Quo vadis, Putin?
«El riesgo de un golpe contra Putin hoy es mínimo, pues no existe candidato para reemplazarlo y su enorme poder y el miedo a los servicios secretos mantienen paralizadas a las elites rusas. Solo un temor a que el régimen implosione por una derrota en Ucrania o una escalada nuclear, podrá sacarlas de su parálisis. Rusia continuará hostigando a Ucrania mientras su caudillo se debate entre asumir su fracaso o conducir a su país al desastre total y extender el horror de la guerra»
TRAS siete meses de combates, la guerra de Ucrania enfila una nueva etapa. Rusia intentó primero una operación relámpago. Después, tras encontrar una resistencia no prevista, las fuerzas rusas pusieron término a su ofensiva en dirección a Kiev, concentrando sus operaciones en el este y el sureste de Ucrania. Debido a la tenacidad y profesionalidad del ejército ucraniano, la lenta evolución de la situación en el campo de batalla y el limitado número de los efectivos desplegados por Rusia, al poco tiempo de iniciar su segunda fase el conflicto adoptó la forma de una guerra de desgaste llamada a prolongarse, donde la clave de la victoria parecía que podría depender más de la voluntad a pagar un alto precio por no claudicar ante el enemigo que de grandes avances. Por fin, a principios de septiembre el ejército ucraniano sorprendió al ruso arrebatándole en unos pocos días una amplia porción de territorio. La reacción de Putin a esa contraofensiva ha incluido la movilización de reservistas del ejército ruso, la anexión de las regiones de Lugansk, Donetsk, Jersón y Zaporiyia mediante varios referéndums fraudulentos y una nueva advertencia sobre la posibilidad de su recurrir al arma nuclear.
Aunque los ultranacionalistas rusos que llevan meses reclamando una guerra total contra Ucrania las habrán recibido con satisfacción, es dudoso que las medidas vayan a proporcionar una ventaja inmediata y sustantiva a las fuerzas rusas. Estas necesitan reforzar sus capacidades sobre el terreno para revertir una situación que se complica día tras día, de ahí la movilización de una parte de sus reservistas. Fuentes fiables indican que el adiestramiento aportado a los movilizados desde finales de septiembre quizá no supere las dos semanas, lo que no les convertirá precisamente en soldados de élite y podría traducirse en un elevado número de bajas entre sus filas. Si recibiesen en cambio una formación más profesional, que requeriría unos tres meses, los soldados ucranianos podrían ganar un tiempo precioso para continuar recuperando territorios, como siguen haciendo, antes de que el contingente militar ruso consiga incrementar significativamente su tamaño.
Las primeras protestas contra la movilización, que tanto impresionan en Occidente, no crearán grandes dificultades al Kremlin. Sin embargo, la reacción crecerá a medida que más y más rusos regresen a casa en bolsas de plástico. Por su parte, con la anexión ilegal de los territorios sólo parcialmente ocupados en el este y el sur de Ucrania Putin añade un nuevo pretexto para la invasión► defender la integridad territorial de la madre patria. Es probable que una porción no desdeñable de la opinión pública rusa, la más intoxicada por la propaganda oficial, compre el argumento, pero ello no cambiará la conducta del Gobierno ucraniano y la OTAN, como ya se está viendo.
Por último, la opción del arma atómica. Amenazar con usarla al principio de la invasión le sirvió a Putin para asegurarse que la OTAN no interviniese en el conflicto con fuerzas propias. En eso consiste la disuasión, en evitar un ataque a base de elevar sus costes previsibles hasta cotas inaceptables, y ese es el mejor uso que el presidente ruso puede seguir dando a su arsenal nuclear. En cambio, todas las modalidades de un ataque nuclear efectivo son problemáticas. El polvo radiactivo dispersado por la detonación de una gran bomba atómica en Ucrania podría causar muchas bajas entre las fuerzas rusas o extenderse hasta Rusia. Además, ni Estados Unidos ni Europa podrían permanecer impasibles ante un ataque semejante. Finalmente, si la detonación se produjera en una ciudad europea la OTAN no tendría más remedio que entrar en conflicto, respondiendo quizá con una represalia nuclear. Salvo que Putin esté realmente loco y lo estén también su ministro de Defensa y su Jefe del Estado Mayor Conjunto, cuya participación en la decisión resulta indispensable para lanzar la bomba, es muy improbable que llevase adelante cualquiera de las opciones anteriores. Otras alternativas para emplear un arma nuclear estratégica pasarían por realizar alguna prueba dentro de Rusia o detonarla en algún lugar deshabitado, exigiendo a continuación la rendición del adversario. Pero la prueba podría fallar y la detonación de advertencia podría desencadenar un ataque de la OTAN o bien ser interpretada como otro gran farol. Luego está la baza de las armas nucleares tácticas, mucho menos destructivas. Puesto que existen otras formas de promover una escalada bélica, la mayoría de los expertos creen improbable que Rusia utilice esas armas de forma inmediata, aunque no descartan que llegue a hacerlo si la situación de sus fuerzas en el campo de batalla se volviese insostenible. El objetivo de un ataque con un arma nuclear táctica podría ser una infraestructura crítica o una gran concentración de tropas, lo que resulta más difícil porque el ejército ucraniano suele mantener dispersas sus unidades. En cualquier caso, el ataque no resolvería ninguno de los problemas (logísticos, de personal, capacidades, medios, inteligencia) que han venido frustrando los planes de Rusia desde el principio de la invasión.
Las especulaciones sobre el futuro del conflicto son muchas. La contraofensiva de septiembre, afirman algunos, prueba que Ucrania está preparada para ganar la guerra. Otros sugieren que Putin pueda acabar siendo sacrificado por los suyos. Lo primero es pronto para asegurarlo y también es pronto para que lo segundo pueda ocurrir. Como ha apuntado la analista Tatiana Stanovaya (‘Foreign Policy’, 19 de septiembre), hoy por hoy el riesgo de un golpe contra Putin es mínimo, pues no existe candidato para reemplazarlo y su enorme poder y el miedo a los servicios secretos mantienen paralizadas a las elites rusas. Solo un temor mayor, el temor a que el régimen implosione por culpa de una derrota en Ucrania o de una escalada nuclear, podrá sacarlas de su parálisis. En paralelo, una Rusia progresivamente aislada continuará hostigando a Ucrania, mientras su caudillo seguirá debatiéndose entre asumir su fracaso o conducir a su país al desastre total y extender el caos y el horror de la guerra a todo o gran parte del viejo continente.
¿A dónde vas, Putin?