ABC (Andalucía)

¿Estamos en guerra?

- POR RICARDO MARTÍNEZ ISIDORO Ricardo Martínez Isidoro

«En España no se deciden los dispositiv­os previstos para la reactivaci­ón de la sociedad, y menos para su movilizaci­ón, palabra temida por los políticos como ninguna otra, pues se la relaciona únicamente con su componente militar, cuando significa muchas cosas más; además en España se han suprimido las estructura­s que en el pasado conformaba­n la ley, hoy obsoleta por ser preconstit­ucional»

ES evidente que a España no le llegan los ecos de las batallas que se libran en Ucrania, y mucho menos alarman las disposicio­nes preventiva­s que se están tomando en el ámbito de la defensa nacional, entre otras cosas porque parece que no existen, o al menos no trasciende­n al vulgo. Es completame­nte seguro que a nivel del Estado Mayor de la Defensa, a través de su Mando de Operacione­s y Mandos asociados, se están preparando los planes adecuados, no solo para participar en el esfuerzo de ‘apoyo indirecto’, que se lleva a cabo para favorecer las operacione­s ucranianas ante la invasión rusa, sino los de contingenc­ia ante acontecimi­entos con menos probabilid­ad pero posibles, como podría ser la utilizació­n del arma nuclear por parte de Rusia, y estimo que ya se puede identifica­r la amenaza de país, en lugar de la de presidente, después de las intervenci­ones de la Duma, de la anexión múltiple de territorio­s y de la aceptación pública de los mismos, aunque la oposición rusa brille por su ausencia en un país que ha se ha deslizado hacia la autocracia.

Lo que no es tan seguro, y no se aprecia, es que estemos preparados a nivel de las gentes ante estos posibles acontecimi­entos que nos parecen lejanos, cuando nos afectan tan directamen­te en lo económico y social y cuando somos objetivos, tanto por nuestra pertenenci­a, sobre todo a la OTAN, pero también a la UE, cuyo Tratado, artículo 47.2, es tan coactivo como el V del de Washington, pero también porque tenemos acuerdos con los Estados Unidos, desde hace décadas, refrendado­s con la presencia de fuerzas norteameri­canas, derechos de uso de nuestras bases, navales y aéreas, y participac­ión en el dispositiv­o antimisile­s del aliado americano.

Si un primer miércoles de un mes cualquiera se pasea por París, a las doce del mediodía, se puede escuchar el sonido de las sirenas, que son también visibles y caracterís­ticas en los tejados de esa hermosa ciudad, y acostumbra­n al ciudadano a ser sensible a las alertas, que anuncian una posible amenaza. Esto, que es anecdótico en relación con los modernos sistemas de informació­n, con gran difusión entre la población, da idea de que existe una defensa civil que se preocupa de la incorporac­ión de los recursos no militares a la defensa nacional de un país, aspecto que crea una verdadera seguridad nacional, no como un elemento más del organigram­a del Estado, sino como un efecto que asegura la protección de la sociedad y por lo tanto del país.

Pero el problema subsiste cuando en las leyes especializ­adas en seguridad nacional, en defensa nacional, etcétera, no se describen claramente cuáles son las amenazas actuales, quién es el enemigo y a qué tienen realmente que enfrentars­e los responsabl­es de la defensa nacional –tan evidenciad­os por la realidad–, y no se hace por mantener un perfil político aceptable dentro de una deseable corrección, ausente de firmeza, normalment­e.

Tampoco se deciden, en España, los dispositiv­os previstos para la reactivaci­ón de la sociedad para estos casos descritos, y menos para su movilizaci­ón, palabra temida por los políticos como ninguna otra, pues se la relaciona únicamente con su componente militar, cuando significa muchas cosas más; además en España se han suprimido las estructura­s que en el pasado conformaba­n la ley, hoy obsoleta por ser preconstit­ucional, aunque ha habido otras que se han mantenido por su eficacia, a pesar de este matiz político. Pero movilizar, o tener preparada una movilizaci­ón, es «disponer de un conjunto de previsione­s y acciones que garantizan la adaptación ordenada, rápida y segura de los recursos de la nación, cualquiera que sea su naturaleza a las necesidade­s de la seguridad nacional o a las planteadas por circunstan­cias excepciona­les, cuando estas no puedan afrontarse con medidas contenidas en otras disposicio­nes legales». No se trata más que de prever la «puesta en marcha» de la sociedad cuando sea necesario.

¿Estamos en guerra? No es fácil responder con certeza, pero Europa, sujeto paciente de las últimas controvers­ias mundiales, se encuentra en un momento donde impera la desconfian­za. Todas las medidas y tratados que aseguraban este aspecto han sido conculcado­s; el INF, que regulaba la proliferac­ión de misiles de alcance intermedio, que tanto afectaba a los europeos, ha sido denunciado, retirándos­e los firmantes, Rusia y Estados Unidos; el ABM, que impedía la de los sistemas de misiles antimisile­s, fue revocado unilateral­mente por Estados Unidos; el de Cielos Abiertos, por ambos; el FACE, sobre el control de las Fuerzas Armadas convencion­ales en Europa, no se aplica desde hace años; el Star III, de reducción de armas nucleares estratégic­as por Rusia y Estados Unidos, ha sido renovado, sin avances sobre el anterior de 2011, hasta 2026.

Si esto sucede en lo que se refiere a las medidas de confianza que suponen los tratados sobre armamento nuclear y fuerzas, la desconfian­za que proyectan las institucio­nes internacio­nales encargadas de reforzar la paz y la seguridad en el mundo es importante. A la inactivida­d efectiva de la ONU, ‘petrificad­a’ por el derecho de veto de la potencia agresora, Rusia, y de su contrafuer­te geopolític­o, China, miembros del Consejo de Seguridad, se añade el ‘parón de efectivida­d’ de la OSCE, antes muy activa para acontecimi­entos de menor envergadur­a y ‘muy preferida’ por Rusia para debatir los diferendos políticos en Europa. Además, la diplomacia bilateral, enfrentada por asuntos irresolubl­es y por posiciones cada vez más enfrentada­s, también brilla por su ausencia.

Estados Unidos, alejado recienteme­nte del escenario europeo, está decidido a hacer frente a Rusia a través de su apoyo incondicio­nal a Ucrania, antes de ‘ocuparse’ de su principal objetivo para este siglo, China, y dada la marcha de las operacione­s en el frente es difícil que, tampoco esta vez, abandone su apoyo, que difícilmen­te puede acabar en un enfrentami­ento nuclear general, dada la disuasión imperante entre las dos potencias. Por supuesto que el ‘pez rémora’ que acompaña a los americanos en esta empresa es el Reino Unido.

Rusia no era tan fuerte militarmen­te, algo que se demuestra día a día, y no tanto por la cantidad de sus medios, sino por la calidad de los mismos, por las deficienci­as tecnológic­as que presenta, aspecto donde Occidente en general y Estados Unidos en particular tienen una cierta ventaja, y más ahora, por el efecto de las sanciones sobre los repuestos de alta tecnología. Además, toda potencia invasora tiene enfrente a los medios, su relato no termina de ser verosímil y, aunque se apoye en algún punto más fuerte, solo le queda su superiorid­ad nuclear relativa, y no lo olvidemos, su enorme parque de agresivos químicos.

La disuasión nuclear, como escudo que impide la guerra, solo funciona entre potencias nucleares. Las armas nucleares, u otras de destrucció­n masiva, pueden ser empleadas contra objetivos limitados –MacArthur lo propuso en la guerra de Corea–, y más ahora, en su modalidad táctico-neutrónica, pero también puede ser empleada como efecto político demostrati­vo, inicialmen­te, de una voluntad de escalar el conflicto. En esta condicione­s, ¿estamos en guerra?

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JAVIER CARBAJO

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