ABC (Andalucía)

La clasificac­ión a octavos podría cerrarla en Varsovia

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Con el pleno de victorias en estos tres primeros partidos, el

Madrid podría dar por cerrada la clasificac­ión el próximo martes en Varsovia, donde volverá a jugar con el Shakhtar, que con motivo de la invasión de su país juega los partidos de local en la capital polaca. El

Madrid domina el grupo con claridad: nueve puntos, por cuatro del Shakhtar, tres del

RB Leipzig y uno del Celtic.

Una nueva victoria ante los ucranianos sellaría su billete para los octavos de final e, incluso, podría valerle para hacerlo ya matemática­mente como primero de grupo, siempre y cuando el RB Leipzig no saque los tres puntos de

Celtic Park. Teniendo en cuenta el calendario tan cargado que tiene por delante el Madrid hasta el parón del

Mundial, asegurar los cruces continenta­les con dos jornadas de antelación supondría un respiro para las piernas y la cabeza de los blancos.

En un tramo de la primera mitad se vieron, quizás, los minutos más brillantes del ataque de Ancelotti en esta temporada

gar del campo como un espectacul­ar caballo jadeante todo crin, lomo y brillo… Se vio el comienzo de su entendimie­nto con Benzema, de su particular inteligenc­ia personal o, como diría Valdano, de su sociedad (Benzema acumula sociedades con participac­iones siempre mayoritari­as en el capital).

De algo así surgió el 2-0, un gran gol coral. Comenzó Tchouaméni (Kroos detrás, en la trama telepática de la jugada); pasó por Valverde, Rodrygo y Benzema y la acabó Vinicius con remate directo a un toque. La clave había sido esa acumulació­n de fútbol, el Silicon Valley de fútbol entre Rodrygo, Valverde y Benzema en un espacio común muy pequeño. Esa estaba siendo la clave del partido. Sobre la mediapunta de Benzema cae Rodrygo y le añade una lubricació­n, una agilidad mayor. Valverde alternó el interior y el exterior de un modo que ya es solo suyo, jugando en los dos, interior-exterior; y Rodrygo alternó la banda para abrir la jugada, el campo, para partir de esa anchura, yendo luego donde Benzema, pero no a estorbarse, sino a multiplica­rse.

Hubo tras el gol minutos de delicia, pudieron caer uno, dos, tres goles más y quizás la apoteosis fue la ocasión del minuto 33, en forma de largo contragolp­e que Benzema lanzó para Valverde, permitiend­o al aficionado soñar que no era Valverde sino Ronaldo o Bale o Di María. El Madrid había sido preciso en el muy corto espacio que dejó el Shakhtar al principio y ahora lo era en largo; había sido rápido en lo corto y rapidísimo en lo largo, como sumando dos velocidade­s distintas: la física, de Valverde y la mental de Benzema aumentada por la cercanía de Rodrygo. Es curioso: Benzema mejora a lo demás y Rodrygo mejoraba a Benzema.

El Madrid estaba de dulce, en las mieles del fútbol, con un par ocasiones clamorosas que falló Vinicius, cuando llegó el 2-1 de Zubkov de un modo ya familiar: centro por la derecha del Madrid, holgado, blando, y remate del delantero sin marca, feliz entre los nueves, mirado de lejos por Alaba. La falta de ajuste, el desprendim­iento de la marca, la poca ‘corporeida­d’ de los centrales del Madrid, defecto particular­mente visible en Alaba, que tiene pensamient­os de mediocampi­sta que le delatan, pareció irritar a Ancelotti justo antes del descanso y su equipo retornó con el mismo empeño del principio. Concentrac­ión y presión, aunque el Shakhtar ya estaba en el partido con la amenaza de Mudryk y el propósito no era ya tan fresco. Cuando alguien se va (un equipo, una persona…) ya no regresa del todo. Quedaba Vinicius, en su cosmos anímico personal, y como en cada partido dejaba un surtido de regates nuevos, como una bandejita de pasteles que llevarse a casa. Es como un repostero creativo.

El 4–3-3 se adaptó a la convivenci­a de Modric y Valverde y ahora se adapta a la de Valverde y Rodrygo, a un nuevo reparto de tareas y funciones. Rodrygo ya no es el simple extremo puro; el equipo le reconoce su evolución y el sistema se abre y cambia de forma para él. Él se adaptó primero, y ahora el Todo se adapta a él. El partido era eso: el reconocimi­ento de la nueva madurez de Rodrygo, que gana ‘centralida­d’.

El Madrid no alcanzó la brillantez de la primera parte, aunque siguió chutando mucho, demasiado incluso, decenas de veces, como si no quisiera volver a madurar las jugadas otra vez. Trubin paró mucho. Pudo ser una goleada escandalos­a que, bien mirado, tampoco se merecían los del Shakhtar.

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