ABC (Andalucía)

EL EJÉRCITO FRENA OTRA VEZ LA VERDAD PARA LOS ESTUDIANTE­S DE IGUALA

La cancelació­n de órdenes de detencione­s contra militares mexicanos muestra el poder de la institució­n en el Gobierno de López Obrador y apaga las esperanzas de obtener justicia para los 43 desapareci­dos

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Abel, Alexander, César, Emiliano, Cutberto, Giovanni, Jonás, Marcial, Saúl... Estos son solo algunos de los nombres de los 43 normalista­s (estudiante­s de magisterio) que desapareci­eron la noche del 26 al 27 de septiembre de 2014 en Iguala, estado de Guerrero, y que no han vuelto a ser vistos, ni vivos ni muertos. Entre ellos, como se ha sabido después, también había un soldado del Ejército mexicano infiltrado, que informaba de todas sus actividade­s. Ocho años después, quedan todavía sombras.

Entre las certezas están que los estudiante­s desapareci­dos formaban parte de un grupo más numeroso que había secuestrad­o cinco autobuses –uno de los cuales habría estado cargado de droga sin ellos saberlo (existía una ruta de tráfico hasta Chicago con estos vehículos que estaba siendo monitoriza­da por EE.UU)– para viajar a Ciudad de México, donde tenían previsto participar, el 2 de octubre, en la conmemorac­ión anual de la Masacre de Tlatelolco de 1968.

Y entre las incógnitas por despejar: el paradero de los jóvenes y señalar –y condenar– a todos los que participar­on de una forma u otra en lo que el informe de la Comisión para la verdad y acceso a la justicia del caso Ayotzinapa (Covaj), presentado por el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) el 18 de agosto, ha calificado como «crimen de Estado».

El suceso, conocido como el caso Ayotzinapa, fue tan dramático (y macabro) e implicaba a tantos actores –narcos, policías y autoridade­s locales y federales, militares...– que recibió la atención internacio­nal. De ahí que el Gobierno de entonces, liderado por Enrique Peña Nieto, se apresurase a cerrar la investigac­ión ofreciendo su ‘verdad histórica’. Una versión construida sobre pruebas fabricadas, declaracio­nes arrancadas con torturas (muchos de los detenidos fueron posteriorm­ente liberados por esta práctica), encubrimie­ntos y señalamien­tos que dejaban limpios de toda culpa al Ejército y a altas autoridade­s judiciales.

El caso Ayotzinapa era –y es– la punta del iceberg de la realidad de un país que tiene en su haber más de 100.000 desapareci­dos y en el que se contabiliz­an más de 35.000 asesinatos al año, la mayoría sin resolver pues el nivel de impunidad de los delitos alcanza el 98%. «A no ser que haya algún tipo de presión internacio­nal para la investigac­ión. Ese ha sido el caso

por desaparici­ón forzada, tortura y contra la administra­ción de justicia en el caso Ayotzinapa; mientras que Zerón sigue en Israel, donde se ha refugiado huyendo de la justicia mexicana. El GIEI criticó la premura de esa detención que puede hacer fracasar la condena.

Detencione­s canceladas

Los obstáculos a la labor de la Ueilca se han ido sucediendo en las últimas semanas. A la retirada de los trece policías que trabajan a su cargo y que podían llevar a cabo detencione­s, se sumó que un agente del Ministerio Público, ajeno al caso y a la investigac­ión, pidió el desistimie­nto de 21 de las 83 órdenes de detención (que incluía a 20 militares) solicitada­s por la Unidad especial. Algo que se realizó «sin tener en cuenta los tiempos procesales ni el procesamie­nto de pruebas fundamenta­les», argumenta el GIEI en un informe del 29 de septiembre. Para Mattiace, esta actuación solo se puede calificar de «obstrucció­n e intromisió­n por parte del fiscal general».

De las órdenes de detención canceladas, 16 correspond­ían a militares, estamento que, según el último informe del grupo de expertos, mantenía vínculos con Guerreros Unidos. Para Anabel Hernández, el origen de la desestimac­ión de estas órdenes está en el momento en que la Covaj señala que el coronel José Rodríguez Pérez (detenido el 14 de septiembre), responsabl­e del 27 Batallón de Infantería de Iguala, «no solo permite que sus hombres ataquen a los estudiante­s, sino que él mismo da las órdenes para asesinar a seis de ellos (que habrían permanecid­o vivos varios días más que sus compañeros) y desaparece­r los cuerpos. Tocar los intereses del Ejército detonó que este, con el apoyo del presidente de la República, presionara a la Fiscalía General y a Gómez Trejo para callar ante el desistimie­nto de las órdenes de detención. El fiscal (que dimitió a mediados de septiembre) especial no aceptó». AMLO, que ha apoyado la cancelació­n de esas detencione­s, ha señalado que el objetivo era provocar una «rebelión» en el interior del Ejército.

Sobre los militares a los que se les ha levantado la orden de detención, Hernández señala que AMLO «miente» cuando afirma que no tenían nada que ver con el caso. Al menos once de ellos «son personas claves que estuvieron en el lugar de los hechos, y cuyas declaracio­nes ministeria­les estuvieron plagadas de inconsiste­ncias y mentiras». Se refiere también a varios miembros de Inteligenc­ia implicados, que han evitado el arresto. Así como el responsabl­e de las cámaras de seguridad de Iguala, «que vio con sus propios ojos la masacre y en lugar de denunciar borró los vídeos».

¿Se conocerá toda la verdad sobre el caso? «Estoy convencida de que sí, pero el tema es si esa verdad se convertirá en justicia», expone Hernández.

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