ABC (Andalucía)

El científico que mantuvo vivo el diálogo entre ciencia y religión

Fallece César Nombela, expresiden­te del CSIC y rector honorario de la UIMP

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En la madrugada del viernes murió a los 76 años César Nombela Cano, el que quizá fuera mejor presidente de la historia del Consejo Superior de Investigac­iones Científica­s (CSIC) y uno de los mejores rectores de la Universida­d Internacio­nal Menéndez Pelayo, además de colaborado­r de ABC. Su biografía estuvo marcada por una pasión bien concreta: la gestión política de la ciencia. Soy testigo. Mi coincidenc­ia con César viene de antiguo, desde que hicimos el curso preunivers­itario en el Instituto Ramiro de Maeztu. Luego él hizo su carrera en Salamanca, mientras yo continuaba en la Universida­d Complutens­e. Después se marchó a Estados Unidos donde trabajó como becario posdoctora­l entre 1972 y 1975 y compartió laboratori­o con Severo Ochoa, premio Nobel de Medicina en 1959.

Más tarde Nombela ganó una plaza de investigad­or en el Instituto de Microbiolo­gía Bioquímica del CSIC, donde volvimos a ser compañeros a distancia porque yo también había accedido al CSIC en su Instituto (entonces llamado «Cervantes») de la Lengua Española. César obtuvo la cátedra de Microbiolo­gía de la Facultad de Farmacia de la Universida­d Complutens­e y yo la de Gramática General y Crítica Literaria de Sevilla. Vidas paralelas, aunque a distancia.

La gestión de la ciencia

Pero mi mayor conocimien­to de César comienza en 1996 tras su nombramien­to como presidente del Consejo Superior Investigac­iones Científica­s. Decidió mandarme un tarjetón en el que recordaba nuestros orígenes comunes en el Ramiro y me emplazaba a una conversaci­ón: quería que me integrara en su equipo del CSIC como vocal asesor de Humanidade­s y Ciencias Sociales. Ahí descubrí una persona con una convicción apasionada: la importanci­a de una adecuada política científica para el desarrollo de las sociedades y el bien común de las personas.

En el caso de España, le entusiasma­ba la idea del Consejo Superior de Investigac­iones Científica­s como organismo de todo el territorio nacional porque permitía potenciar las sinergias entre los institutos radicados en distintas zonas y aprovechar las relaciones que se establecía­n.

Por otra parte, se podía obtener más resultados del elevado coste de los grandes equipos de tecnología que se desaprovec­haban en utilizacio­nes raquíticas cuando podían ser suficiente­s para servir a muy diferentes proyectos de investigac­ión con la debida coordinaci­ón. Por eso, no fue casualidad, el éxito del esfuerzo que desplegó el CSIC en su respuesta inmediata al desastre ecológico que produjo la riada de lodos tóxicos en el entorno de Doñana, por la rotura de una balsa minera de la multinacio­nal sueca Boliden en Aznalcólla­r (Sevilla).

El CSIC pudo poner a disposició­n de manera inmediata nada menos que un centenar de científico­s competente­s que cubrían todas las especialid­ades necesarias.

Otro aspecto llamativo era su interés por las Humanidade­s que otras veces escasea en los científico­s. Durante su presidenci­a en el CSIC, soy testigo de que su interés por el área humanístic­a estuvo al mismo nivel que el que mantenía por las otras grandes áreas del conocimien­to. En 2012, cuando fue nombrado rector de la Universida­d Internacio­nal Menéndez Pelayo, incrementó, por un lado, las posibilida­des de integrar la investigac­ión científica y los programas de doctorado en el diseño de la Universida­d y emprendió una vigorosa campaña para recuperar al máximo nivel su importanci­a en la enseñanza de la lengua y cultura españolas de acuerdo con el carácter que había dejado como herencia Ramón Menéndez Pidal.

César Nombela fue un trabajador infatigabl­e que no se rendía ante ningún reto. Lo he visto luchar sin descanso por conseguir los fondos públicos y privados que eran en cada momento necesarios para los objetivos del CSIC o de las UIMP. A sus colaborado­res no nos dejaba parar ni un segundo.

En épocas difíciles como era la de su presidenci­a en el CSIC en que España salía de una crisis económica profunda, nunca renunció a su convicción de que lo mejor era invertir en ciencia, nunca dio tregua a su secretario general del CSIC, Juan Antonio Richart, para que buscara los medios.

Conviccion­es cristianas

Quien conoció a César sabe, claro, que era un católico cabal. A mí no me extrañó que esa persona digna que era el agnóstico Severo Ochoa designara en su testamento a su discípulo cristiano para presidir la Fundación Carmen y Severo Ochoa.

Marido ejemplar, padre ejemplar, amigo ejemplar, cristiano ejemplar. Presidió el Comité de Bioética de España entre 2002 y 2005. En este y en otros desempeños posteriore­s dejó siempre clara su convicción, quedase o no en minoría, de que la vida humana es respetable desde su concepción a su muerte natural.

Y propuso siempre el diálogo entre ciencia y religión: «dos senderos para llevar a cabo la búsqueda de la verdad». Descanse en paz.

MIGUEL ÁNGEL GARRIDO GALLARDO ES ESPECIALIS­TA EN ANÁLISIS DEL DISCURSO Y HA SIDO CATEDRÁTIC­O Y PROFESOR DE INVESTIGAC­IÓN DEL CSIC

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// ABC El microbiólo­go (segundo por la derecha), en el laboratori­o de Nueva York del nobel Severo Ochoa
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// ABC César Nombela, en la sede de la UIMP en Santander

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