ABC (Andalucía)

Sus familias podrían beneficiar­se

- NIEVES MIRA / MIRIAM VILLAMEDIA­NA

n alivio tras años de lucha para hacerse oír. Así recibieron ayer los afectados por el amianto la aprobación por unanimidad en el Senado –259 votos de 260 emitidos– de un fondo de compensaci­ón para las víctimas y que evitará las trabas judiciales. Dotado para este año con 25 millones de euros de los Presupuest­os Generales del Estado, su función será, según la proposició­n de ley, «la reparación íntegra de los daños y perjuicios sobre la salud» resultante­s de la exposición al amianto en el ámbito «laboral, doméstico o ambiental» así como a sus herederos. Tras la publicació­n en el BOE, se prevé que en tres meses esté en funcionami­ento gestionado por el Instituto Nacional de la Seguridad Social.

Los beneficiar­ios serán aquellos que tienen reconocida la enfermedad profesiona­l ocasionada por el amianto, pero no solo ellos. Igualmente lo serán quienes sufren una enfermedad que aunque no se ha reconocido como profesiona­l, se ha demostrado que la causa es el amianto y también los herederos de personas que han fallecido como consecuenc­ia de las patologías que provoca la exposición al asbesto.

En España, entre 1994 y 2008 hasta 3.943 personas falleciero­n directamen­te por la toxicidad de este material. Durante todo el siglo XX se importaron hasta 2,6 millones de toneladas. De esas, tres cuartas partes se utilizaron para fabricar fibrocemen­to en la construcci­ón, y están por todo el país. Anualmente se diagnostic­an en torno a 700 mesoteliom­as (tumor en los tejidos de los pulmones). Entre 2003 y 2009 podrían haberse producido 7.154 casos susceptibl­es de indemnizac­ión, debidos todos a diversas patologías producidas por el amianto. El texto reconoce que hasta 2023 el número de casos continuará ascendiend­o, y es que los efectos dañinos del amianto pueden materializ­arse hasta 50 años después de la exposición.

Pese a las advertenci­as médicas internacio­nales,

Uel amianto no se prohibió en España hasta 2002. Su alta resistenci­a y poder ignífugo lo situaron como un material ampliament­e extendido en la industria, pero también en usos domésticos y fontanería. «La exposición al amianto puede causar efectos gravísimos sobre la salud. La mayoría de los casos son mesoteliom­as, un tipo de cáncer en la pleura, que está relacionad­o claramente con exposición al asbesto, y no hay un umbral seguro de exposición», desgrana la neumóloga Cristina Martínez, coordinado­ra del área de enfermedad­es medioambie­ntales dentro de la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (Separ). A pesar de que el amianto sigue tan presente, solo habría que preocupars­e «cuando está deteriorad­o y se desprenden fibras», explica la doctora. Entonces, la normativa para la retirada es muy específica, y solo empresas autorizada­s pueden hacerlo con las medidas adecuadas.

Vivir con la incertidum­bre

Jesús Uzkudun, portavoz de la asociación Asviamie, Asociación de Víctimas del Amianto del País Vasco, cree que el fondo de compensaci­ón no resuelve «todos los problemas» de los afectados, pero que sí dará «algo de oxígeno» a las familias. «Han sido más de 15 años de lucha», cuenta. Su batalla empezó desde su puesto de responsabl­e de Salud Laboral en el sindicato CC.OO. de Guipúzcoa. «Yo era uno de los que más sabían sobre el amianto», asegura, pero nunca pensó que él también podía ser una víctima. Pasaron varios años hasta que cayó en la cuenta de que también en las siderurgia­s como en la que trabajó, la de Pedro Orbegozo-Arcenor de Hernani (Guipúzcoa), el amianto estaba por todas partes. Los hornos y muchas de las piezas que utilizaban estaban cubiertas de este material y las nubes de polvo que se formaban en el proceso de fundición contenían fibras en suspensión.

«Cuando me di cuenta, ya era tarde», lamenta. El peor de los presagios se cumplió hace tan solo un año. El neumólogo le llamó preguntánd­ole si podía respirar. «Eso me asustó», confiesa. Le habían detectado una asbestosis, una enfermedad pulmonar crónica causada por la inhalación de fibras de amianto. De momento puede hacer una vida normal y no ha perdido capacidad pulmonar, «aunque el riesgo de desarrolla­r un tumor o tener que vivir pegado a una bombona de oxígeno siempre está ahí».

A Luis Sukia el cáncer de pleura le apareció cuando estrenaba su jubila

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