ENQUIRIDIÓN
progresión, entre quienes están en edad de trabajar y quienes no lo están, y se llega fatalmente a la conclusión de que el sistema de pensiones se orienta a la bancarrota. La gente, más o menos, lo sabe. Especialmente los jóvenes, crecientemente desafectos a una sociedad que parece conspirar contra ellos. Pero no se hace nada o se urden disparates como el proyecto de Presupuestos. ¿Extraordinario? No, en absoluto. La prioridad de los partidos es ganar las elecciones, y el número de pensionistas en España se acerca a los diez millones. Tras la crisis de 2008, se vio ya lo que pasa cuando se mete la tijera en materia de gasto social.
UP, un partido tóxico, es hijo putativo de la consolidación fiscal. Ningún partido, en solitario, está en posición de echar cuentas en serio y sostenidamente sin ser barrido del mapa. La única solución posible, que es contar la verdad sin que el rival aproveche la ocasión para hacer demagogia, resulta irrealizable en un país en que PSOE y PP andan liados a garrotazos.
En el caso de Sánchez, como es sabido, se dan circunstancias específicas agravantes. Ahora bien, más allá de la desdicha que para el procomún ha supuesto el actual secretario general del PSOE, nos encontramos con que izquierda y derecha han sido incapaces de pactar políticas esenciales para la supervivencia del Estado. Peor: cuando ha habido pacto, también ha habido colusión. Repárese en el CGPJ: los jefes de los partidos, en vez de consensuar candidatos aceptables por ambas partes, han preferido elegir, cada uno con el permiso del otro, a militantes encubiertos. Y suma y sigue. Esta democracia va por donde no debe desde hace bastantes años.
¿Cuánto tiempo habrá de transcurrir hasta que transitemos desde las causas acumulativas a la deflagración final? Todavía no es descartable una rectificación. Pero no parece probable. En algún momento, quizá no remoto, ocurrirá algo. Y tendremos que reinventarnos, tarea mucho más azarosa que la de hacer las cosas como Dios manda en un clima de relativa normalidad.