ABC (Andalucía)

Un recuerdo para Antonio Gala

Una obra de arte en sí misma

- JOSÉ F. PELÁEZ

QUIÉN iba a pensar que a Quintero le sobrevivir­ía Gala. Desde luego, yo no. Gala siempre fue ese niño enclenque, débil e ingrávido que parecía que iba a ponerse a flotar en cualquier momento. Y Quintero, el loco oscuro y fuerte anclado con un lastre a la noche, que, como la tierra, es de quien la trabaja. Y él la ha trabajado tanto que, por fin, la tiene en propiedad. No así Antonio, cuyo recuerdo no se me va de la cabeza en los últimos meses. Estoy releyendo sus poemas, repasando sus libros y devorando sus entrevista­s como un niño que acabara de descubrir de golpe la belleza y quisiera atraparla para que no se le escape. Y, de paso, para ver si se me pega algo, que falta le hace a este mundo cutrón y baboso que nos está quedando.

Me he parado especialme­nte en sus entrevista­s. Porque el mejor Gala es oral, que es lo mismo que decir que el mejor Gala es el que habla con Quintero, el que se expande, el cínico, el sabio, el esteta, el malvado, el del juego de máscaras y de vasos comunicant­es que van del cielo al infierno y se contaminan mutuamente. Gala se convierte ahí en Gala. Y lo hace porque Quintero le da tiempo, lo espera, lo modela y lo pule en aquellas entrevista­s míticas, en el negro más puro, el del Duende de Lorca, el de ‘Las noches del Baratillo’, el de la oscuridad que resplandec­e y nos adormece a golpe de secretos.

Si digo que el mejor Gala es el oral no es por demérito de su literatura. Muy al contrario, él es Quevedo, Shakespear­e, Cervantes, Juan Ramón y Lorca, todo a la vez y todo a lo bestia. Pero en sus palabras rápidas vemos el milagro de un pensamient­o al nacer, germinando desde la nada, haciéndose presente en directo, sin líneas guía ni dedos contando sílabas. Escribiend­o todos podemos salir del paso, es solo cuestión de tiempo, es decir, de ganas. Se lo digo yo. Pero brillar en una conversaci­ón es otra cosa, ahí no hay disfraces, tecla de borrar ni consultas rápidas a Wikipedia. No vale la voluntad. Solo el genio. Con eso se nace. Y Gala se lo llevó todo, por eso piensa con subtítulos, se vuelve transparen­te y nos deja ver cómo la belleza siempre gana.

Ver a Gala hablando con Quintero es una obra de arte en sí misma. Con el tiempo se percibe un cambio en el Gala entrevista­do, que va desde el atractivo joven que habla del amor con los ojos como una fábrica de colágeno al Gala más arquetípic­o, el que parecía que estuviera imitando a la propia imitación de Josema Yuste para terminar siendo ese hombre abatido, malhumorad­o y decepciona­do que lucha contra el cáncer y que cuenta que esa misma noche ha estado a punto de morir, por lo que su epitafio ya no será, como anunció, «Murió vivo» sino «No se levanten, conozco la salida».

Pero al final el que la conocía era Quintero. Y algo me dice que se ha ido adelantand­o para preparar con tiempo la entrevista final. Espero que Gala sepa mantener la pose de divo y le estropee los tiempos. Aguanta un poco más, Antonio. Que, como escribió José María Cano, «andamos justos de genios».

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