El avioncito
FERNANDO DEL VALLE LORENCI
Hay miopes con gafas de lejos que no alcanzan más allá de un mandato
CONOZCO a un buen puñado de sevillanos que cuando han de viajar a determinados destinos bajan sin ningún problema hasta Málaga para coger un avión en su aeropuerto. O para iniciar un crucero. Sé también de muchos malagueños que peregrinan al Bellas Artes hispalense en cuanto tienen ocasión. Otros, después de encerrar la Esperanza el Jueves Santo cogen el coche y se van raudos a ver la Madrugá. También, quien después de hacer gestiones administrativas en un gobierno que tiene todas sus consejerías en Sevilla se dan el lujo de tapear por Triana. Antes desayunaron en Los Cazaores.
Son gente cabal. Sí, sería más cómodo que el avión saliera del portal de su casa, pero saben que es imposible. Que se lo digan a los granadinos, a los almerienses o a los de Jaén. Pobres. Tampoco tendría sentido portar la imagen de la Macarena o los cuadros de Murillo hasta el paseo marítimo de El Palo para mayor confort de unos pocos.
Por eso resulta tan cansino que tengamos que escuchar a un político local rajar amargamente con argumentos pueriles y distorsionados cuando se produce una decisión empresarial como la de la aerolínea que va a comunicar Málaga con Nueva York. Tres meses, de momento, que tampoco es que hayan diseñado un puente aéreo.
Qué penoso volver, de nuevo, a la casilla de salida. Hace no demasiados años, hubo un intento desde la política de dejarse de zarandajas y tratar de explotar de manera conjunta las posibilidades que ofrecía trabajar en red. Cada uno, con sus potencialidades. Que son muchas y diversas. Y sería del género tonto tratar de replicarlas en cada plaza.
Duró poco. Está claro que hay miopes que portan unas gafas de lejos que no alcanzan más allá de un mandato y creen que el entendimiento es algo que no renta. Así hoy, también, tenemos a Huelva disputando la sede de la Agencia Aeroespacial a Sevilla. Aquí el avioncito se puede tornar en petardazo de gran calibre.
Y así todo. Andalucía es la resta de sus ocho provincias, dijo alguien. A mí, que me duele amargamente ser consciente de que nunca tendré el tiempo suficiente para disfrutar convenientemente de todas ellas, cuando ocurren cosas así sólo me entran ganas de pedirle a más de uno que se multiplique por cero.