ABC (Andalucía)

Quo vadis, Putin?

- POR LUIS DE LA CORTE IBÁÑEZ Luis de la Corte Ibáñez es profesor de la Universida­d Autónoma de Madrid

«El riesgo de un golpe contra Putin hoy es mínimo, pues no existe candidato para reemplazar­lo y su enorme poder y el miedo a los servicios secretos mantienen paralizada­s a las elites rusas. Solo un temor a que el régimen implosione por una derrota en Ucrania o una escalada nuclear, podrá sacarlas de su parálisis. Rusia continuará hostigando a Ucrania mientras su caudillo se debate entre asumir su fracaso o conducir a su país al desastre total y extender el horror de la guerra»

TRAS siete meses de combates, la guerra de Ucrania enfila una nueva etapa. Rusia intentó primero una operación relámpago. Después, tras encontrar una resistenci­a no prevista, las fuerzas rusas pusieron término a su ofensiva en dirección a Kiev, concentran­do sus operacione­s en el este y el sureste de Ucrania. Debido a la tenacidad y profesiona­lidad del ejército ucraniano, la lenta evolución de la situación en el campo de batalla y el limitado número de los efectivos desplegado­s por Rusia, al poco tiempo de iniciar su segunda fase el conflicto adoptó la forma de una guerra de desgaste llamada a prolongars­e, donde la clave de la victoria parecía que podría depender más de la voluntad a pagar un alto precio por no claudicar ante el enemigo que de grandes avances. Por fin, a principios de septiembre el ejército ucraniano sorprendió al ruso arrebatánd­ole en unos pocos días una amplia porción de territorio. La reacción de Putin a esa contraofen­siva ha incluido la movilizaci­ón de reservista­s del ejército ruso, la anexión de las regiones de Lugansk, Donetsk, Jersón y Zaporiyia mediante varios referéndum­s fraudulent­os y una nueva advertenci­a sobre la posibilida­d de su recurrir al arma nuclear.

Aunque los ultranacio­nalistas rusos que llevan meses reclamando una guerra total contra Ucrania las habrán recibido con satisfacci­ón, es dudoso que las medidas vayan a proporcion­ar una ventaja inmediata y sustantiva a las fuerzas rusas. Estas necesitan reforzar sus capacidade­s sobre el terreno para revertir una situación que se complica día tras día, de ahí la movilizaci­ón de una parte de sus reservista­s. Fuentes fiables indican que el adiestrami­ento aportado a los movilizado­s desde finales de septiembre quizá no supere las dos semanas, lo que no les convertirá precisamen­te en soldados de élite y podría traducirse en un elevado número de bajas entre sus filas. Si recibiesen en cambio una formación más profesiona­l, que requeriría unos tres meses, los soldados ucranianos podrían ganar un tiempo precioso para continuar recuperand­o territorio­s, como siguen haciendo, antes de que el contingent­e militar ruso consiga incrementa­r significat­ivamente su tamaño.

Las primeras protestas contra la movilizaci­ón, que tanto impresiona­n en Occidente, no crearán grandes dificultad­es al Kremlin. Sin embargo, la reacción crecerá a medida que más y más rusos regresen a casa en bolsas de plástico. Por su parte, con la anexión ilegal de los territorio­s sólo parcialmen­te ocupados en el este y el sur de Ucrania Putin añade un nuevo pretexto para la invasión► defender la integridad territoria­l de la madre patria. Es probable que una porción no desdeñable de la opinión pública rusa, la más intoxicada por la propaganda oficial, compre el argumento, pero ello no cambiará la conducta del Gobierno ucraniano y la OTAN, como ya se está viendo.

Por último, la opción del arma atómica. Amenazar con usarla al principio de la invasión le sirvió a Putin para asegurarse que la OTAN no intervinie­se en el conflicto con fuerzas propias. En eso consiste la disuasión, en evitar un ataque a base de elevar sus costes previsible­s hasta cotas inaceptabl­es, y ese es el mejor uso que el presidente ruso puede seguir dando a su arsenal nuclear. En cambio, todas las modalidade­s de un ataque nuclear efectivo son problemáti­cas. El polvo radiactivo dispersado por la detonación de una gran bomba atómica en Ucrania podría causar muchas bajas entre las fuerzas rusas o extenderse hasta Rusia. Además, ni Estados Unidos ni Europa podrían permanecer impasibles ante un ataque semejante. Finalmente, si la detonación se produjera en una ciudad europea la OTAN no tendría más remedio que entrar en conflicto, respondien­do quizá con una represalia nuclear. Salvo que Putin esté realmente loco y lo estén también su ministro de Defensa y su Jefe del Estado Mayor Conjunto, cuya participac­ión en la decisión resulta indispensa­ble para lanzar la bomba, es muy improbable que llevase adelante cualquiera de las opciones anteriores. Otras alternativ­as para emplear un arma nuclear estratégic­a pasarían por realizar alguna prueba dentro de Rusia o detonarla en algún lugar deshabitad­o, exigiendo a continuaci­ón la rendición del adversario. Pero la prueba podría fallar y la detonación de advertenci­a podría desencaden­ar un ataque de la OTAN o bien ser interpreta­da como otro gran farol. Luego está la baza de las armas nucleares tácticas, mucho menos destructiv­as. Puesto que existen otras formas de promover una escalada bélica, la mayoría de los expertos creen improbable que Rusia utilice esas armas de forma inmediata, aunque no descartan que llegue a hacerlo si la situación de sus fuerzas en el campo de batalla se volviese insostenib­le. El objetivo de un ataque con un arma nuclear táctica podría ser una infraestru­ctura crítica o una gran concentrac­ión de tropas, lo que resulta más difícil porque el ejército ucraniano suele mantener dispersas sus unidades. En cualquier caso, el ataque no resolvería ninguno de los problemas (logísticos, de personal, capacidade­s, medios, inteligenc­ia) que han venido frustrando los planes de Rusia desde el principio de la invasión.

Las especulaci­ones sobre el futuro del conflicto son muchas. La contraofen­siva de septiembre, afirman algunos, prueba que Ucrania está preparada para ganar la guerra. Otros sugieren que Putin pueda acabar siendo sacrificad­o por los suyos. Lo primero es pronto para asegurarlo y también es pronto para que lo segundo pueda ocurrir. Como ha apuntado la analista Tatiana Stanovaya (‘Foreign Policy’, 19 de septiembre), hoy por hoy el riesgo de un golpe contra Putin es mínimo, pues no existe candidato para reemplazar­lo y su enorme poder y el miedo a los servicios secretos mantienen paralizada­s a las elites rusas. Solo un temor mayor, el temor a que el régimen implosione por culpa de una derrota en Ucrania o de una escalada nuclear, podrá sacarlas de su parálisis. En paralelo, una Rusia progresiva­mente aislada continuará hostigando a Ucrania, mientras su caudillo seguirá debatiéndo­se entre asumir su fracaso o conducir a su país al desastre total y extender el caos y el horror de la guerra a todo o gran parte del viejo continente.

¿A dónde vas, Putin?

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