Un trasplante lo trajo al mundo y otro lo curó en plena pandemia
∑Las donaciones de órganos crecen un 19% hasta septiembre y recuperan los niveles previos a la crisis sanitaria ∑Padre e hijo superan una enfermedad renal grave y hereditaria gracias a dos trasplantes con 41 años de diferencia
Manuel Gómez derrocha vitalidad cuando habla al otro lado del teléfono. Con un torrente de voz cuenta que él ha nacido dos veces. La primera, el 28 de septiembre de 1982 –la fecha que aparece en su carné de identidad–, fue gracias a que su padre se había sometido a un trasplante renal tres años antes de que él llegara al mundo. La segunda es bastante más reciente: el 25 de julio de 2020, cuando los médicos introdujeron en el vientre de Manuel el riñón de otro donante fallecido, lo que lo liberó de la dependencia de una máquina de por vida. Padre e hijo guardan una historia paralela pero con 41 años de diferencia. Ambos han tenido riñones poliquísticos y ambos han podido conjurar esta grave enfermedad incapacitante y hereditaria gracias al generoso gesto de los familiares de donantes fallecidos cuyos nombres no conocen ni conocerán. La solidaridad y el anonimato son el santo y seña del modelo español de trasplantes que se mira con envidia en todo el mundo.
Mientras los españoles salían de un largo confinamiento y contenían el aliento ante las curvas y pendientes de la montaña rusa del Covid, este onubense reposaba intubado y monotorizado sobre una mesa de operaciones en el Hospital Universitario Virgen del Rocío de Sevilla. Los cirujanos colocaron un órgano sano en el lugar que ocupaban sus riñones, que habían dejado de funcionar con apenas 37 años. El trasplante constituía el único pasaporte para acceder a una vida normal. Eso, o resignarse a seguir con el abdomen enchufado a una máquina de diálisis, durante ocho horas y todos los días de la semana, para eliminar las sustancias tóxicas –la «porquería» la llama él– que su cuerpo era incapaz de desechar.
292
Hasta el 30 de septiembre de 2022 se contabilizaron en Andalucía 292 donantes de órganos fallecidos, un 19% más que en el mismo periodo de 2021. De ellos, 123 eran donantes fallecidos en asistolia.
A Manuel Gómez la oportunidad le llegó cuando el coronavirus pasaba por encima de los hospitales y centros de salud como una apisonadora y las plazas en las Unidades de Cuidados Intensivos se habían convertido en objetos cotizados que había que preservar para hacer sitio a la riada de enfermos graves contagiados. Aunque los casos graves se atendieron, el ritmo de estas intervenciones quirúrgicas descendió a causa del Covid. No hubo más remedio que volcar los recursos en lo urgente.
Las donaciones remontan
La emergencia sanitaria rompió la buena racha de los trasplantes, que llevaba años batiendo marcas en Andalucía. Lo peor de la pandemia ha quedado atrás y este año se han recuperado los niveles de actividad previos a la pandemia. Las cifras del Servicio Andaluz de Salud (SAS) así lo avalan: en los nueve primeros meses del año se han realizado 601 trasplantes de órganos en la comunidad superando a los del pasado año en el mismo periodo (577). El enorme socavón abierto en las donaciones también se ha remontado de forma definitiva. Hasta el 30 de septiembre pasado, la sanidad pública registró 292 donantes de órganos fallecidos, un 19% más que en 2021, cuando fueron 207. Se ha anotado, además, un récord en las donaciones de tejidos para trasplante: 393. Son un 52% más.
De los 601 trasplantes practicados, 380 fueron de riñón, un 9% más que en 2021, cuando las mascarillas poblaban las calles. Veintiocho de estas operaciones fueron realizadas con donantes vivos. La mitad se llevó a cabo incluso antes de que los riñones del receptor estuvieran inutilizados por una insuficiencia renal crónica y terminal. Detrás de este crecimiento laten la solidaridad de la población y los esfuerzos de los profesionales que integran la red de coordinación de trasplantes que ha lanzado este año programas de donación específicos para determinados grupos de pacientes.
Manuel Gómez da fe de las bondades del sistema de trasplantes. Él nació después de que su padre, que falleció en 2007, recibiera el riñón sano de otro donante el 2 de noviembre de 1979. Fue uno de los cien primeros pacientes con un trasplante renal en Andalucía y socio fundador de la asociación Alcer Sur. Un héroe anónimo le regaló la vida por partida doble: a Manuel Gómez Castellano, el padre, y por extensión a su hijo, que no estaría aquí para contarlo si no fuera por el acto desprendido de las familias de donantes –que no reciben ningún tipo de contraprestación– y la pe
ricia de los cirujanos de Sevilla que tuvieron que lidiar con una técnica menos avanzada que la de ahora.
Cuatro décadas después, se repetía la historia, aunque el guion no es exactamente el mismo porque la Medicina ha dado pasos de gigante. Cuando su padre empezó a someterse a hemodiálisis en el año 1972, éste tenía que desplazarse a Sevilla tres días en semana durante cinco horas. Era una doble condena: la máquina y el trastorno del desplazamiento. «En Huelva no había máquinas para enfermos con insuficiencia renal grave», recuerda su hijo.
«En 1987, ocho años después de ser trasplantado, rechazó el riñón». En vista de que empeoraba, no tuvo más remedio que volver a conectarse a un aparato. Así estuvo durante veinte años hasta que murió en 2007. «Yo veía salir a la gente vomitando y en camilla de los centros de diálisis. Aquello era muy duro entonces», echa la vista atrás.
Su hijo no tuvo que esperar mucho tiempo hasta que recibió la ansiada llamada telefónica para asignarle un órgano donado. Como todos los trasplantados la tiene grabada a fuego en su memoria. Hubo siete avisos previos en los que tuvo que permanecer en la reserva y muchas horas en vela en la sala de un hospital, por si fallaba el candidato seleccionado como idóneo.
Diálisis en casa
A la octava fue la vencida. Todo sucedió muy rápido. En 2018 entró en la lista de espera. En julio de 2019 se sometió a su primera diálisis peritoneal, con su vientre conectado al aparato a través de un catéter para filtrar la sangre. Al año siguiente pasó por el quirófano. Fue el primer paso en su particular desescalada hacia la soñada normalidad. Su padre no tuvo tanta suerte y necesitó diálisis durante veinte años. Manuel pudo tratarse en su propia casa y sólo durante doce meses.
Para ser el elegido se sopesan diversas variables: el estado de salud del donante –que se analiza al detalle–, el grupo sanguíneo, la gravedad del receptor, la distancia que separa a uno y otro, o la edad. El tiempo de espera cuenta pero prima la compatibilidad. Una vez que se alinean estos astros, tras el arsenal de pruebas, el protocolo de donación empieza a rodar con una agilidad pasmosa. «Me cogió el Covid por medio. Pero la operación en el Virgen del Rocío salió perfectamente. Sigo orinando un poco de sangre, tomo inmunodepresores y cuido mi alimentación», detalla Manuel. Son pequeñas rutinas que ha tenido que introducir, pero que no le pesan.
Tras dos años de paro laboral forzoso, hace unos días se reincorporó a su trabajo como administrativo en una gestoría de Huelva. «El cambio es radical. Antiguamente, había un trasplante cada cien fallecidos. Ahora estamos a la cabeza en donaciones», subraya este onubense, al que le gustaría saber la identidad de la familia de su donante, fallecido en un accidente, para darle las gracias en persona. «No me olvido de él ni de los médicos. He nacido dos veces gracias a todos ellos».