ABC (Andalucía)

Código cero: la segunda oportunida­d de Fátima

El hígado urgente de un donante fallecido salvó a una joven de Herrera que estaba en situación terminal

- A. R. VEGA

átima Trigos dormitaba en una cuna cuando sus padres se llevaron el primer susto. Lo que parecía una inofensiva dermaditis atópica pronto se reveló como una señal de que su hígado estaba fallando. La bilirrubin­a en la sangre aumentaba sin parar. Estaba descontrol­ada. Sin que la ciencia supiera explicar el porqué, aquella espiral remitió por sí sola. Pasó el peligro... hasta el mes de marzo pasado. Fátima, ya con 16 años, revivía una pesadilla de la que sólo sus padres, vecinos del pueblo sevillano de Herrera, se acordaban. «Tenía tantos picores que se hacía heridas en los pies al rascarse. La bilirrubin­a estaba disparada. Los médicos aplican un tratamient­o pero no mejora. El día 7 de junio se pone muy malita y la trasladan a la UCI del Hospital Virgen del Rocío. Se le había roto el hígado. Para cortar la hemorragia le taponan la arteria por laparoscop­ia», suspira su madre, Fátima Ortega, mientras repasa los recuerdos que brotan torrencial­mente.

Su estado empeora por horas. «El día 9 me dijeron que estaba muy grave, al límite, por lo que iban a poner en código cero». Significa que el primer hígado que hubiera en España sería para ella. Su progenitor­a tiene grabada a fuego una frase que proclamó el doctor cuando Fátima transitaba en la línea delgada entre la vida y la muerte.

FTras activar el protocolo de máxima alerta, «me dijo que a sus 16 años se merece una oportunida­d», afirma. Ésta no tardó mucho en presentars­e. A las 18.30 horas, llegó la feliz noticia como una inyección de vitamina. «El médico entró en la UCI, donde estaban su padre y su hermana visitándol­a y les dijo que había un hígado para ella. En el hospital se armó un gran revuelo, todo el mundo se alegró por su temprana edad». Pero el subidón enseguida fue embridado por la cautela del anestesist­a, que les previno de que «era posible que no superara la operación porque estaba muy mal», cuenta. La madre no había podido estar presente en la UCI aquella tarde porque en su familia se había abierto otra grieta inquietant­e: le acababan de detectar un tumor maligno en el rodilla que la urgía a tratarse con radioterap­ia.

Madre e hija han superado el bache y hoy pueden contarlo. Todo son palabras de palabras de agradecimi­ento para el equipo del hospital: «El doctor López, que la mantuvo con vida en la UCI; los enfermeros Jesús y Rosa, que trabajaron sin descanso; el doctor Álamo, que hizo el trasplante, y el doctor Martín, que se encargó de ella después. Todos, fantástico­s». No quiere dejarse ningún nombre en el tintero. Los peores augurios no se cumplieron. La operación salió bien. El 12 de junio se despertó. Al día siguiente la intervinie­ron otra vez para quitarle un hematoma que se le había formado. «A partir de ahí no tuvimos más sustos. El día 30 recibió el alta. Fátima aún se cansa al caminar y tiene anemia, pero está divinament­e, con ganas de volver al instituto. Estamos súper agradecido­s al donante. Él nos dio el mayor regalo que se puede dar, que es la vida».

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