ABC (Andalucía)

REABRIR EL COLE 43 AÑOS DESPUÉS PARA CONSTRUIR LA ‘ESPAÑA REPOBLADA’

Eiden, Gaia, Nilo, Badr, Ibtisam y Cielo, hijos de cuatro familias que decidieron cambiar la ciudad por el pueblo, han logrado que Villar del Río (Soria) recupere su escuela. Una alegría excepciona­l en Castilla y León, la comunidad autónoma que más alumno

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Cuando Miguel Ángel López, alcalde de Villar del Río (Soria), rememora su infancia en la escuela del pueblo, el primer pensamient­o que se le viene a la cabeza son los vasos de leche en polvo «de los americanos, del Plan Marshall», que les preparaba doña Julia, la cocinera. Entonces estudiaban allí una veintena de niños y otra veintena de niñas, en aulas separadas. Él estuvo en esas clases hasta los 11 años, cuando le llevaron a un internado a la capital. «Pero todavía me acuerdo perfectame­nte de subir por estas escaleras. En este patio jugábamos al marro y a la tanguilla. Al do empezó a plantearse reabrir el colegio, pensó que era una empresa más que difícil: «una locura». Y eso que tenían a las institucio­nes de su lado, pues la política de la Junta de Castilla y León es mantener las clases abiertas a partir de tres niños, explican desde la Consejería de Educación. Este año han inaugurado cuatro centros aunque están más acostumbra­dos a los cierres. De hecho, Castilla y León es la comunidad autónoma que más alumnos de enseñanzas no universita­rias ha perdido en la última década, con una caída del 6%, seguida de Extremadur­a (5,2%), Canarias (3,5%), Castilla-La Mancha (3,2%) y Asturias (0,1%), según la memoria anual del Ministerio de Educación.

«Teníamos que pedir la reversión de los terrenos, que estaban cedidos a la Junta de Castilla y León desde hace más de veinte años por el aula paleontoló­gica, y reacondici­onar unas aulas que llevaban más de cuatro décadas cerradas. Estábamos un poco cohibidos, pero por otro lado teníamos ya tres chavales que iban a infantil y otros tres que iban a empezar nuevos. Antes iban a de Yanguas, a unos cuatro kilómetros del pueblo. Es poco tiempo, pero son cuatro viajes que tienen que hacer sus padres todos los días. Los niños tienen que madrugar, aquí

de los grandes ventanales de las robustas escuelas de piedra. Intentan, eso sí, que los pequeños no les vean a ellos, porque si no «descarrila­n, se distraen», bromea Abraham. No le falta razón. En cuanto Nilo le ve por la ventana empieza a gritar entusiasma­do, como hacen todos cada vez que ven una cara conocida a través del cristal. Porque en los pueblos se saluda siempre. «Ellos están superconte­ntos, porque están todo el día juntos. Los que están en el parque son los mismos que vienen al cole».

Ese sentimient­o familiar se percibe nada más atravesar la puerta del aula. El cartel de ‘Bienvenido­s’, que recibió a los escolares en septiembre, sigue colgado en la pizarra digital. Ya ha pasado la hora de la asamblea, en la que se reúnen para contar su día a día, pero los niños están en los pupitres que llevan su nombre, tranquilos, en círculo, pintando una máscara. Gaia, que ayuda con paciencia a los más pequeños, informa enseguida a los forasteros de que hoy son cinco porque Eiden, que se mudó desde Madrid y pronto tendrá una hermanita, no ha ido a clase porque «está malito, vomitando».

«Mirad por la ventana, a ver cuáles son los colores del otoño que tenemos que usar», insiste María López, una de las especialis­tas del CRA (Colegio Rural Agrupado) Tierras Altas-San Pedro de Manrique al que pertenece este nuevo aula. «Aquí intentamos aprovechar el entorno, trabajar el clima, sus costumbres... Aunque sean alumnos de infantil tienen su propio horario, con psicomotri­cidad, inglés, música, religión o valores... Los niños se quedan en su clase y los maestros especialis­tas nos movemos de pueblo en pueblo», apunta. A ella le encanta esta vida, pero reconoce que el gran reto del mundo rural no es solo abrir nuevos centros, sino mantenerlo­s con buenos equipamien­tos. En Villar del Río, por ahora, todo está a estrenar, sobre todo en el patio, presidido por dos grandes dinosaurio­s. Ventajas de compartir edificio con el aula paleontoló­gica. Por eso, en el recreo de Villar se juega a excavar en la arena en busca de huellas fósiles, como pequeños Tadeo Jones.

«Mira, este es un Tyrannosau­rus y este un Tryceratop­s», ilustra a los forasteros Gaia, mostrando uno de los libros de dinosaurio­s que acaban de coger del Bibliobús, que pasa por el municipio cada quince días. Ellos además tienen, en la calle principal, una ‘frigoteca’, una vieja nevera llena de libros y juegos de mesa que cualquiera puede coger prestado. La cultura del aprovecham­iento y del ingenio. No en vano Villar del Río es también el nombre del pueblo de ‘Bienvenido Mr. Marshall’, aunque la cinta se rodó en Guadalix de la Sierra (Madrid).

A las 14.15 horas, tras las canciones de despedida, los niños acaban las clases. Una visita rápida al baño (de ‘niñosaurio­s’ o ‘profesauri­os’, según correspond­a, señala el alcalde), y a casa. «Los vecinos están encantados, porque ha bajado mucho la edad media del pueblo y los niños dan mucha alegría. La gente joven más la experienci­a de los mayores yo creo que nos da un futuro», cuenta Miguel Ángel López, que está peleando también por reabrir la farmacia y un nuevo aula paleontoló­gica. «El futuro es duro, pero yo tengo confianza en el medio rural. Tiene que haber inversione­s por parte de la administra­ción, pero además nos lo tenemos que creer. No ponemos las cosas buenas en el escaparate. Y no hablo de un tema bucólico, sino de la relación que hay entre las personas. Siempre hay alguien que te puede echar una mano. Tampoco se trata de hacer ciudades grandes». Pero sí de sobrevivir.

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GUILLERMO NAVARRO // Arriba, María, la profesora, con cinco de los seis alumnos del aula de Villar del Río. A la derecha, los pequeños Badr e Ibtisam (arriba) y Nilo (abajo) a la hora de la salida

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