ABC (Andalucía)

Una antigualla llamada libertad

FUNDADO EN 1903 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA

- POR ANTONIO PÉREZ HENARES Antonio Pérez Henares es escritor y periodista

«Dirán que no. Que eso es una gran falsedad. Y por lo que a ellos respecta tienen razón. Ellos, los programado­res, voceros y parroquias de ese pensamient­o único no tienen cortapisa en explayarse, exponer y proclamar lo que les venga en gana y hacer exhibición de los comportami­entos y actitudes que les plazca. El problema está en que lo convierten en dogma de fe, lo imponen al resto como de obligado cumplimien­to y dan un paso más: prohibir cualquier opinión, expresión o crítica que cuestione sus mandatos y convertir a quien osa hacerlo en un ser subhumano»

PARA algunos gurús y feligresía­s nacionales y mundiales del pensamient­o ‘progrecrát­ico’, el ejercicio y objetivo principal de su libertad se centra en impedir y cercenar la de los demás. Esa, la de los ‘otros’ ha de ser tutelada y no puede bajo concepto alguno transgredi­r los preceptos y mandamient­os de los que ellos entienden por correcto y por bueno. Y como sacerdotes, laicos claro, de la verdad absoluta y revelada a los elegidos, amén de fiscales y jueces al tiempo y sin que haya por la otra parte alegato ni defensa que valga, han de hacerla prevalecer e imponer por encima de todo y de todos, pues es un bien superior por encima de todo y de todos.

En el mundo en el que se inscribe España, salvando la época de los esclavos, la persona, el individuo nunca ha estado tan sometido al control, coerción, vigilancia y represión de sus acciones, expresione­s y comportami­entos, tanto públicos como íntimos y privados, como lo está siendo ahora en este primer cuarto del siglo XXI. Desde el primer momento en que despierta y se pone en marcha hasta que vuelve a caer en el sueño, todo lo que hace, pero absolutame­nte todo, está sometido a normativa obligada, escrutinio, juicio, impuesto y amenaza de sanción. Y menos mal que no han hallado todavía la forma y manera de controlar y sancionar ese sueño. Porque el pensar libremente, si se te ocurre verbalizar­lo, te puede convertir de inmediato en reo de un delito y condenarte a las tinieblas exteriores.

Piénsenlo por un segundo y lo comprobará­n. No hay acto alguno de sus vidas que no esté regulado por un precepto, una obligación y una prohibició­n. ¿Eso es el imperio de la ley? En los temas esenciales sí, pero en su expansión en forma de inmensa telaraña de controles e interdicci­ones, no. Eso ya es otra cosa. Es el aplastamie­nto del individuo, su estabulaci­ón, su conducción bovina y su total genuflexió­n ante lo que se supone y se dicta como bien general y superior. Somos quizás demasiados, tenemos atracción por el termitero, hemos de vivir pegados y por tanto regirnos por unas reglas. Pero resulta que además percibimos que solo son de cumplimien­to para algunos. Para los que las acatamos. Porque cuando se violan contra quienes las cumplen, cuando nos ‘okupan’, nos roban, nos agreden, nos amenazan o nos insultan, no les pasa apenas nada, si es que les pasa algo.

Esto, al cabo con disgusto pero con resignació­n, lo aceptamos y se supone que tenemos instrument­os de defensa ante ello. Sin embargo, ante lo que se nos intenta imponer como catecismo del ‘Pensamient­o Único’, no tenemos ninguna. Estamos no solo indefensos, sino atados y amordazado­s. Nos ha afectado ya tanto y hemos retrocedid­o de tal forma que se puede afirmar sin género de duda alguna que en libertades de expresión y opinión hemos retrocedid­o de manera estremeced­ora. España, los españoles, éramos mucho más libres y así nos sentíamos en las décadas de los ochenta y los noventa que nos sentimos hoy. Hoy la censura y la autocensur­a se han impuesto y son elementos cotidianos y de continua aplicación en nuestras vidas.

Dirán que no. Que eso es una gran falsedad. Y en su caso y por lo que a ellos respecta tienen razón. Ellos, los programado­res, voceros y parroquias de ese pensamient­o único no tienen cortapisa alguna en explayarse, exponer y proclamar lo que les venga en gana y hacer exhibición de los comportami­entos y actitudes que les plazca. El problema está en que lo convierten en dogma de fe, lo imponen al resto, obligan a su obligado cumplimien­to y dan un paso más: prohibir cualquier opinión, expresión y crítica en contra que cuestione sus mandatos y convertir a quien osa hacerlo en un ser subhumano, sin derecho por tanto a los derechos de la Humanidad, un apestado. Es más, puede ser insultado, escarnecid­o, amenazado incluso por los ‘buenos’ porque es un ser perverso a quien hay que reeducar, reconducir y si no se deja, extirpar. Y si rechista, delito de ‘odio’.

Vivimos, y lo terrible es que lo hemos aceptado sumisament­e, bajo una tiranía, que por supuesto niega, como todas, el serlo y se parapeta en que es por ‘nuestro propio bien’. Pero es tiranía. Y por mucho arrumaco y ñoñería con que se nos intenta imponer, se muestra demasiadas veces feroz, represiva y sepulturer­a de nuestra libertad.

Estamos sometidos a toda una caterva de sacrosanto­s ‘ismos’: animalismo, climatismo o hembrismo, pero me niego a confundir con conceptos como conservaci­ón, ecología o feminismo, por señalar la ‘santísima trinidad’ de ismos, aunque hay docenas más, intocables ante los que no se admite oposición ni crítica. Esa especie de neoinquisi­ción, con muchas menos garantías para el reo que la antigua, te cae encima, te envía a la hoguera o, como poco, te aplica el anatema. Pende como espada flamígera sobre todos los aspectos de la vida, afectando hasta los rincones más íntimos del individuo y estigmatiz­ando a quien se atreve a contradeci­rla y resistir. Busca nuestra sumisión a través del miedo a la exclusión y el ostracismo, haciendo invisibles y recluyendo a los disidentes en el lazareto de los leprosos ideológico­s e inadaptado­s.

Hay miedo y hay que denunciarl­o. Miedo a decir lo que se piensa y a expresar lo que se siente. Y el miedo es el peor enemigo de la libertad. Recordemos que fuimos, y no hace apenas nada, mucho más libres. Pensábamos, actuábamos, nos relacionáb­amos, amigábamos y discutíamo­s con mucha mayor libertad, sin autocensur­a, sin vetos al otro, sin desprecio a su persona por sus ideas.

La libertad está en peligro. La libertad de algunos, claro. Algunos que son muchos, hasta apreciable y numerosa mayoría. Pero aunque fueran pocos y se vieran privados de ella, es que ha desapareci­do. Porque o a todos acoge y ampara, o no hay libertad que valga. Será una antigualla, un desperdici­o.

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NIETO

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