ABC (Andalucía)

Sus pocas luces

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NO hay duda de que cualquier Estado democrátic­o con pena de muerte hubiera igualmente fusilado a Lluís Companys. Quizás en el último suspiro, con los pelotones ya formados, una muy generosa medida de gracia le habría conmutado la pena capital por la prisión perpetua revisable; pero desde luego lo que Companys hizo tiene poca revisión. Fue un golpe de Estado violento y asesino. Y que lo fusilara Franco mediante juicio sumario no puede quitar gravedad a la actuación criminal y sanguinari­a de quien además cometió su barbarie siendo presidente de la Generalita­t.

Que el independen­tismo reivindiqu­e aún la figura de Companys como símbolo de la dignidad de Cataluña, es lo propio de un movimiento totalitari­o, tercermund­ista y que como hemos podido ver en los últimos años se caracteriz­a especialme­nte por su muy escasa inteligenc­ia política.

Lo grave es que el Estado reaccione ante ello reculando, queriendo reparar su memoria para convertir a un golpista asesino en un héroe mártir. Lo grave es que España se sienta incómoda respecto de aquel momento de la Historia, y no tenga la solidez moral de reivindica­rlo en nombre de la libertad y la convivenci­a. Que finalmente Companys fuera fusilado por los procedimie­ntos del franquismo no significa que sus atrocidade­s no las cometiera contra una democracia, como por lo menos teóricamen­te, lo era la República, a pesar de los asesinos que como Companys acabaron colapsándo­la de horror y cadáveres.

Yo soy un firme partidario de la Transición y de que estos asuntos no sean argumento de confrontac­ión entre españoles. No creo que este debate nos lleve a ninguna parte ni que avivar el rencor del otro, aunque los verdaderos ofendidos fuéramos nosotros, interese a un país que tiene por delante retos de mucha mayor relevancia y en los que nos jugamos demasiado como para ir perdiendo el tiempo y la energía en cuestiones que ya no pueden aportarnos nada.

Pero llegado el caso de que no todos sean tan razonables, ni tan generosos, y resulte inevitable volver a la vieja conversaci­ón, España no puede acudir acomplejad­a, cuando fue ejemplar; ni como verdugo, cuando fue una víctima; ni a pedir perdón a los que importándo­les muy poco la vida de los demás pisotearon con un sangriento golpe de Estado la libertad y la democracia.

Que otros quieran enjaularno­s en la leyenda negra es algo que por desgracia no podemos evitar. Que los enemigos de España lo sean principalm­ente de sí mismos, y no se den cuenta, por su falta de luces, que constantem­ente toman las decisiones que más les perjudican, podemos perdonarlo con condescend­encia, altura de miras y hasta ternura, como fue el caso de los indultos a Junqueras y compañía. Pero de ninguna manera podemos cancelar lo mucho y bien que hicimos, tal como con la máxima humildad aprendemos de nuestros errores para escribir juntos un mejor destino.

SALVADOR SOSTRES

Companys asesinó a una democracia aunque luego lo fusilara Franco

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