«La identidad de Ucrania está hecha de tragedia y belleza»
La ucraniana narra el desgarro previo a la invasión rusa en unas memorias publicadas por Lumen
Victoria Belim nació en Kiev, pero a los 15 años emigró a Chicago. Cuando le preguntaban entonces de dónde era, ella contestaba que rusa, para evitarse rodeos. Ya adulta, en Bélgica, vivió con angustia el fracaso de la revolución del Maidán y la posterior anexión rusa de Crimea. Fue entonces cuando decidió viajar a su país y recuperar su propia historia. Así lo narra en ‘Mi Ucrania’ (Lumen), unas memorias cargadas de sangre, tierra y belleza. Un libro que crece ante el lector como una flor enfadada.
Volcada en desentrañar el misterio familiar sobre cómo murió su tío bisabuelo en 1930, Belim vuelve a la casa de su abuela Valentina, que le prohíbe remover el pasado. Mientras pasa largas jornadas en el huerto de cerezos, constata el terror que aún desata el cuartel de la KGB en Postlava y redescubre la belleza que permanece intacta bajo la demolición: desde el aroma de los pasteles recién hornados hasta la textura de los ‘rushnik’, telas rituales bordadas, que permanecieron escondidas en la época soviética.
«Entendemos mejor la historia a través de las historias personales. Al hablar de Ucrania todo se reduce al conflicto: kilómetros, cifras, bajas... pero los seres humanos son algo más», cuenta en Madrid la autora de esta ópera prima que acaba de publicarse en español, incluso antes que en inglés. Licenciada en Ciencias Políticas, políglota y apasionada de la historia de los perfumes, Belim se deja la piel en este libro y también en esta conversación.
—¿Las guerras persiguen a Ucrania?
—Es un lugar entre fronteras, siempre a merced de imperios y conflictos con la tierra. Nuestra historia tiene que ver con los conflictos con la tierra, por eso es tan importante en este libro el huerto de mi abuela, el acto de cultivarlo y conservarlo.
—Encuentra belleza incluso bajo los escombros. ¿Cómo?
—Quise que el lector entrara en el aroma de las flores y de pasteles que mi abuela horneaba para mí. También en el hilo de los bordados. Todas estas posesiones materiales son tan raras porque desparecieron. Los ‘rushnik’ permanecieron enterrados durante décadas como promesas. La guardaban con una promesa, si mi hijo vuelve vivo se lo daré al regresar.
—¿Son las mujeres quienes recuerdan en Ucrania?
—Suelen ser los hombres quienes van a la batalla. Las mujeres se quedan. Alimentan la familia, cuidan a los niños, se aseguran de que vayan a la escuela. Eso también es conflicto. En el libro hay mujeres heroicas, pero tienen miedo de hablar, porque hablar tiene consecuencias. Mi abuela contaba historias que contradecían la narrativa oficial. Contarlas es una manera de resistir.
❝ «No puedo excluir lo ruso de mi identidad, porque Ucrania está hecha de rusos, tártaros, crimeos...»
—Su abuela es la guardiana de la memoria, pero administra el silencio. ¿Cuánto pesa el olvido en Ucrania?
—Hay mucha gente que quiere olvidar en Ucrania. El siglo XX está lleno de tragedias. Van una detrás de la otra. Para sobrellevarlas tienes que callar, pero no olvidas del todo. Cuando Ucrania se independizó nunca hubo una discusión nacional sobre lo que el pasado soviético significaba.
—¿Y eso cómo afectó en el presente?
—Mucha gente joven que nunca vivió ese pasado y siente nostalgia por la
Rusia soviética. La propaganda rusa influyó mucho.
—Aborda en el libro su dualidad ucraniana y rusa.
—Para mí la identidad rusa no tiene que ver con una Rusia política. Cuando me preguntan por autores que me gustan son rusos, no voy a olvidar Rusia por la guerra. No puedo excluir lo ruso de mi identidad, porque Ucrania es multinacional. Incluye ucranianos, rusos, tártaros... creo que es importante distinguir.
—Se marchó muy joven de Ucrania, tuvo que regresar en 2013 para entender quién era. ¿Lo consiguió?
—Antes de la guerra, tenía una concepción confusa de mis raíces. Quién soy y qué soy. Todas esas dudas estuvieron siempre ahí, pero se desataron con el Maidán y la anexión de Crimea en 2014.
—¿Por qué?
—En 2013, la revolución del Maidán me impactó. Todas aquellas protestas y los ucranianos asesinados por el propio gobierno. Mis amigos estaban tan influidos por la propaganda rusa, estaban confundidos, lo veían como una revolución neonacionalista. Me impresionó que la gente no entendiera que muchos buscaban una vida sin corrupción. Fue una tragedia gradual y lo removió todo. Pero en 2022 la gente comprendió de golpe lo que estaba ocurriendo: era una invasión sin motivo. Es como una tortura prolongada ante la que me sentí sola.
—¿Escribir el libro fue una urgencia, un deber, una obligación acaso?
—Fue una consolación. Quería dar voz a mi país, a mi gente. Ucrania no es solo guerra y corrupción. En Georgia, un escocés me preguntó de dónde era. Cuando le dije Ucrania, contestó: «Qué pena que sea un país corrupto». Ucrania es más que eso. Su historia ha sido violenta y sangrienta, pero tiene una identidad cargada de belleza. La tragedia y la belleza formar nuestra identidad.
—¿Cómo determina eso vuestra relación con lo propio?
—La sociedad está polarizada y es fragmentaria. Tenemos un panorama político muy complejo, que viene de la incapacidad para hablar del pasado soviético. Eso implica todo lo demás. Al comienzo de la guerra vimos imágenes de resiliencia: esas mujeres que se enfrentaron a los ocupadores rusos. El combate en Ucrania es existencial, desde su independencia. Nuestra identidad está enraizada en el conflicto. Somos el conflicto, venimos de él, hemos crecido en él.