Sánchez se esconde
FUERA de sus zonas de confort, Moncloa, Congreso y Senado, el presidente del Gobierno se siente acorralado, incapaz de aceptar la crítica de esa ‘gente’ común y corriente en cuyo nombre habla en vano. Alejado de los entornos que controlan sus peones, mediante una interpretación ventajista de los reglamentos de las cámaras y una selección meticulosa de los periodistas a quienes se digna responder, su soberbia ofendida sufre más de lo tolerable por su espíritu narcisista. De ahí que haya optado por esconderse de la realidad, en un alarde de cobardía no solo indigno en términos personales, sino inaceptable en un político demócrata. ¿Recuerdan ustedes los sermones que nos largaba su socio y primer vicepresidente, Pablo Iglesias, sobre la rendición de cuentas de los mandatarios a la que él se refería con el término inglés, ‘accountability’, como buen paleto esnob? Son pasado. Podemos ya no exige explicaciones del jefe del Ejecutivo, no vaya a ser que se moleste y los mande al paro, y él solo comparece donde el terreno le es propicio y el árbitro está comprado.
En su afán por librarse del juicio de quienes le pagan el sueldo, Sánchez supera todos los límites. La exhibición de vileza que protagonizó el pasado día doce, llegando tarde al desfile de las Fuerzas Armadas a fin de utilizar la figura del Rey como escudo, con la esperanza de escapar al abucheo del público, demuestra no solo su pésima educación, sino su falta de coraje para superar el temor que lo atenaza en situaciones difíciles. Si se acochina ante unos cuantos compatriotas enfadados, cuya única ‘arma’ es la voz, ¿qué no hará ante las presiones o amenazas de ciertos líderes, nacionales o internacionales, provistos de munición con la cual coaccionarle? A la vista está. El miedo es la explicación de muchas actuaciones que resulta imposible entender prescindiendo de esa clave. Miedo al rechazo expreso y ruidoso. Miedo a que se descubran ciertas negociaciones o pactos secretos, tapados con montañas de mentiras. Miedo al ridículo. Y por encima de todo, miedo a perder el poder. Un miedo cada vez peor disimulado, que lo tiene fuera de sí.
Sus pretorianos levantan murallas a su alrededor, en un intento desesperado de aislarlo de la hostilidad ciudadana, aunque se trata de una misión imposible. De la campaña «piel con piel», pensada para aparentar cercanía con los viandantes, se ha pasado al «mitin con militantes», ocultando a los medios de comunicación los trayectos seguidos para evitar que las cámaras capten escenas desagradables. Ya solo le queda el burladero de las elecciones municipales y autonómicas, donde espera agazaparse a buen recaudo mientras sus compañeros de filas reciben la patada destinada a él. Los echará sin vacilar a los leones, aunque dudo que así evite el castigo que le espera.
ISABEL SAN SEBASTIÁN
La exhibición de vileza que protagonizó al escudarse en la figura del Rey demuestra el miedo que lo atenaza