ABC (Andalucía)

«Sólo tuve que esperar cuatro meses; ha sido un milagro»

- A. R. V.

uando el coronaviru­s lo paró todo, Francisco José López no echó el freno. Mientras las ciudades y pueblos se quedaron desiertos por el confinamie­nto, este repartidor de paquetería de Andújar, en Jaén, se lanzaba a las calles para cumplir como un trabajo considerad­o esencial durante el estado de alarma. Pero lo que no había conseguido parar el coronaviru­s, lo logró una insuficien­cia renal incapacita­nte que en febrero de 2021 lo obligó a dejar de conducir la furgoneta de reparto. «Me daban jaquecas cuando terminaba de trabajar y la tensión la tenía por las nubes. En el hospital de Jaén me dijeron que todo era debido a los riñones, que se iban deterioran­do», relata.

CCon el paso de los meses, la enfermedad se fue agravando y le insertaron un catéter en el abdomen para someterse a diálisis tres veces al día.

«Así estuve cuatro meses hasta que el 15 de junio pasado me llamaron para hacerme un trasplante de riñón en el Hospital Reina Sofía de Córdoba», recuerda este andujeño de 47 años. La intervenci­ón, que se prolongó durante casi seis horas, fue un éxito. Anteriorme­nte, había recibido otros avisos telefónico­s que le hicieron permanecer varias horas en vela en el hospital por si se abortaba el trasplante en el candidato más idóneo, aparte de someterse a un sinfín de pruebas para calibrar la compatibil­idad con el donante, como reza el protocolo. La primera llamada coincidió con el último sábado de abril, en la romería de la Virgen de la Cabeza. Cómo olvidarse de una fecha tan señalada. López no tuvo que esperar demasiado su oportunida­d. Ésta llegó guardada en una nevera. Era el riñón de una donante fallecida y anónima sólo un año mayor que él. «Para mí ha sido un milagro. No piensas que vaya a ser tan rápido. Hay gente que se lleva años esperando un trasplante», asegura. Da la impresión de que todavía le cuesta creerlo y debe pellizcars­e varias veces para constatar su buena estrella.

La operación ha cambiado su rutina diaria. Ya no trabaja y toma inmunodepr­esores de por vida para evitar que su organismo rechace el riñón. También ha trastocado el orden de sus prioridade­s: «Quiero vivir la vida que no he podido vivir en 25 años: volcarme en mi mujer y mi hijo. Me han dado la pensión de incapacida­d absoluta». ¿Cómo se ve dentro de un año? le preguntamo­s. «No sé si podré volver a trabajar. Hay días que ando 15 kilómetros y otros en los que no puedo ni tirar del cuerpo», indica. Aun así, tiene una cosa muy clara: «Soy afortunado».

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// ABC Francisco José López

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