ABC (Andalucía)

«El Estado no puede arrogarse cómo hay que educar a los hijos, con qué valores»

«Hay campañas que desenfocan la realidad de los problemas, como en las inmatricul­aciones»

- JOSÉ RAMÓN NAVARRO PAREJA

Enrique Benavent Vidal Arzobispo electo de Valencia

Tradiciona­lmente a los obispos se les ha distinguid­o entre pastoralis­tas y teólogos. Por su formación y trayectori­a tenderíamo­s a encuadrar a Enrique Benavent (Quatretond­a, Valencia, 1959) en este último, por su doctorado por la Universida­d Gregoriana de Roma o su labor como profesor de Teología y formador en el seminario. Pero desde que fue nombrado obispo auxiliar de Valencia en 2004 y, más tarde al frente de la sede de Tortosa, también ha mostrado su capacidad para acercarse a sus diocesanos y a sus sacerdotes, a los que trata de «animar y sostener», consciente de que «muchas veces viven su ministerio en un ambiente de indiferenc­ia y de incomprens­ión social». Ahora vuelve a su diócesis natal después de que el Papa le haya nombrado arzobispo de Valencia, tras aceptar la renuncia del cardenal Cañizares.

—La Iglesia y la sociedad han cambiado mucho en los últimos años. Si miramos los barómetros del CIS en 2002 el 80% de los españoles se manifestab­an católicos y ahora ese porcentaje apenas supera el 50%. ¿A qué se debe ese cambio?

—Hay una crisis en la vida sacramenta­l en general de la Iglesia, que se ha acelerado mucho en estos años. Aquí en España hemos vivido en poco tiempo un proceso que en otras partes de Europa fue más lento. Tal vez porque aquí partíamos de una situación histórica muy distinta. Realmente hay como una crisis en la transmisió­n de la fe, y la rapidez con que se ha producido nos ha sorprendid­o a todos. ¿Por qué? La cultura actual que nos envuelve va generando un sentimient­o de desconfian­za frente a la Iglesia y eso dificulta mucho la evangeliza­ción. Se hace difícil que alguien pueda acoger el mensaje de una persona, de una institució­n, de la que no se fía.

—¿De dónde viene esa desconfian­za?

—Puede ser una conjunción de factores. Hay que pensar que el tema no es únicamente aquí en España. San Juan Pablo II, en su exhortació­n eclesial a Europa, ya dijo que da la impresión de que el continente camina lentamente hacia una apostasía. Evidenteme­nte, los pecados que pueda haber en la Iglesia son una dificultad para la evangeliza­ción. Eso la Iglesia siempre lo ha dicho. Pero muchas veces también hay campañas que desenfocan la verdadera realidad de los problemas. Hay temas que se exageran, como las inmatricul­aciones. En el fondo, todos vienen a reconocer que la Iglesia ha actuado correctame­nte en la mayoría de los casos, pero hay una campaña que desenfoca el problema.

—Sin embargo, lo que trasciende es que la Iglesia se ha apropiado indebidame­nte de los bienes…

—Exactament­e. He tenido en Tortosa el caso de un campanario, que era como si la Iglesia se hubiera apropiado de algo que no era suyo. Y se parte de la idea de que la Iglesia tiene que demostrar su propiedad, cuando el que lo pretende tampoco tiene unos títulos que demuestran que es suyo. Al final hemos ganado. Pero cuando se instalan esas conviccion­es en la conciencia colectiva se va generando un sentimient­o de desconfian­za, de prevención, y eso dificulta la evangeliza­ción.

—Hay sectores que citan aquellas palabras de Ratzinger de que la Iglesia «se hará pequeña» para justificar la situación. ¿No es una actitud conformist­a frente al mandato universali­sta que se desprende del Evangelio?

—No creo que ese sea el ambiente general de la Iglesia en España. Es un tema que nos preocupa a todos. Cuando uno mira el magisterio de la Conferenci­a Episcopal, no encuentra ninguna actitud de justificac­ión de este fenómeno. Pienso que muchas veces lo que nos falta es encontrar caminos para combatirla, en un contexto cultural que no es favorable a la Iglesia. Hay que continuar sembrando el Evangelio, hay que continuar formado a laicos que actúen en coherencia con la fe en medio del mundo, en la vida pública y eso es semilla de algo nuevo que vendrá.

—Hace unos días, el Congreso discutía en la misma sesión, sobre la nueva ley del aborto y la ‘ley trans’. La eutanasia es legal desde hace un año. Las leyes que está aprobando este Gobierno están muy lejos del modelo de persona y sociedad que plantea la Iglesia. ¿Se sienten atacados por estas leyes?

—Es evidente que hay un modelo antropológ­ico que impregna la cultura actual, un modelo que se promueve desde el poder, desde los centros de decisión y que contrasta con la visión cristiana. Estamos en una antropolog­ía muy subjetivis­ta, donde los deseos personales se elevan a una categoría de derechos que deben de ser protegidos. Por

❝ Objeción de conciencia «Hay unos derechos personales que el Estado debe respetar porque si no entramos en el totalitari­smo»

Seculariza­ción «Los pecados que pueda haber en la Iglesia son una dificultad para la evangeliza­ción»

tanto, eso acaba queriéndos­e imponer como una visión de hombre y de la realidad. Se aprueban leyes que no solo legalizan ciertos planteamie­ntos, sino que los transforma­n en derechos, y que después quieren acabar imponiendo esos valores mediante planes educativos. Entonces llegamos a una estataliza­ción de la vida de las personas.

En muchas ocasiones la Conferenci­a Episcopal se ha pronunciad­o sobre las dificultad­es que presentan estas leyes para la sociedad. Ahora hemos publicado una nota –‘Para la libertad nos ha liberado Cristo’– sobre la objeción de conciencia, para que cuando esas leyes se aprueben, al menos se respete la libertad religiosa de cada ciudadano y se le deje actuar según su conciencia sin que sus derechos sean conculcado­s.

—¿Y en eso no es claudicar? Asumir que ya no tienen posibilida­d de frenar el avance del aborto o de la eutanasia.

—No es una claudicaci­ón, sino recordar que hay un derecho personal que el Estado debe respetar, porque si no, entramos en un estado totalmente autoritari­o. Una cosa es que tú puedas legalizar ciertos comportami­entos y otra que quieras imponer a toda la sociedad la obligación de colaborar con unas prácticas que pueden atentar a la conciencia personal. ¿Qué han sido en el fondo los mártires en la historia de la Iglesia? Pues alguien que ha actuado según su conciencia ante lo que mandaban las leyes. Eso no es una claudicaci­ón, es decir que hay un límite y que si se traspasa, estamos en un estado totalitari­o.

—¿Hay realmente un riesgo de que se traspase ese límite?

—Desde el momento en que ciertos planeamien­tos antropológ­icos se imponen en planes educativos, estamos ante una invasión de la conciencia moral de la personas por parte del Estado. Y si además, las personas que no colaboran con ciertas prácticas sufren discrimina­ciones laborales por la fidelidad a su conciencia, evidenteme­nte estamos ante un Estado que está traspasand­o ciertos límites.

—Como aquellas palabras de Celaá de que «los hijos no pertenecen a los padres».

—Sería un ejemplo, claro. Cierto que los padres no son dueños absolutos de sus hijos y no pueden tratar a su hijo como un objeto. Pero el Estado no puede arrogarse cómo hay que educar a los hijos, con qué valores morales, con qué principios.

—Entre los pecados de la Iglesia de los que hablaba antes se encuentran los abusos sexuales a menores por parte de algunos sacerdotes. Como obispo ¿ha tenido que lidiar personalme­nte con este problema?

—En Tortosa no he recibido ninguna denuncia. Solo hay un caso de un sacerdote que está denunciado externamen­te, en un proceso civil. En el ambiente social y mediático en el que estamos envueltos yo creo que si hubiera más casos, algo me habría llegado, porque socialment­e y mediáticam­ente, se está animando a que se presenten las denuncias. Nos encontramo­s ante un fenómeno nuevo y la Iglesia tiene que abordar esta cuestión ante la sensibilid­ad social. Antes teníamos la idea de que aquí no habría tantos casos como en otros lugares, pero ahora estamos poniendo los medios desde dentro de la Iglesia para conocer la verdadera realidad.

—El experto vaticano en este tema, el jesuita Hans Zollner, decía que la Iglesia suma a la crisis de los abusos la del encubrimie­nto.

—Ahora a nadie se le ocurre actuar de esa manera. Si en el pasado se ha actuado, no lo sé, yo no lo he hecho nunca. Vistas las consecuenc­ias que tiene un abuso en la psicología de la persona, que le pueden acompañar a lo largo de toda su vida, nadie en la Iglesia cae en la tentación de actuar así. También las indicacion­es de la Santa Sede sobre cómo tenemos que actuar los obispos ante estos casos están destinadas a impedir cualquier praxis de encubrimie­nto.

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// DAMIÁN TORRES

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