ABC (Andalucía)

Los desterrado­s del fútbol europeo

Una decena de clubes, además del Shakhtar, no pueden jugar en sus estadios en los torneos continenta­les

- PABLO LODEIRO

Ser nómada en el fútbol no es una condición exclusiva del Shakhtar Donestk, despojado de su casa desde que Putin lanzase su primer zarpazo a la península de Crimea (2014) y a las poblacione­s más orientales del Donbass, lo que provocó que el estadio del conjunto ucraniano, el Donbass Arena, quedase agujereado por el impacto de varios proyectile­s. Además del rival del Real Madrid esta noche en la Champions, una decena de clubes tampoco pueden jugar en sus campos en las competicio­nes europeas, aunque no todos por motivos bélicos o políticos.

El Dinamo de Kiev, el otro gran equipo de Ucrania, tampoco juega en la ciudad que representa desde el pasado febrero, cuando el Ejército ruso inició la invasión y obligó a este conjunto a refugiarse en Polonia. En el país eslavo afrontó las fases previas de la Europa League, en la ciudad de Lodz, a más de 900 kilómetros del Olímpico de Kiev, ahora convertido en campo para refugiados. Su actual base de operacione­s es el Jozef Pilsuski, en Cracovia. El Dnipro, tercero en discordia de la liga ucraniana, compite en Kosice, al este de Eslovaquia, y aquí disputa la Conference League.

No solo los ucranianos. Otros equipos europeos han tenido que abandonar su hogar por vivir en zonas calientes o en conflicto. Cerca de Ucrania, en la república de Transnistr­ia, el Sheriff, que la pasada temporada dio la campanada al vencer al Real Madrid en la

Champions (1-2), se ha visto obligado a abandonar la ciudad de Tiraspol para jugar la Europa League en la capital de Moldavia, Chisinau, debido a la cercanía de la guerra entre Rusia y Ucrania. Otro equipo del Europa del Este, el Qarabag de Azerbaiyán, originario de la región de Karabaj, fronteriza con Armenia e histórico punto de tensión entre ambos países, disputa sus partidos continenta­les desde principios de este siglo en Bakú, capital azerí. El objetivo es alejarse de la zona de conflicto e intentar convertir a este club en el símbolo de apertura de una nación siempre bajo la lupa por sus políticas y restringid­os derechos ciudadanos.

Pero no solo la tensión bélica obliga al destierro de los clubes. Un buen puñado de equipos, por diferentes motivos, están pasando esta temporada por el felpudo para poder afrontar sus citas locales en competicio­nes europeas. El Villarreal juega en el estadio del Levante, el Ciutat de Valencia, porque La Cerámica está de reformas (ya le pasó al Madrid hace dos temporadas, mudándose al Alfredo Di Stéfano, y le pasará al Barça, que jugará la próxima campaña en el Olímpico de Montjuic).

La lista de extraños en tierras lejanas se completa debido a la reglamenta­ción de la UEFA, que obliga a cumplir una serie de requisitos en los recintos para albergar sus competicio­nes. Los aficionado­s del Union Saint Guilloise de Bruselas deben desplazars­e a Lovaina, a 30 kilómetros, para ver competir a los suyos en la Europa League. Algo similar le pasa al RFS de Riga (Letonia), pues su estadio solo tiene capacidad para 2.300 espectador­es. Juega en el Skonto, en la misma ciudad. El Apollon Limassol chipriota debe desplazars­e a la capital, Nicosia, porque en su campo no alcanza los mínimos exigidos por la UEFA.

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// ABC El Qarabag celebra un gol ante el Nantes en Europa League Campeones)

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