El independentismo no logra esconder su fractura ni en el aniversario del 1-O
∑Con el Govern a punto de saltar por los aires, las bases exigen su dimisión ∑El acto unitario que organizaba el Ejecutivo tuvo que ser suspendido
Proclaman que lo volverán a hacer, pero no saben ni cómo ni con quién. El independentismo volvió ayer a exhibir su desorientación y su fractura interna, y lo hizo precisamente para recordar el que fue probablemente su momento de más potencial, el 1 de octubre de 2017, cuando el secesionismo logró su mayor movilización y puso a España ante la que ha sido su peor crisis institucional desde la restauración democrática.
Como si se tratase de un acto de justicia poética, el quinto aniversario del 1-O ha coincidido con el momento de mayor degradación del movimiento independentista, empeñado en hacer realidad aquella predicción de José María Aznar que anunciaba que antes que fracturar España, el independentismo fracturaría Cataluña. Yendo un poco más allá, puede decirse que no solo se ha fracturado Cataluña, sino que es el propio movimiento secesionista el que se presenta quebrado.
El acto convocado ayer en Arco del Triunfo en Barcelona fue una buena muestra, y lo que tenía que ser una concentración para celebrar los cinco años del referéndum ilegal se convirtió, como ya pasó con la Diada del 11 de septiembre, en un acto contra el propio Gobierno catalán, particularmente ERC. Los gritos de «traidora» con que fue recibida la intervención de la ex presidenta del Parlament Carme Forcadell son el mejor ejemplo de la degradación a la que ha llegado el movimiento. Forcadell, líder de la ANC durante la primera etapa del ‘procés’, presidenta de la Cámara durante las infaustas jornadas del 6 y 7 de septiembre y la DUI del 27, condenada por el Tribunal Supremo, reducida a la figura de traidora por el independentismo más purista.
Toda la jornada de ayer, de hecho, fue más la constatación de una derrota que la celebración de lo que en 2017 el secesionismo pudo vender con razón como un triunfo. Otro ejemplo. Por parte del Govern, en las pasadas semanas se estuvo preparando un acto que pretendía reunir a los protagonistas de los hechos de 2017, una convocatoria que, a la vista de los acontecimientos políticos de las últimas semanas, se suspendió por elemental prudencia. La situación es delicada. El gobierno de coalición independentista está a punto de saltar por los aires –esta noche vence el plazo dado por Junts a Pere Aragonès para que dé respuesta a sus exigencias–, y no parece que la situación pueda ahora mismo reconducirse. En una entrevista a ‘La Vanguardia’, Aragonès rechazó el ultimátum de Junts, señalando que, si presentan una «propuesta seria», la considerarán.
Desde Esquerra se tiene claro que pedir la restitución del cesado vicepresidente Jordi Puigneró es más una provocación que una invitación al reencuentro. «Junts debe decidir si son Govern u oposición. Muchas veces he tenido la sensación de que se quiere ser ambas cosas a la vez y eso no es posible», añadió Aragonès al tiempo que instaba a Junts a tomar ya una decisión: «Y, si no lo hacen, la tomaré yo».
Un plan para Aragonès
En este ambiente guerracivilista, el acto de unidad que organizaba el Govern quedó limitado a un sobrio discurso institucional del jefe del Ejecutivo, en el que Aragonès volvió a proclamar el ya clásico «ho tornarem a fer» (lo volveremos a hacer), convertido en lugar común, bandera de la impotencia. No obstante, y a diferencia de sus aún socios de Junts, que gritan lo mismo pero no cuentan cómo piensan hacerlo, Aragonès al menos sí tiene un plan. Delirante si se quiere, pero
Puigdemont, el único no abucheado, en su intervención de ayer un plan. Este pasa por recuperar adhesiones, ampliando la base independentista, convocando de nuevo a los soberanistas descolgados tras la intentona unilateral de 2017, y así poder plantear al Estado el «acuerdo de claridad» para un referéndum pactado.
Por lo que se vio ayer en el Arco del Triunfo, queda claro que le va a resultar tan difícil convencer al independentismo mas hiperventilado como al Estado. El divorcio entre los partidos