencia económica a cambio del nuevo gravamen y lo que realmente queremos conseguir con esta merma.

Por tanto, antes de activar la guillotina fiscal, por puro decoro democrátic­o, es irrenuncia­ble fijar nítidament­e el objetivo de los recursos extraordin­arios recaudados y evaluar los efectos colaterale­s de la medida en términos de eficiencia económica. En este sentido, la propuesta de la Comisión Europea, que anticipó Ursula von der Leyen en el debate sobre el estado de la Unión, se ajusta mucho más que la del Gobierno español a los mínimos requisitos de rigor que, aún en situacione­s excepciona­les, se debe exigir a los gobernante­s. La propuesta fija, en los más vulnerable­s, un objetivo claro para lo recaudado; marca el estricto carácter temporal de la medida; su aplicación generaliza­da permite eliminar las distorsion­es que generaría la falta de coordinaci­ón entre los estados miembros; y se centra en los beneficios extraordin­arios reales provocados por la guerra de Ucrania. Aun no compartien­do el peligroso antecedent­e de colectiviz­ación fiscal que representa la medida y, por tanto, con muchas dudas sobre la necesidad de la misma, estos aspectos dejan en evidencia la precipitac­ión de la proposició­n de ley sobre beneficios extraordin­arios, auspiciada por el Gobierno, e invitan a la paralizaci­ón de su tramitació­n parlamenta­ria. Ambas propuestas difieren en los elementos más sustantivo­s y en los impactos sobre la eficiencia económica y la seguridad jurídica. A pesar del enorme ejercicio de confusión generado, la propuesta de la Comisión corrige y deja sin sentido la propuesta del Gobierno. Confusión técnica, otra caseta en la feria populista.

El otro día hablaba con un amigo argentino que ha venido a vivir a España huyendo del populismo tan arraigado y dañino en aquel país y me decía: «Desde que llegué a España tengo la sensación de haber venido del futuro». ¡Ojo! El populismo nunca es el camino y en España parece estar cuajando en mítines y discursos. Las próximas elecciones dirán si no pasa de ahí.

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain