Un soplo del Espíritu
MARTÍNEZ
HOY se cumple el LX aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, fecha elegida para celebrar la memoria litúrgica de san Juan XXIII. Dicha efeméride permite rememorar el acontecimiento histórico y profundizar en las claves teológicas de su legado. Convocado el 25 de enero de 1959, el Papa Roncalli creía verdaderamente que la cita conciliar era «un soplo del Espíritu» que daría lugar a un «nuevo Pentecostés».
La solemne procesión de apertura, con más de 2.500 padres entrando en la Basílica de San Pedro aquel 11 de octubre, fue un acontecimiento nunca visto en la historia. Con aquella alocución Gaudet Mater Ecclesia, el ‘Papa bueno’, establecía las claves y los ejes que había pensado para el concilio: advertía de los «profetas de calamidades». Solicitaba un necesario ‘aggiornamento’ (actualización) en todas las dimensiones eclesiales: en primer lugar, en el nivel doctrinal, distinguiendo las verdades de la fe (llamadas a ser custodiadas y difundidas) y la forma de expresar dichas verdades; en segundo lugar, hacía una llamada a una renovación a nivel vivencial que luego se traduciría en una reforma del culto divino para hacer de la liturgia una experiencia más consciente, activa y fructífera; y, finalmente, pedía una reforma a nivel participativo que conllevara a cada cristiano a la toma de conciencia de participación y corresponsabilidad eclesial que nace del bautismo. El Papa deseaba un «concilio pastoral», misionero y evangelizador, alejado de las condenas y consciente de que «en nuestro tiempo, la esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia antes que la de la severidad». Finalmente, hacía un llamamiento a la unidad de la familia cristiana que encendía la llama del sueño ecuménico, anticipo de una fraternidad humana universal (que vivía en tiempos de guerra fría y reciente crisis de misiles cubanos). El camino conciliar haría que el mismo concilio se desarrollara en dos ejes fundamentales: ‘ad intra’ (Iglesia, ¿qué dices de ti misma?) y ‘ad extra’ (Iglesia, ¿qué dices al mundo?) contando el Papa Montini (Pablo VI) como el gran arquitecto conciliar.
‘El Concilio pervivirá por los Sínodos’ (Jean Guitton). Hoy, que nos encontramos en medio del Sínodo sobre la sinodalidad (octubre, 2023), recordar la apertura del Concilio es comprometernos con su legado y con todas sus enseñanzas (letra y espíritu), reconocer que es «gran gracia» y «brújula segura» para la Iglesia actual (Juan Pablo II), reafirmar su interpretación (hermenéutica de la continuidad en la reforma-Benedicto XVI) y apostar por una Iglesia sinodal (Francisco) que refuerce la experiencia personal del encuentro con Jesucristo, consolide los vínculos de comunión y participación eclesial entre todas las formas de vida cristiana y apueste decididamente por una evangelización en medio de un mundo herido e inmerso en una tercera guerra mundial a pedazos. De este modo, como recordaba Juan XXIII en su alocución inicial conciliar, «pueda la Ciudad terrenal organizarse a semejanza de la celestial en la que reina la verdad, es ley la caridad y su grandeza es la eternidad» (San Agustín).