El Nobel de Literatura premia el realismo íntimo de Annie Ernaux
∑La autora francesa, de 82 años, ha reflejado en sus obras el cambio de la Francia real en las últimas décadas ∑Su mirada y su obra se mueven entre la narrativa y la sociología, entre el feminismo y el compromiso social
Annie Ernaux (Lillebonne, Seine-Maritime, 1940), la nueva premio Nobel de Literatura, no es solo decana y gran dama de la literatura francesa de nuestro tiempo: también es la más joven, rebelde y polémica, con mucho.
Emmanuel Macron, presidente de Francia, saludó el premio como un acontecimiento nacional: «Su voz es la de las mujeres y los olvidados de este siglo. Ahora es consagrada en el gran círculo de los Nobel de la literatura francesa».
En su día, Macron fue una «bestia negra» para Ernaux, que llegó a declarar: «Es un invento de las potencias del dinero. Elegido, se transformó en un comediante, que sigue haciendo su interesado teatro».
En la primera vuelta de las elecciones presidenciales del mes de abril, Ernaux votó por Jean-Luc Mélenchon, líder de extrema izquierda, derrotado. En la segunda vuelta, Ernaux anunció que votaría a Macron, por estas razones: «No podía dejar pasar a la extrema derecha de Le Pen... Mi pueblo, como buena parte de otros pueblos, es muy multicultural. Con Le Pen de presidenta hubiese sido una tragedia». Se trata, en escorzo, de una tragedia nacional, social y política, que está en el corazón de la obra de Ernaux, que decidió hace poco menos de medio siglo huir de París y su vida literaria para refugiarse en una ciudad nueva, Cergy-Pontoise, a cincuenta kilómetros de la capital, feliz a su manera, en una ciudad sin alma, observando las grandes superficies comerciales con la precisión de una entomóloga enamorada de sus vecinos.
Multicultural
Hace apenas un año, me comentaba: «El pequeño pueblo tradicional de mi infancia quizá siga existiendo, en algún lugar. Y los grandes centros comerciales se han impuesto como realidades… con una diferencia, esencial. En el pequeño pueblo, cada cual era y es libre de entrar y salir de la iglesia, la alcaldía, el bar, el ‘bistrot’. En el centro comercial, esa libertad está muy condicionada, por razones empresariales, económicas, incluso políticas de fondo. Al mismo tiempo, los grandes centros comerciales se han convertido en lugar de encuentro, lugar de citas, lugar de dar un paseo, en soledad, entre amigos, en familia, entre grupos de jóvenes». Y agregaba irónica: «Cuando vuelvo a París, en ocasiones, tengo la impresión que hay demasiados blancos. En Cergy es otra cosa, mucho más ‘real’, multicultural».
Desde el tercer piso de un inmueble moderno, Annie Ernaux puede observar el paso del tiempo con el rigor de una socióloga que desea comprender las metamorfosis de la sociedad francesa, con el rigor de una observadora que intenta contar el desarraigado mundo que le ha tocado vivir.
Hija de padres muy modestos, propietarios de un café y una tienda de ultramarinos, en la Normandía profunda, interior, Ernaux estudió Lengua y Literatura en Rouen y llegó a ser profesora querida por sus alumnos. Su primer libro, ‘Los armarios vacíos’ (1974), le dio un reconocimiento temprano, que fue creciendo, año tras año, premio tras premio, para culminar, provisionalmente, con ‘Memoria de una chica’ (2016), púdico e impúdico relato autobiográfico.
Sociología crítica
Profesora de Literatura, muy pedagógica, Annie Ernaux decidió construir una obra realista. Su veintena de libros son una suerte de sismógrafo de las metamorfosis de la Francia del último medio siglo. Que tienen mucho de sociología crítica. La antigua hija de una familia modesta contempla sin sensiblerías la evolución de los seres humanos, la sociedad, la marcha de los negocios públicos. Con el rigor de su estilo, limpio y acerado: tras la sobriedad no es difícil distinguir una espada jupiterina «decapitando» a los grandes hombres de la vida pública.
Annie Ernaux no ha ocultado nunca una sensibilidad política radical, de extrema izquierda, dejándose arrastrar hasta el abismo que ha podido rozar el antisemitismo de izquierda, hostil a la existencia misma de Israel, donde la premio Nobel está considerada como enemiga del pueblo judío, cómplice del más atroz antisemitismo izquierdista. Radicalismo compatible con la denuncia sin piedad de los presidentes Nicolas Sarkozy, François Hollande y Emmanuel Macron, insensibles, a su modo de ver, a los desastres sociales que se han sucedido en los últimos treinta años.
Tras ese pesimismo crudo y duro sobre la política francesa, la nueva premio Nobel tiene una visión muy humana y esperanzada de la nueva sociedad francesa, multicultural: «Deambulando por un híper, contemplando las idas y venidas de las madres, acompañadas de sus niños, mirando, descubriendo juguetes, regalos, guirnaldas, decoraciones con lucecitas de colores, cuando llega la Navidad… Me dije que, bueno, la luz, las luces, también iluminan nuestro amor, nuestros deseos, nuestras ilusiones...; mirar la luz, maravillarse ante el espectáculo de la luz, tocándolo todo con su resplandor, es una manera de compartir la ilusión, la esperanza, el amor».