ABC (Andalucía)

Hora de despedirse

«No tienes idea –dijo JFK a Galbraith– de cuantísimo­s malos consejos he recibido en estos días»

- IGNACIO RUIZ-QUINTANO

ESTAMOS como en ‘Green’ cuando pinchaban sevillanas a las seis de la mañana, la señal para arrojarte a la calle contra el sol cegador de la amanecida. El sol, ahora, puede ser el hongo nuclear de Oppenheime­r que Chomsky, amigo de confundir cosas, confunde con el Santo Cambio Climático.

—Nos acercamos al momento en el que podemos ir despidiénd­onos unos de otros –dice Chomsky disfrazado de San Pedro (Finlay Currie) en ‘Quo vadis?’.

La mejor despedida a Chomsky se la dio Tom Wolfe en ‘El reino del lenguaje’: «‘El lenguaje… ¿qué es? ¿Qué es?’ ¡Palabras de Chomsky a los 85 años, después de pasarse la vida estudiando el lenguaje!».

En sus ratos libres, Chomsky firmó con el liberalio Pinker un manifiesto para exigir una negociació­n España-Cataluña «con mazo de diálogo» (como dirían en la peluquería de Ferreras), que es lo que se espera de un lingüista.

¿Hay vida tras el último suspiro? Por supuesto que sí, nos tranquiliz­a Muray: es inútil buscar historias de «resucitado­s», relatos de ‘Near Death Experience­s’. Abramos, dice, los ojos, gustemos de esa luz suave, de esos cantos que se oyen en todas partes... Y de esa música... Y de esa bondad...

—¡Claro que sí! ¡Claro que hay otra vida! ¡Estamos en ella!

Del calentón nuclear del 62 nos libraron los Kennedy, John y Robert, que hubo de agarrar (literalmen­te) por las solapas a los que deseaban bombardear el emplazamie­nto de los misiles, con lo que aceptaban el riesgo de una guerra nuclear. «No tienes idea –dijo el presidente a Galbraith– de cuantísimo­s malos consejos he recibido en estos días».

—La franqueza sería similar al hablarme del asesoramie­nto político y militar que tuvo que oír sobre Vietnam.

Si, en el 62, en el lugar de Kennedy hubiera estado Liz Truss, que presume de preparada para apretar el botón de últimas despedidas, hoy no quedaría en el mundo ni un libro de Chomsky. Estaba la doctrina Dulles, que dejó a Bertrand Russell ojiplático al leer el ‘Times’, cortándole su risa de pájaro carpintero, y que se resumía en que el sistema de vida americano corría peligro, y que América podía ganar una guerra abierta, pero en ningún caso una «guerra fría».

Muchos piensan, decía Russell, que en el Occidente y en el Oriente sería preferible el exterminio de la raza humana a la victoria de la ideología que los desagrada: los males infligidos por el Kremlin o por Wall Street, según el caso, serían tan grandes que no valdría la pena vivir en un mundo dominado por el uno o por el otro, y que sería un acto de bondad hacia las futuras generacion­es el impedirles nacer.

—Por una curiosa falta de lógica, los defensores de semejante punto de vista se llaman defensores de la democracia, aunque han de saber que un plebiscito del mundo arrojaría una mayoría aplastante en su contra.

Desde luego, no es justo, y si suprimes la justicia, como dijo Ratzinger ante el Bundestag, ¿qué distinguir­ía al Estado de una gran banda de bandidos?

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