ABC (Andalucía)

La pasión, según Emilio de Justo

En el último toro, cura las cicatrices de la nada con un gran Boticario, al que desorejó

- ROSARIO PÉREZ

Caminaba el todo hacia el precipicio de la nada. Pocos teletipos de la bravura llegaban desde chiqueros. Salían los animales, de distintas ganaderías, y la gente depositaba su fe en el cambio de hierro. «Este va a ser...», pero no era. Y si medio era, no surgía la complicida­d con su matador. Hasta que apareció el sexto, de Garcigrand­e. Qué gran toro. Bramó la plaza cuando Emilio de Justo saboreó la verónica. Genuflexa y erguida la interpretó. Qué belleza, con el pecho ofrecido y el compás de Moraíto. Todo su cuerpo toreaba ahora, hasta el dolorido cuello, agarrotado por momentos por tan durísima lesión. Y cómo embestía Boticario, que trajo la cura para las cicatrices de la desangelad­a tarde. Menudo pitón izquierdo lucía. Por ese lado se encajó el de Torrejonci­llo en naturales sensaciona­les. Aunque no siempre encontró el ritmo y a veces el garcigrand­e parecía pedir más distancia, el embroque de la pureza y la pasión envolviero­n cada escena. Con el alma desbocada, se desprendió de la ayuda: Boticario también respondía fenomenal con la mano de la cuchara. A dos palmas abrochó la faena en la que las gargantas enronqueci­eron. Rugía el coso de la Alameda y hasta el funeral de hojas del otoño volvía a revivir. Solo faltaba el colofón: estoconazo hasta la bola. De los de premio. Dos orejas paseó en aquel manicomio que un cuarto de hora antes escuchaba la balada triste de las corridas ayunas de emoción. Mucha le faltó al de Pallarés, de medio recorrido, con el que Emilio volvió a enfrentars­e a la divisa que en la Semana Santa venteña estuvo a punto de enviarlo a una silla de ruedas.

COSO DE LA ALAMEDA.

Sábado, 15 de octubre de 2022. Dos tercios. Toros de Galache, Daniel Ruiz, Pallarés, Juan Pedro Domecq, Victorino y Garcigrand­e, el mejor dentro de una corrida desigual.

MORANTE DE LA PUEBLA,

de azul pavo y oro. Estocada corta trasera y perpendicu­lar (silencio). En el cuarto, pinchazo hondo y media (bronca).

ALEJANDRO TALAVANTE,

de azul noche y oro. Pinchazo bajo y estocada baja (petición y saludos). En el quinto, dos pinchazos y estocada desprendid­a (algunos pitos).

EMILIO DE JUSTO,

de nazareno y oro. Dos pinchazos hondos y seis descabello­s. Aviso (silencio). En el sexto, estoconazo (dos orejas).

Tuvo Talavante un lote con opciones. Dentro de un orden. Se movió el de Daniel Ruiz con rebrincada bravuconer­ía. Quería látigo y, también, seda. No era fácil hallar el acople. Cuando lo hizo y le aplicó el temple, Asistente respondió por abajo por el izquierdo. Tantas ganas tenía el personal de fiesta que, pese a caer el acero en los bajos, le pidieron el trofeo con más voces que pañuelos. En saludos quedó el marcador. No cogió el sitio, demasiado al hilo, a un victorino a menos que había apuntado cositas buenas.

Una bronca de época oyó Morante cuando, después de ilusionar a la verónica –hubo una de inmortal cámara lenta–, el de Juan Pedro le pegó una tarascada en el pecho y abrevió. Muy descortés fue el primero, de Galache. Ni gustó el manso a la cuadrilla ni al matador. Tuvieron que pasar dos largas horas para que, por fin, saliera un toro que, visto lo visto, se alzó de bandera. Emilio de Justo firmó la pasión entre gritos de «¡torero, torero!» mientras lo aupaban a hombros.

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// SERGIO MORENO Emilio de Justo y Boticario, único dúo triunfal de la tarde

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