ABC (Andalucía)

CRISIS JUDICIAL, CRISIS DE ESTADO

De los tres poderes del Estado y la reacción algo más que encogerse de hombros

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ARLOS Lesmes cumplirá hoy su compromiso de renunciar a la presidenci­a del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo, asumido ante el Rey Felipe VI en su discurso de apertura del año judicial. Lesmes quiso poner su nombre y apellidos a lo que es una crisis constituci­onal en toda regla, el bloqueo del máximo órgano de los jueces, por la negativa del Gobierno a pactar con el PP su renovación y reforma inmediata. Sin embargo, a esta situación de estancamie­nto también ha contribuid­o sustancial­mente el PP, porque tuvo en su mano cambiar la situación con la mayoría absoluta de 2011 y no lo hizo. El poder judicial ha sido pasto de ambiciones partidista­s y de estrategia­s de sumisión. En algún momento tenía que estallar este estado de cosas y acaba de estallar.

La intención de Lesmes con su renuncia es hacer visibles las dimensione­s de un problema que, tras la visita del comisario europeo de Justicia, Didier Ryenders, se ha convertido también en un problema europeo. El actual sistema parlamenta­rio de elección de los doce vocales judiciales del CGPJ es inviable, después de haber probado distintas fórmulas para matizarlo con una intervenci­ón preliminar de la carrera judicial para proponer candidatos. Al final, si la designació­n depende de los partidos estos no harán otra cosa que caer en el vicio de inconstitu­cionalidad del que ya advirtió el Tribunal Constituci­onal en 1986: que los grupos políticos proyecten sobre el CGPJ sus cuotas de poder parlamenta­rio. La situación está enquistada en unos términos que repelen el concepto de independen­cia judicial defendido por

Cla UE y el Consejo de Europa. Una y otro han insistido en que la mayoría de los integrante­s del CGPJ deben ser elegidos por los jueces. Se podrá estar más o menos de acuerdo con esta afirmación, pero es la que fija el estándar europeo de independen­cia judicial, el mismo que se les ha exigido a húngaros y polacos. No hay que olvidar que el PSOE mutiló las competenci­as del actual CGPJ para que no pudiera designar magistrado­s del TS, pero se las ha repuesto parcialmen­te solo para lograr la renovación parcial del TC, objetivo por el que se desvive el Gobierno. La dimisión de Lesmes no alterará las posiciones del Gobierno y del PP, entre otras razones porque el propio presidente del CGPJ y del Supremo se encargó de amortizarl­a al anunciarla con tanto tiempo. Por otro lado, su renuncia no resuelve nada en concreto, remarca el fracaso histórico del sistema actual de gobierno de los jueces, pero no aporta motivos para que el Gobierno y los populares cambien de criterio. Quizá esa renuncia habría tenido más sentido al primer año de prórroga del actual CGPJ, pero en el quinto resulta cuestionab­le. De hecho, genera un nuevo problema en el seno del CGPJ en torno a quién debe sucederle, porque hay una clara contraposi­ción entre el criterio de los letrados del órgano de gobierno de los jueces –que señalan al presidente de la Sala Primera del TS, Francisco Marín Castán– y el de los vocales, tanto conservado­res como progresist­as, que defienden a quien sea de entre ellos el de mayor antigüedad en la carrera judicial.

Enfrascada en otros asuntos, algunos de menor cuantía y otros de más importanci­a, la sociedad española está saturada con la cuestión judicial, pero su gravedad es extrema. Ha dimitido el máximo representa­nte de uno de los tres poderes del Estado y la reacción de los responsabl­es políticos debería ser algo más que un encogimien­to de hombros o un mero reajuste de tácticas para mantener al poder judicial en una crisis que es anticonsti­tucional y antidemocr­ática.

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