ABC (Andalucía)

La fiesta del Viva22

- JUAN CASILLAS

Apesar del calor y del intenso sol que brillaba ayer en Madrid,

el Viva22 se convirtió en lo más parecido a un oasis para Santiago Abascal, tras un desierto de «intrigas palaciegas» –Ignacio

Garriga ‘dixit’– coronadas el pasado jueves con la renuncia de Javier Ortega

Smith a su puesto como secretario general. Con ambiente de verbena desde las once de la mañana hasta la medianoche, Vox se dio un baño de masas para curar la herida que dejó Macarena

Olona con su abandono del partido y su denuncia de «falta de democracia interna» en su frustrado intento de volver a la formación.

El aparcamien­to era casi imposible en las inmediacio­nes del Mad Cool, el espacio de Valdebebas elegido para la segunda edición del Viva, y el goteo de gente no cesó en toda la mañana. Desde

la estación de Cercanías acudían en peregrinac­ión un sinfín de simpatizan­tes con ganas de pasar el día como quien asiste a las fiestas patronales de su pueblo. El elemento común de muchos de ellos: enseñas nacionales en forma de pulsera, bandera, bufanda o camiseta.

Entre el rojigualda y la proximidad de la Ciudad Deportiva del Real Madrid,

algún vecino despistado podía pensar que este fin de semana había partido de la selección. Pero no, hay

Liga y el Viva22 de Vox, que cumplió las expectativ­as de su dirección nacional. El espacio del Mad Cool, muy amplio, podría haber evidenciad­o con facilidad cualquier pinchazo, pero entre las once de la mañana y la una de la tarde, según la organizaci­ón, ya habían entrado más de 8.000 personas al recinto. Ocho mil en dos horas y se esperan más de 30.000 entre ayer y hoy, por los inscritos en la web. «Hay más policías que en tiempos de la ETA», decía sorprendid­a una mujer a su marido a las puertas del Mad

Cool, mientras aceleraba el paso para situarse ya en la cola de acceso. «Ah, claro, que somos la ultraderec­ha», añadía irónica, molesta con la etiqueta.

Nada más entrar, los inscritos recibían gratuitame­nte un libro de fotografía­s en alta calidad, ‘España siempre, la alternativ­a’, con imágenes de Vox desde sus inicios hasta la actualidad. También

se les obsequiaba con una pulsera conmemorat­iva y con el olor a panceta, barbacoa y paella. Una fiesta.

Una gran bandera de España presidía la entrada junto a un globo aerostátic­o de Vox. Lugar de juegos para los niños con castillos hinchables, enfermería, dos zonas de restauraci­ón y otras dos de venta de bebidas, casetas de empresas privadas, carpas en representa­ción de las provincias y ciudades autónomas españolas, y por fin, al fondo, el escenario multiusos utilizado para conciertos y sobre el que hoy Abascal presenta su programa España Decide.

Los diputados, uno más

«Nosotros venimos desde Murcia en coche», comentaba un asistente que había viajado por carretera con un amigo. «Vinimos el año pasado ya, somos fijos», agregaba su acompañant­e. Entre

los presentes se entremezcl­aban, como uno más, diputados nacionales, europeos, autonómico­s, concejales...

Estaba la plana mayor de Vox, y también paseando con una cerveza, comunicánd­ose en un idioma que no era ni francés, ni español ni italiano, que quizá fuese un intento de esperanto, Marion

Maréchal, sobrina de Marine Le

Pen.

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