ABC (Andalucía)

El independen­tismo no logra esconder su fractura ni en el aniversari­o del 1-O

∑Con el Govern a punto de saltar por los aires, las bases exigen su dimisión ∑El acto unitario que organizaba el Ejecutivo tuvo que ser suspendido

- ÀLEX GUBERN / ELENA BURÉS

Proclaman que lo volverán a hacer, pero no saben ni cómo ni con quién. El independen­tismo volvió ayer a exhibir su desorienta­ción y su fractura interna, y lo hizo precisamen­te para recordar el que fue probableme­nte su momento de más potencial, el 1 de octubre de 2017, cuando el secesionis­mo logró su mayor movilizaci­ón y puso a España ante la que ha sido su peor crisis institucio­nal desde la restauraci­ón democrátic­a.

Como si se tratase de un acto de justicia poética, el quinto aniversari­o del 1-O ha coincidido con el momento de mayor degradació­n del movimiento independen­tista, empeñado en hacer realidad aquella predicción de José María Aznar que anunciaba que antes que fracturar España, el independen­tismo fracturarí­a Cataluña. Yendo un poco más allá, puede decirse que no solo se ha fracturado Cataluña, sino que es el propio movimiento secesionis­ta el que se presenta quebrado.

El acto convocado ayer en Arco del Triunfo en Barcelona fue una buena muestra, y lo que tenía que ser una concentrac­ión para celebrar los cinco años del referéndum ilegal se convirtió, como ya pasó con la Diada del 11 de septiembre, en un acto contra el propio Gobierno catalán, particular­mente ERC. Los gritos de «traidora» con que fue recibida la intervenci­ón de la ex presidenta del Parlament Carme Forcadell son el mejor ejemplo de la degradació­n a la que ha llegado el movimiento. Forcadell, líder de la ANC durante la primera etapa del ‘procés’, presidenta de la Cámara durante las infaustas jornadas del 6 y 7 de septiembre y la DUI del 27, condenada por el Tribunal Supremo, reducida a la figura de traidora por el independen­tismo más purista.

Toda la jornada de ayer, de hecho, fue más la constataci­ón de una derrota que la celebració­n de lo que en 2017 el secesionis­mo pudo vender con razón como un triunfo. Otro ejemplo. Por parte del Govern, en las pasadas semanas se estuvo preparando un acto que pretendía reunir a los protagonis­tas de los hechos de 2017, una convocator­ia que, a la vista de los acontecimi­entos políticos de las últimas semanas, se suspendió por elemental prudencia. La situación es delicada. El gobierno de coalición independen­tista está a punto de saltar por los aires –esta noche vence el plazo dado por Junts a Pere Aragonès para que dé respuesta a sus exigencias–, y no parece que la situación pueda ahora mismo reconducir­se. En una entrevista a ‘La Vanguardia’, Aragonès rechazó el ultimátum de Junts, señalando que, si presentan una «propuesta seria», la considerar­án.

Desde Esquerra se tiene claro que pedir la restitució­n del cesado vicepresid­ente Jordi Puigneró es más una provocació­n que una invitación al reencuentr­o. «Junts debe decidir si son Govern u oposición. Muchas veces he tenido la sensación de que se quiere ser ambas cosas a la vez y eso no es posible», añadió Aragonès al tiempo que instaba a Junts a tomar ya una decisión: «Y, si no lo hacen, la tomaré yo».

Un plan para Aragonès

En este ambiente guerracivi­lista, el acto de unidad que organizaba el Govern quedó limitado a un sobrio discurso institucio­nal del jefe del Ejecutivo, en el que Aragonès volvió a proclamar el ya clásico «ho tornarem a fer» (lo volveremos a hacer), convertido en lugar común, bandera de la impotencia. No obstante, y a diferencia de sus aún socios de Junts, que gritan lo mismo pero no cuentan cómo piensan hacerlo, Aragonès al menos sí tiene un plan. Delirante si se quiere, pero

Puigdemont, el único no abucheado, en su intervenci­ón de ayer un plan. Este pasa por recuperar adhesiones, ampliando la base independen­tista, convocando de nuevo a los soberanist­as descolgado­s tras la intentona unilateral de 2017, y así poder plantear al Estado el «acuerdo de claridad» para un referéndum pactado.

Por lo que se vio ayer en el Arco del Triunfo, queda claro que le va a resultar tan difícil convencer al independen­tismo mas hiperventi­lado como al Estado. El divorcio entre los partidos

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