Ha viajado cuatro veces a Ucrania en nombre del Papa. No quiere entrevistas, solo ha resumido su experiencia en tres terribles palabras «salas de tortura»
Konrad Krajewski, con el Papa Francisco en un acto público en 2021
El Vaticano reservaba el cargo de ‘limosnero papal’ para nuncios a punto de jubilarse, que dedicaban sus últimos años a administrar legados y donativos. Su mayor responsabilidad era certificar la autenticidad de las bendiciones papales enviadas para bodas y bautizos.
Pero en 2013 el Papa Francisco lo transformó en el brazo operativo de sus obras de caridad y puso al frente al sacerdote polaco Konrad Krajewski, que entonces tenía 49 años. «Como yo no puedo salir del Vaticano, le pido que a partir de ahora sea usted mis brazos, que con ellos ayude a los pobres», le explicó.
Krajewski, convertido en cardenal, se tomó a la letra estas instrucciones y delegó en otros la administración de limosnas y bendiciones. A lo largo de estos años, cedió el apartamento que le asignó el Vaticano a una familia de refugiados sirios y se marchó a dormir a su oficina, abrió un dormitorio social con vistas a San Pedro y organizó unas duchas y una peluquería para personas sin techo junto a la columnata de Bernini. En Lampedusa, acompañó a los buzos que rescataban cadáveres. En Lesbos llevó ayudas a un campo de refugiados. En Roma enganchó la corriente a un edificio ocupado que no pagaba la luz, rompiendo los precintos de la cabina eléctrica.
El Papa lo vio y decidió confiarle delicadas operaciones diplomáticas. Desde el pasado 24 de febrero, lo ha enviado cuatro veces a Ucrania para mostrar su cercanía y para que le informe directamente sobre la situación.
El pasado 9 de septiembre condujo una furgoneta desde Roma hasta Odessa para regalársela a la Iglesia del país y entregar medicinas, ayuda humanitaria y rosarios. «Esta mañana he hablado con el cardenal Krajewski, que acaba de regresar de Ucrania, y me ha contado cosas terribles», confió el Papa este miércoles. También el purpurado evita dar detalles sobre lo que ha visto. «Prefiero estar en segundo plano», explica en respuesta a una solicitud de entrevista de ABC. Sólo deja escapar tres terribles palabras que resumen el horror de tres semanas en Ucrania: «salas de tortura».
El obispo de Jarkov, Pavlo Honcharuk, da algunas pistas. En Izyum, ciudad que acababan de abandonar los rusos, el cardenal vio fosas comunes, cadáveres mutilados o con las piernas rotas. Visitó una comisaría donde descubrieron una sala de tortura. «Entramos en unos subterráneos donde tenían a las personas en condiciones inhumanas: frío, humedad, oscuridad, suciedad», describe.
El cardenal limosnero penetró en una zona controlada por el Ejército ruso en las inmediaciones de Zaporiya, donde «no entra nadie, aparte de los soldados». Casi le cuesta la vida, porque el convoy en el que viajaba se vio envuelto en un tiroteo. «Por primera vez en mi vida no sabía hacia donde correr, porque no bastaba con correr, había que saber adonde ir», explicó Krajewski.
Otro de sus acompañantes, el obispo ucraniano Jan Sobil, explica que la misión secreta del cardenal era «visitar a los sacerdotes que no se han ido de sus parroquias, que han acompañado a la gente desde el principio de la guerra». Dice que cada encuentro era «como si el propio Santo Padre nos bendijera a través de las manos del cardenal». Cuando en 2013 el Papa Francisco pidió a Krajewski que se convirtiera en sus brazos, seguramente no imaginó que sería para esto.
Cercanía El pasado 9 de septiembre condujo una furgoneta desde Roma hasta Odesa para regalársela a la Iglesia de Ucrania